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La Torre de Valencia, obra de Carvajal, en las inmediaciones del Parque del Retiro (Madrid). :: ERNESTO AGUDO
Carvajal, un humanista práctico
SOCIEDAD

Carvajal, un humanista práctico

Fallece a los 87 años un imprescindible de la arquitectura española del siglo XX

MICHAEL MCLOUGHLIN

Sábado, 15 de junio 2013, 02:20

En una esquina del madrileño Parque del Retiro se levanta con autoridad la Torre de Valencia. La alargada sombra que proyecta la angulosa silueta de este edificio, sin duda, denota que es una de las piezas más simbólicas y representativas del excepcional legado arquitectónico que deja con su muerte Javier Carvajal Ferrer. Nacido en Barcelona en 1926, es un imprescindible de la profesión durante la segunda mitad del siglo XX en España. Javier Carvajal falleció ayer a los 87 años en la capital, ciudad que se apropió del grueso de su prolífica carrera.

El trabajo de Carvajal Ferrer fue el de alguien no exento de contradicciones pero presidido por la inquietud y el entusiasmo que le llevó a componer, desde sus primeros años, una rompedora concepción que ayudó al gremio a unirse a una batería de disciplinas artísticas que empujaron al país a desprenderse del gris y plomizo panorama de la posguerra. Purista y milimétrico en lo que a los pormenores constructivos se refiere, edificios como la sede de la Organización Mundial del Turismo, el zoo, el edificio Adriática -todos ellos en Madrid-, la Escuela de Comercio de la Ciudad Condal, la Biblioteca de la Universidad de Navarra o el Banco Industrial de León son solo algunas muestras de la fuerza de la que dotó a sus encargos.

Nacido en el seno de una familia de abogados, que le impuso por tradición la carrera de Derecho, fue un alumno brillante. Su formación en Arquitectura discurrió simultáneamente con su aprendizaje en leyes. Su trayectoria acabó discurriendo también más allá de los Pirineos y al otro lado del Atlántico. El Pabellón de España en la Exposición Internacional de Nueva York que la Gran Manzana -donde vivió una temporada- acogió en 1964 fue recibido entonces con enormes alabanzas que se materializaron en el Primer Premio otorgado por el Instituto de Arquitectura Americano. En el apartado internacional, brillan con luz propia el Panteón de los Españoles de Roma o la Biblioteca Imperial de Teherán.

Su larga estancia en Francia le permitió conocer a la entonces tierna clase media a la que el desarrollo de Europa iba dando forma. Incrustó en su ADN estilístico retazos de esta realidad social que eclosionaba en el Viejo Continente y de ahí, según afirmó, heredó el gusto por los bloques de viviendas -donde la gente podía realmente «ser feliz»- y que dieron paso a las casas de Somosaguas y Monte Esquinza.

Proyectos que nacieron en su estudio, adonde llegaba en muchas ocasiones tras maratonianas jornadas como docente, una «verdadera pasión» que el propio Carvajal confesó con motivo de la recogida del Antonio Camuñas en 2002. Con 29 años, la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid -donde años después ejercería de decano- lo elevó hasta convertirse en el catedrático más joven de España. Entre 1972 y 1974, a petición del responsable de Educación, Villar Palasí, tomó las riendas también de la Escuela de Arquitectura en Barcelona. Su labor académica ha sido y es reconocida por colegas de todos los estratos.

Él mismo explicó en su día que trababa de instaurar en sus aulas la idea de que su ocupación venía marcada por el humanismo: «Estamos al servicio del hombre, al que queremos hacer feliz. Si solo fuésemos artistas o técnicos, nos quedaríamos mancos». Esta naturaleza también se percibió, por ejemplo, en su lado más personal. Nunca llegó a entender las críticas que muchos vertieron por la Torre de Valencia por romper el antiguo 'skyline' madrileño y estropear, decían, las vistas desde la Puerta de Alcalá, una polémica que revivía esporádicamente.

Este hombre, templado en el contexto político de la época, vio cómo su vida estuvo jalonada con un ecléctico listado de galardones. La medalla de Bellas Artes, el Friz Schumacher a la mejor arquitectura de Europa de 1968, la Cruz de Caballero de la Orden de Isabel la Católica o la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio son algunos de ellos. El más tardío de todos fue la Medalla de Oro de la Arquitectura Española, que recibió el pasado año.

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