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LUCÍA CAMPÓN GIBELLO
Miércoles, 21 de agosto 2013, 02:19
La venta ambulante en la localidad está prohibida. A día de hoy, sólo es posible con un puesto fijo en el mercadillo de los viernes. Pero, durante el verano, el número de personas que optan por obviar la normativa impuesta por el Ayuntamiento aumenta, y son muchos los megáfonos que ofertan «ricos melones y sandías» o «tomates a tan sólo un euro señora».
Para evitar esta situación, la Policía Local se mantiene en jaque y desde hace un tiempo han optado por poner multas de tráfico a quienes actúan de forma ilegal. En lo que va de verano han impuesto más de una veintena. Aseguran que las multas de este tipo son más efectivas. «Lo hacemos de forma disuasoria porque este tipo de multas hace más daño porque les quitas puntos del carnet de conducir y eso no les gusta», dicen.
No llevar el cinturón puesto por la localidad está castigado con tres puntos y 200 euros de multa. También tienen que desembolsar una gran parte de dinero si la Policía les pilla sin pasar la inspección técnica obligatoria de los vehículos.
Y es que esta actuación ayuda a erradicar este problema con mayor efectividad porque las multas por venta ambulante parecen no llegar a buen fin. Por un lado, se denuncia la falta de licencia municipal para la venta ambulante ante la Dirección General de Comercio de la Junta de Extremadura. «Es difícil que ellos paguen esas multas porque no tienen asignados domicilios o los vehículos no están puestos a sus nombres y no les suelen llegar», explican.
Por otro lado, se interponen denuncias ante la Jefatura Provincial de la Inspección de Trabajo y la Seguridad Social por carecer de justificantes de su afiliación o alta en el correspondiente régimen de la Seguridad Social. «Esto también les perjudica mucho porque se pueden quedar sin prestaciones en el caso de que las estén cobrando al ser multados por la venta en las calles», argumentan.
Sin embargo, la Policía reconoce que este problema se eliminaría totalmente en el momento que los vecinos dejaran de comprar fruta a las puertas de sus casas. «Si nadie en el pueblo comprara, ellos no volverían a venir», indican.
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