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BARQUERITO
Martes, 30 de abril 2013, 11:42
Una cogida del todo inesperada: el toro llevaba dentro la muerte -una estocada perpendicular pero letal-, estaba para echarse en tablas pero no acaba de doblar y Cerro, en un alarde, se vino a inclinar sobre el testuz del toro hasta verlo morir rendido. Justo antes de doblar, el toro le atizó a Cerro en las partes pudendas un seco derrote que hizo sangre de inmediato. Cerro cayó de espaldas. Lo recogieron las cuadrillas. Antes de llegar al portón de la enfermería el torero y las asistencias, rodó el toro, que fue uno de los dos de mejor son de la corrida pero hubo de jugarse en medio de un vendaval.
El viento encareció un trabajo de distinguida categoría. Un saludo a porta gayola tragándose Rafael el sapo de un violento salto por encima de la cabeza -el toro no atendió a reclamo-, una linda brega de capotazos por delante, un precioso y logrado quite por las afueras -el galleo por chicuelinas- antes de la primera vara, y después de ella un airoso ramillete de delantales, y una faena de rica sustancia y puro valor sin cuento: distancia en la primera toma con la mano derecha, encaje, firmeza rotunda, temple, dominio, ligazón en tres series de cuatro redondos y el de pecho, intentos en serio por la mano izquierda -el toro protestaba, se acostaba y quiso hasta pararse-, y vuelta a la diestra para, a pesar de que el viento amenazaba con desarmarlo, cruzarse Rafael con descaro infinito al pitón contrario.
Todo eso, y en particular el remate, fue de un dramatismo estremecedor. Un doble desplante: primero, en cara a cara con la muleta escondida y revolada por el viento; luego, a la brava manera, columpiándose con la cabeza sobre el testuz. Pura temeridad, pero todo torería. La gente bramó porque pasó miedo. La igualada fue costosa. En la suerte contraria, un pinchazo arriba; un aviso; a toro encogido, la estocada. La cornada produjo espanto en la gente cercana. No cundió una petición de oreja, se enrocó el palco, que solo contó pañuelos pero no supo valorar méritos, y dieron la vuelta al ruedo los tres banderilleros. David Jaro, que lidió de maravilla al toro, llevaba un nudo en la garganta.
Fue, el último domingo de abril, la final del concurso de novilladas de Canal Plus. Tres festejos previos este mismo mes, nueve aspirantes y tres finalistas. Muy valientes los tres: no solo Rafael Cerro, tan heroico. También Tomás Campos y el mexicano Brandon Campos. Y una novillada muy astifina y muy desigual. Primero y, sobre todo, quinto, con cuajo y trapío de cuatreños. Incierto, suelto, bronco y manso de blandearse el uno; bravucón el otro, que remató derrotando, cabeceó y terminó defendiéndose. Con el primero dio ya Rafael Cerro la impresión de venir a comerse el mundo: a porta gayola, un quite por tapatías o valencianas valentísimo, un trasteo de alto riesgo -con cogida aparatosa incluida- y de aguantar miradas, punteos y derrotes, y una gran estocada en la suerte contraria.
Tomás Campos, de gran pulcritud formal y posado asiento, dispuso del quinto con entereza y segura serenidad, se atascó con el descabello, tuvo que pasar con la espada dos veces -y no era fácil- y dejó la impresión de torero cabal y capaz que siempre deja. ¿Algo frío de cuello? No perdonó ni un quite y le dio réplica a Cerro en los dos toros : en el primero, por templadas gaoneras; en el cuarto, por chicuelinas. A pesar del viento, Tomás supo enredarse despacio con la mano izquierda en su primer turno. El segundo novillo de Guadaira fue el único que pareció novillo utrero. El más noble y elástico de los seis.
Y el mexicano Brandon Campos: firme, vertical, entregado, sentido del temple, toreo de mano baja, desgarro, valor inmenso. Menos hecho que Cerro o Tomás Campos. Pero tan atrevido como el propio Cerro. Un sobrero de Julio García tuvo conducta de morucho -ni celo ni fijeza, se afligía-, lo desarmó porque se quitaba de encima los trastos y lo cogió metiéndosele por debajo pero sin llegar a herirlo.
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