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TANIA AGÚNDEZ
Miércoles, 12 de junio 2013, 09:32
Sonia tiene 34 años y desde hace dos meses no pisa las calles de Badajoz. Esta joven portuguesa, interna en el centro penitenciario de la capital pacense, volvía ayer a pasear por las calles de la ciudad con motivo de una salida terapéutica que organizó la obra social 'la Caixa'. Gracias a esta iniciativa, Sonia y otros nueve reclusos más disfrutaron de una visita turística por Badajoz y Olivenza.
Los participantes estuvieron acompañados durante toda la jornada por once voluntarios mayores pertenecientes a la Asociación de Voluntarios Mayores de Extremadura (AVIMEX). Se trata de las mismas personas que enseñan informática a los presos en la cárcel, ya que la actividad se enmarca dentro del programa 'Gente3.0' que la obra social de la citada entidad financiera lleva a cabo en colaboración con Instituciones Penitenciarias y con el Sepad, dependiente de la Junta de Extremadura.
La cita comenzó a las 10.30 horas de ayer y finalizó alrededor de las 19.30 horas. Los asistentes realizaron una visita guiada por los principales monumentos del Casco Antiguo de Badajoz, como Puerta de Palmas, el Museo de la Ciudad Luis de Morales o la Alcazaba. Posteriormente, disfrutaron de una comida en el centro de mayores de Olivenza, municipio que también conocieron.
Según explicó Augusto Durán, educador del centro penitenciario, las personas que participaron en esta visita cultural fueron internos de segundo y tercer grado, es decir, que hubieran cumplido al menos la cuarta parte de su condena. Por lo tanto, la mayoría de ellos ya está disfrutando de permisos de salida. «A ellos les viene muy bien, ya que con estas iniciativas se motivan más», indicó.
El objetivo de esta cita era generar un espacio de encuentro intergeneracional del que se pudieran beneficiar ambos colectivos. Por un lado, se trataba de facilitar y favorecer la inclusión social de los internos al mismo tiempo que los voluntarios mayores que colaboran en esta actividad pudieran aumentar su participación, calidad de vida y autonomía personal.
«Durante todo el año, los voluntarios desarrollan acciones de alfabetización tecnológica con aquellos colectivos que tienen más dificultades en la inclusión digital, como es el caso de algunos internos. Esta salida terapéutica es una especie de colofón a esta actividad», concretó Santiago Cambero, gestor de la obra social 'la Caixa' en Extremadura.
Ambos colectivos quedaron muy satisfechos. «Este tipo de eventos te permite vivir nuevas experiencias. Es muy agradable poder salir y sobre todo sentir que la gente no muestra reparo hacia nosotros, sino que nos ven como personas normales que hemos podido cometer algún error en la vida», declaró Sonia. Con ella coincidió Curro Álvarez, de 48 años, que está cumpliendo una condena de 6 años y 9 meses. «Es otra forma de ir tomando contacto con la realidad y el mundo exterior. Cuando sales las primeras veces de la cárcel te sientes algo inseguro. Es cuestión de adaptarse», manifestó.
Presos y voluntarios que coinciden en el aula de informática confirman que han establecido fuertes vínculos afectivos que van más allá de la relación alumno-profesor. «Para nosotros son como familiares. Muchas veces los sentimos como hijos o nietos y ellos también nos tratan como si lo fueran. Nos transmiten mucho cariño y agradecimiento por la labor que realizamos», dice Lorenzo Salguero, presidente de la Asociación de Voluntarios Mayores de Extremadura.
Los ancianos aseguran que la experiencia les aporta valores, afecto y nuevas vivencias que comparten con los reclusos. «Soy madre y abuela, pero en mis 65 años de vida nunca me he sentido más realizada desde el punto de vista humano como ahora. Los internos son muy cariñosos y nos transmiten muchas ganas de aprender y vivir», destaca Inés Asama, una voluntaria del programa. «Nos retroalimentamos ambos colectivos. Todos tenemos algo que aportar y algo nuevo que aprender. Los chiquillos son personas con mucha sensibilidad y eso se nota. Nosotros, realizando este tipo de actividades, nos seguimos sintiendo vivos y útiles», apuntó Ernesto Hernández, otro voluntario.
Los sentimientos son recíprocos. «Los voluntarios nos dan fuerza, ánimos, cercanía y nos hacen saber que se pueden acabar con los estereotipos que la sociedad tiene hacia las personas que pasamos por la cárcel. La verdad es que para nosotros son un gran apoyo», concluyen Sonia y Curro.
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