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TEXTO: JOSÉ AHUMADA FOTOGRAFÍA: ALBERT GONZÁLEZ FARRAN
Domingo, 21 de abril 2013, 02:19
En el campamento de refugiados de Abu Shouk, situado al Norte de Darfur, en Sudán, el agua se mide en sorbos. Kariya Mohamed Abbakar, a quien pertenece la mano que sujeta el cuenco, es la encargada del suministro familiar: cada semana recorre el largo camino que separa su tienda del pozo más cercano para volver con un par de bidones en la carretilla. Su espalda y su economía solo le permiten cargar ochenta litros, con los que deberán arreglarse todos hasta dentro de siete días. Cualquiera de nosotros gasta 200 a diario.
Sudán, y Darfur en particular, llevan años encadenando una guerra tras otra. El último conflicto, que empezó en 2003, ha cosechado ya más de 400.000 vidas -algunas ONG duplican la cifra- y ha obligado a 2,5 millones de personas a abandonar sus hogares huyendo del horror. Se habla de enfrentamientos tribales, conflictos raciales y contiendas religiosas pero, en definitiva, se trata de una lucha desesperada por el agua.
Recientemente, una serie de prospecciones han mostrado evidencias de la existencia de un gigantesco lago subterráneo en la zona. Ese tesoro es la gran esperanza de un pueblo que nunca ha logrado saciar su sed.
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