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BARQUERITO
Viernes, 31 de mayo 2013, 11:03
Con tres toros de la corrida de Adolfo Martín se vivieron emociones mayores. Primero, cuarto y quinto de sorteo. Cuarto y quinto fueron toros distintos pero igual de espectaculares. Escarbó de fiero y no de manso el cuarto, que se resolvió de partida con cierta agresividad pero estilo formidable, se atemperó en banderillas y tardeó entonces más de lo previsto, y, aunque tuvo fijeza en la muleta, se aplomó demasiado pronto. Era un toro más entrepelado que cárdeno y, por el nombre, 'Baratillo', de la reata infalible de los Barateros de Albaserrada, de línea Ibarra.
El quinto de sorteo se soltó de sexto por imponderables. Castaño estaba siendo intervenido de una cornadita en el pulgar de la derecha. Toro de hechuras todavía más hermosas que el cuarto. Cárdeno capirote, muy marcado el listón negro. El galope de esos dos toros, que se daban aire de parentela, fue de salida muy bello de ver. El uno, con una velocidad de vértigo, propia de la fiereza pero en viajes humillados; el otro, con estilo de pura sangre. Este quinto, o sexto, se hizo de rogar para ir al caballo hasta tres veces, pero las tres lo hizo galopando con el mismo estilo de salida. Tardos en banderillas uno y otro, se entregaron en las reuniones de los pares con la misma fe que en el caballo.
El sexto hizo el surco de tanto humillar al embestir, repitió con tranco del caro o al ralentí, según. Con algo más de empuje, habría sido un toro de bandera. El toro que abrió el desfile fue muy de otra manera. Un señor pavo, de cuajo rotundo, badanudo, alto de agujas, veleto de gruesas mazorcas. Justo de motor, un punto remiso, de sorprendente fijeza, muy noble. Hubo un tercero de corrida, veleto y casi paso, de mutante carácter pero combativo.
Y, en fin, dos toros muy complicados: un segundo de mucha viveza pero que pegó tarascadas sin cuento y un sexto de sorteo, quinto en saltar, sumamente incierto, orientado, frenado pero también felino cuando buscó o cortó. El conjunto tuvo la virtud de variedad y, además, la fortuna de ser corrida con una segunda mitad mejor que la primera, que no fue mala sino todo lo contrario.
Brillante y valeroso
Dos toros de los de mejor aire y fondo, primero y cuarto, tuvieron, además, la suerte de encontrarse con un Antonio Ferrera en estado de gracia. Brillante, serio, inteligente y valeroso en las dos bazas. Competente, solícito y atento como director de lidia, y tanto que una parte no menor del espectáculo estuvo en sus manos, en su capote de brega, en la manera de sujetar y fijar no sólo sus dos toros sino los dos de Castaño. Y la pureza del toreo a la verónica de salida, perfecto encaje, manos bajas y templadísimo vuelo. La madeja de siete verónicas en los medios y la media en el saludo del cuarto fue espléndida; los lances para fijar y recoger al primero, también.
Con este cumplió una faena serísima, templada y acompasada a pesar de que hubo que tirar siempre del toro o aguantarle entre pitones sin titubear. Y cruzarse desenfadadamente o pisarle el terreno donde el noble se rinde, y ese fue el caso. Trabajo de gran autoridad, en un palmo de terreno. La estocada fue extraordinaria por todo.
El cuarto de corrida le duró a Ferrera menos de lo que deseaba y esperaba. El derribo en la primera vara fue para el toro muy lesivo; el segundo puyazo, un fastidio y el tercio de banderillas pasó factura. Por la cantidad de tiempos muertos, mala para el toro tardo. Y este se aplomó. Fino Ferrera para medir los ataques y los tiempos, firme para traerse a pulso al toro por las dos manos. Ni siquiera con la voz. Silencioso toda la tarde el torero extremeño. Hablaron los hechos. Otra excelente estocada, un descabello. Una oreja, gran triunfo que marcó distancias notables con los dos compañeros de terna.
Muy de verdad los dos. La sinceridad, la resolución y el sitio de Alberto Aguilar con el tercero de la tarde, su calma cuando le protestó debajo el toro; y el corazón suficiente para no atragantarse ni apurarse con el incierto quinto, que habrá sido uno de los tres más difíciles de San Isidro si no el que más. Castaño tuvo que cortar por lo sano con el segundo, que, agarrado al piso pero violento al atacar, le pegó un pitonazo en la mano y se lo pegó con el pitón de salida o de fuera, que no es fácil.
Al bravo sexto se encargó de lucirlo en varas -la ayuda de Ferrera fue entonces clave, la puntería y la monta de Tito Sandoval también-, dejó que la cuadrilla hiciera en banderillas encaje de puntilla y, en fin, se atrevió con el toro a la hora de faenar. Una faena de corazón, segura, de mucho oficio, y de todavía más emoción que oficio, pero con un lastre: faltó ligar tres seguidos por cualquiera de las dos manos del toro. Todo en un solo terreno: las rayas casi frente al burladero de capotes. La espada entró tarde y tendida.
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