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¿Qué ha pasado hoy, 14 de abril, en Extremadura?
Antonio Ferrera da un pase con la muleta al primero de su lote. :: EFE
Una señora corrida de Alcurrucén tan armada como apagada
TOROS

Una señora corrida de Alcurrucén tan armada como apagada

No se aflige nadie: Ferrera hace valer su experiencia y su carácter, Nazaré se enreda bien con un manejable quinto y López Simón deja huella de su sereno y seco valor

BARQUERITO

Lunes, 8 de julio 2013, 10:58

De los ocho toros de Alcurrucén del manifiesto en la Rochapea, el mejor rematado era uno de los solo dos negros del envío. Fue uno de los seis que corrieron el encierro. A velocidad de bólido. Carrera masiva -cerca de cuatro mil corredores- pero los toros la fueron despejando como la proa de un crucero. El negro marcó el compás. En un resbalón se partió un pitón y no pasó por eso el reconocimiento. Esa duda quedó.

El único que se rezagó pudo haber provocado una escabechina en el tramo del Callejón que da acceso a la plaza desde el final de Estafeta, donde más toros se vuelven. Casi dos minutos se estuvo en solitario y aturdido, rodeado de corredores en montón que tuvo a mano. No hizo por ellos ni amago. Cuando se abrió un hueco entre tanta gente, se metió por él. Era, como el resto de corrida, de imponente percha. El toro Deseadito, 570 kilos de báscula, que rompió el fuego de sanfermines con aura de santo.

Mucha gente sabía que este Deseadito les había perdonado la vida a unos cuantos mozos por la mañana. Y eso fue seguramente lo mejor que hizo. Frío, frenado, encogido, blando de dolerse chamuscado en dos varas, tan fijo como parado, sin la menor elasticidad, el toro indulgentísimo no tuvo ni el golpe de riñón ni la agilidad propios del encaste Núñez. Ni las concesiones de Ferrera en banderillas -hubo que llegar mucho porque el toro no se arrancaba- ni los intentos de tirar suavemente ni el abrirse fuera de las rayas dejándose ver el torero. Nada provocaba al toro, de seráfica pero indolente condición. Ferrera se le metió entre pitones. No hubo manera. Una estocada atravesada y desprendida.

Por el negro lebrel mutilado, entró en sorteo un colorado de limpias puntas blancas, ligeramente bizco, calzado y serio. Lo que el Deseadito tuvo de aplomado lo tuvo éste de apagado. Se empleó, sin embargo, en el caballo y López Simón hizo en su turno un atrevido y ajustado quite por gaoneras. No replicó Antonio Nazaré porque ya se paró entonces el toro. Y, luego, una faena de mero aguante, en terrenos mínimos, o mínima distancia, que no fue árnica para toro tan sin celo.

El tercer alcurrucén era de reata de músicos -Cornetillo, 525 kilos-y en los primeros galopes se dejó sentir como toro de familia buena. Descolgó, pero, asustado, escarbó casi al tiempo y, luego, frenado, se movió sesgado. Cobró a modo en el caballo, esperó en banderillas y prendió en el segundo par al tercero de cuadrilla de López Simón. No lo hirió al prenderlo, pero en el suelo le pegó un pitonazo en la cabeza de los que arrancan la piel del cuero cabelludo. Herida en scalp, dicen los cirujanos. Pudo haber sido mucho peor. El pitonazo hizo callar a las ruidosas peñas. Una sentida ovación acompañó camino de la enfermería al banderillero, El Chetu, que sangraba aparatosamente.

Entonces se vivieron los momentos más emocionantes de la corrida. López Simón brindó al público y, aunque el toro estaba incierto, se lo pasó con gran ajuste en una primera tanda de banderas y en una siguiente en redondo templada y resuelta. Al toro le costó pasar del tercer muletazo y en el cuarto de tanda tuvo el torero de Barajas que rectificar para no salir empalado. Faena de lindo encaje y buen pulso, pero sin brillo mayor porque el toro estuvo en renuncio de medios viajes demasiado pronto. Un temerario final de toreo de rodillas puso caliente a las peñas. Muy bonito un desplante agarrado López Simón al pitón izquierdo del toro en señal de autoridad. Una estocada caída y ladeada desdijo de tan limpio trabajo. Un descabello.

Llegó la hora de merienda, dejaron de cantar las peñas, enmudecieron las fanfarrias y empezaron a salir uno tras otro tres toros de descomunal artillería. El cuarto lucía dos garfios jamoneros terroríficos; el quinto, ensillado, pechugón y corto de manos, se dejaba ver por dos antenas formidables; el sexto, igual de astifino pero menos escandaloso, tenía más músculo y culata que los otros dos. Los tres imponían por igual. No se afligió nadie. Ferrera, con oficio del caro, le buscó las vueltas al cuarto sin desmayo y, cuando se apalancó el toro, se atrevió a pendulear con él como si la cuerna fuera de goma. Se entretuvo más de la cuenta y no le dejó el toro pasar con la espada: tres pinchazos, una estocada sin puntilla cuando ya había sonado el segundo aviso. El quinto tuvo la nobleza y la falta de son tan común a casi los seis de corrida. Protestó en varas y esperó en banderillas, pero fue de dócil temperamento. Nazaré le echó la muleta al hocico en dos primeras tandas de remover al toro y luego optó por una faena de larguísimo metraje sin apenas variaciones, pero la firma, al menos, de cuatro o cinco muletazos a pies juntos con la izquierda de rancio sabor. Una notable estocada y una vuelta al ruedo de consolación,

El sexto, que reculó de salida mucho y llegó a volver grupas, acusó en eso los efectos del encierro. Hubo que picarlo pasando la segunda raya, pero ni sangrado dejó de estar acobardado el toro, que fue el más difícil de los seis: por genio. López Simón le anduvo con entereza buscando el imposible.

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