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Miguel Ángel Perera da la vuelta al ruedo tras conseguir una oreja en Bilbao. :: EFE
Duelo menor, gana Perera
TOROS

Duelo menor, gana Perera

Se lidiaron cinco toros de Fuente Ymbro y uno de Alcurrucén y el quinto proporcionó al torero extremeño un trofeo satisfactorio Logró un apéndice en el mano a mano que le enfrentó a Iván Fandiño en Bilbao

BARQUERITO

Sábado, 24 de agosto 2013, 12:23

Abrió un toro astifino y bien hecho, de muchos pies. Parecía que, pero solo lo pareció: dos picotazos, casi simulados los dos. Ninguna fuerza. Y a pesar de eso, salió a quitar Fandiño. Por gaoneras, cuatro, y una revolera. Perera replicó. Por chicuelinas, cuatro también, y la revolera inevitable. Con esos diez lances, y los dos puyacitos, el toro estaba ya pidiendo la cuenta. Rebrincado, tambaleante, se tuvo de pie en embestidas agónicas. Perera estaría pensándose desde el primer viaje si cortar por lo sano o no. Fue gentil con el toro y, por tanto, con el ganadero. Tan firme como suele Perera, y así estuvo toda la tarde y en los tres turnos. Era corrida mano a mano. Y ya no habrá más. ¿Hasta el año que viene o hasta nunca jamás? Una estocada desprendida, un descabello.

Después de los dos quites primeros, ya no volvieron a verse las caras Perera y Fandiño en toda la corrida. Vestido de blanco y plata, el sobresaliente, Pepe Luis Gallego, que tuvo en sus días ya lejanos de novillero muy buen aire con el capote -se le comparó con Julio Robles, y sin exagerar-, no tuvo ni opción de salir. Ni fue tampoco invitado. Con muy justo gas se sostuvo la corrida de Fuente Ymbro, que fue, de salida, corretona. No es lo mismo corretear que galopar. Nada que ver una cosa con otra. Como tantos toros corretones -¡no todos!- el primero de Fandiño, segundo de corrida, se puso gazaponcito y, además de eso, con el trote nervioso buscó irse y no quedarse. Se iba de engaño. Habilidoso, Fandiño le pegó sueltos muletazos aprovechando los viajes de huida, y llegó a pegarle hasta tres seguidos. Hasta que se cansó. Una estocada muy trasera y pasada, dos descabellos.

Era corrida de cuatro toros negros y dos castaños, que se abrieron en lotes distintos. El tercero de la tarde era de los castaños. Muy bonito. Se dejó media vida en un puyazo romaneado, se dolió en banderillas y sacó mejor aire que los dos primeros. Pero tendría marcado el destino en negro: a los diez viajes o poco más se le chascó la mano derecha y ya no pudo apoyarla en firme más. Ni para tomar impulso. Perera hizo a la gente gesto de que así no se podía. Y no se pudo. Un pinchazo y una estocada.

Cundió la impaciencia. Pero asomó un cuarto de imponente armadura: finísima corona, hondo cuajo pese a dar en báscula solo 530 kilos. Estaría enfermo o mal saneado, porque antes de ir al caballo amenazó con desencuadernarse. Se oyeron ligeras protestas. Devolvieron al toro. Quedaban en la reserva dos de los ocho que vinieron en el envío de Alcurrucén. Estaban de sobreros. Para Fandiño fue el primero de los dos. Un toro castaño, extraordinariamente ensillado. Muy frío, abanto, blando en el caballo, ágil en banderillas y, a la hora de retratarse, mirón. Una estocada delantera y desprendida.

Buen toro el quinto. El mejor de los seis o de los siete. De buena conducta en el caballo, claudicante tras la segunda vara. Fandiño salió a quitar inopinadamente. Un quite mixto de chicuelinas y villaltinas. Y media. Perera no se dio por aludido. Pero le habría gustado el toro. Brindó al público -como en el turno previo- y abrió fuego sin demora. Con la que fue en su día su fórmula predilecta: un péndulo en los medios, que acabaron siendo no dos sino tres, y, entre unos y otros, los cambiados por alto, dos, y un remate de pecho a pies juntos. Madeja redonda: quietud.

Vino enseguida y sin pausas un trabajo de segura determinación. Tres tandas de cuatro en redondo, muy despatarrada la segunda, por abajo siempre, prendido el toro, que se le paró tras un cambio de mano de notable firmeza. Se arrancó la banda: el Dávila Miura, de Abel Moreno. Música airosa y contagiosa. Muy torera.

Con la izquierda Perera ahora: cuatro, molinete y el de pecho. Suelto y encajado, no tan grave el gesto como suele. Dos versiones del tres en uno, muy hermosas las dos. Un gran pase de pecho. Iba a pasarse de faena cuando el toro amagó con rajarse. La espada: trasera la estocada, un descabello, un aviso, la única oreja de la tarde. Perera blandió el trofeo sin disimular la satisfacción. Era de ley. La corrida tenía de antemano aire de encerrona.

El sexto fue el de más carnes de la corrida. Escarbó, oliscó, se sostuvo bien, Perera quitó por tafalleras, el toro atacó en banderillas y Fandiño debió de relamerse. Éste sí. Pero no. Y el amargo desengaño: fue toro muy pegajoso y celoso, de los que se vuelven antes de rematar un viaje. No dejó a Iván ni asentarse ni cobrar dos ligados. Muy entero Fandiño. Una estocada, un descabello, un aviso.

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