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ÍÑIGO DOMINGUEZ
Domingo, 21 de julio 2013, 13:02
La gente se conoce tanto por sus principios como por sus finales. Para los primeros, Berlusconi es como Groucho -«estos son mis principios, si no le gustan tengo otros»- y ya decía Indro Montanelli, que le conocía bien, que no tiene ideas, solo intereses. Pero de esos hablaremos otro día. Hoy me refería al inicio del imperio de Berlusconi, que le retrata a la perfección, y a su propio final, que ya tiene organizado. No sé cuál es peor, pero mejor empecemos por el principio.
En 1974 Berlusconi era uno de los grandes constructores de Milán y quiso dar el salto a la aristocracia. Le echó el ojo a una mansión principesca del siglo XVIII en las afueras, Villa San Martino, en Arcore. Sí, se haría famosa décadas después con el 'bunga bunga'. Pero la historia de cómo se hizo con ella es aún más desagradable. El palacio tiene 145 habitaciones, caballerizas, reserva de caza, biblioteca con 10.000 libros antiguos y una pinacoteca con Tiépolos y Tintorettos. Pertenecía a los marqueses Casati Stampa, unos nobles que cerraron su decadencia en la página de sucesos: él le pegó un tiro a ella y a su amante y luego se suicidó. Como única heredera quedó su hija Annamaria, una pobre chavala de 19 años que para los asuntos legales se puso en manos de un abogado llamado Cesare Previti. Destrozada, se fue a vivir a Brasil y puso a la venta la casa. Previti le encontró un comprador, Silvio Berlusconi.
Ella no lo sabía, pero Previti empezó a trabajar para el magnate y entre los dos la engañaron como a una niña, que es lo que era. Le convenció para vender el palacio por 500 millones de liras (unos 258.200 euros), una auténtica miseria, y además incluyó en el lote la biblioteca, los cuadros y los terrenos, que ella había ordenado dejar fuera. Además, Berlusconi tardó seis años en pagar y en ese tiempo a la chica le tocó apoquinar con las tasas de la mansión. Previti también vendió a su nuevo amigo otro tesoro del patrimonio de los Casati Stampa, 246 hectáreas de un pueblo llamado Cusago que abarcaban medio municipio, parte de su centro histórico y un castillo. A Berlusconi le salió gratis porque camelaron a la huérfana con un pago en acciones de una sociedad del 'Cavaliere', que era como pagarle con billetes del monopoli. Cuando quiso vender su cuota el propio Berlusconi se la compró a la mitad del valor que le había asegurado que tenían. Entretanto, en Cusago recalificaron los terrenos y él los colocó por un valor 10.000 veces superior al original. Amargada, expoliada y estafada, la buena mujer no volvió a pisar Italia. Previti se convirtió en mano derecha de Berlusconi, entre otras cosas para comprar jueces en sus litigios, y acabó de ministro de Defensa en 1994, cuando el magnate llegó al poder.
Así se funda el mito de Arcore, en el fango moral. Pero lo mejor es cómo terminará un día. Para comprender lo loco que está Berlusconi no hay nada como la delirante historia de su mausoleo faraónico. En 1988 se construyó en los jardines de Arcore una colosal cripta subterránea de motivos neopaganos y esotéricos -curioso para un líder de la derecha y defensor de los valores cristianos- donde será enterrado el día que muera, seguramente aparentando la mitad de su edad. Han salido imágenes y es una apoteosis babilónico-milanesa de mármol con esferas, conos y símbolos majaras.
Gorbachov, alucinado
Pero lo increíble es que en ese panteón Berlusconi ha reservado sitio para su círculo de amiguetes y mangantes, para que ni la muerte los separe y se lleven hasta allí sus secretos. Su gran sarcófago de 'Berluskamón' está en el centro y le rodean los nichos ya asignados de Fedele Confalonieri, el colega de la infancia que dirige sus televisiones; el presentador de sus surrealistas telediarios, Emilio Fede, procesado en el 'caso Ruby' por llevarle tías; su mano derecha, Marcello Dell'Utri, condenado por ser su enlace con la Mafia y... Cesare Previti. Montanelli relató que un día Berlusconi le invitó a comer y luego le mostró el mausoleo. En esto le ofreció una plaza dentro de su club eterno de elegidos, pero él respondió en latín con su afilada ironía: «Señor, yo no soy digno». Berlusconi fardaba de su obra con los invitados y hay imágenes de una visita de Gorbachov, que asiste alucinado a las explicaciones.
Naturalmente el mausoleo era ilegal. Uno no se puede construir un cementerio en su casa. Está registrado hábilmente como «depósito de material inerte». Se supone que lo habrá arreglado con algún decreto, pero ya puestos casi mejor que sea ilegal y deje este mundo pasándose por el forro la ley hasta el final.
La huérfana. La compra de la fastuosa villa en 1974 oculta la triste historia de una huérfana, la hija de los marqueses de Casati Stampa. El abogado que llevó la operación fue nombrado ministro de Defensa.
Con sus amiguetes. El 'Cavaliere' ha previsto su final con un mausoleo faraónico en su jardín, donde quiere ser enterrado con su círculo de amiguetes y mangantes.
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