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El torero extremeño Miguel Ángel Perera recibió a sus dos toros a portagayola. :: EFE
Virtuoso Morante de la Puebla, muy distinguido Daniel Luque
TOROS

Virtuoso Morante de la Puebla, muy distinguido Daniel Luque

Casi tan brillante como el pasado lunes el torero de La Puebla del Río. Más ambicioso y firme que nunca, templado y entregado el torero de Gerena, con aire de príncipe del toreo

BARQUERITO

Jueves, 18 de abril 2013, 11:25

A Morante lo estaban esperando y, raro en Sevilla, al romperse filas le pegaron una ovación que iba por su florilegio del último lunes. Volvió a pasar casi lo mismo pero de otra manera, porque, menos enterizos que los dos toros de Cuvillo de aquel concierto, los dos de El Pilar de este nuevo recital se prestaron y hasta sucumbieron al hechizo del capote de Morante y su sucinto vuelo, pero sin la fijeza ni la entrega de los otros.

El primero, frío y trotón de salida, tardó en sujetarse lo indecible, se soltaba casi al galope como los toros demasiado movidos. Una vez sujeto, fue de los de marcharse a tablas. Cobardón. Paciente, Morante le echó los vuelos sin forzarlo cinco o seis veces, pero el toro se soltaba a vivo trote. Solo después de sangrado en una vara primera, pudo el toro catar la capa de seda de Morante: cinco verónicas de lindo desmayo, media casi tan hermosa como la ya célebre del lunes y un recorte sencillísimo que puso al toro firmes.

Perera, que volvía a Sevilla tras un año de castigo, quitó capote a la espalda en un palmo de terreno y sin distancia. Cinco lances de más ajuste que temple o vuelo. Y entonces salió a replicar Morante. Para poner orden. En los medios, con un runrún inquieto de fondo, dos lances largos a la verónica, limpios, perfectos. Dentro del mismo quite, dos chicuelinas redondas, pero se soltó el toro en huida y tuvo que ir Morante a buscarlo solo para que el quite tuviera, además de alma, cuerpo. Con las vueltas del capote al rematar el giro de la chicuelina sujetó Morante al toro. Sutilezas. Tres lances y media de la firma.

Algo loco el toro antes de rajarse. Pero antes de la renuncia Morante le pegó mientras le tomaba la temperatura diez o doce muletazos que fueron pura caricia, por abajo, por una mano y la otra. Un pianísimo. Un pinchazo y media.

Brindis a Rivera Ordóñez

El cuarto fue el único cuatreño de la corrida cinqueña de El Pilar. También pretendió soltarse. No tanto como el primero. Morante no le dejó. Tres lances para amarrarlo y tres verónicas cristalinas o transparentes, tan calmosas que pudieron casi paladearse.

Tronchado después de picado, el toro se tuvo apenas y hasta amenazó con romperse cuando, al quinto viaje, Morante dibujó una trinchera de apretar tuercas. Ese toro acababa de brindárselo Morante a Francisco Rivera Ordóñez. Se entendió el brindis como un hacer las paces tras unas temporadas de hostilidad y desencuentros. Llena de lindas cosas la faena, pero a toro sin aplomos que echaba los bofes al tercer viaje.

El manejo del toro fue pura delicadeza y, de paso, improvisación constante sobre el propio repertorio, que es muy largo. Con la mano izquierda, muletazos de pulso insuperable; la manera de montar ayuda y muleta en un ángulo preciso, mínimo, pero de justo vuelo; los cambios de mano sin la menor violencia; el sitio elegido para dejar al toro confiarse. Una estocada atravesada y un descabello. Y hasta septiembre. Fue inteligencia contratarse en Sevilla para la corrida estelar de San Miguel.

Perera se fue a portagayola para recibir a segundo y quinto, a los dos los pasó de capa con firmeza en limpios lances y con los dos de peleó terco, consentidor, infatigable. Rebrincado el segundo de la tarde, no le dejó brillar más que lo justo en una tanda de ochos y rizos. Las claudicaciones repetidas del quinto, que había respirado con un punto de fiereza, desbarataron el plan de una faena de riesgo.

La noticia mayor de la corrida no fue Morante sino, muy a última hora, un Daniel Luque en carísima versión. Mejor que nunca. Con un sobrero muy noble de Juan Pedro, pero tan noble como frágil, y tan frágil como encastado. Y un toro solo apto para virtuosos del toreo de toque y temple. Del toreo sin tirones y bien rematado. Luque se había prodigado con el capote: a pies juntos, a la verónica de compás abierto, en medias muy bien cortadas.

Había buscado toreo de alardes y cambios de mano en la primera faena a un toro de El Pilar apagadito, pajuno y bueno. Pero a este sobrero del hierro de Parladé le hizo el toreo de fondo o elemental -mandar, templar, ligar- por las dos manos con una seguridad y una calma de pasmo. La facilidad de siempre y casi privativa, pues no habrá torero más fácil ahora mismo.

El prodigioso dominio de los avíos, que no parecen ni pesarle. Pero, además, la entrega caliente y hasta arrebatada para cuajar un toro sin escatimar nada. Soberbio. La música se resistió tanto y atacó tan tarde que Luque la quiso hacer callar, pero no hay quien se calle en la plaza de los grandes silencios cuando el lío es de los gordos. Una estocada, una oreja cara de verdad. De las que se guardan.

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