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BARQUERITO
Domingo, 25 de agosto 2013, 14:53
No seis toros sino nueve. Fue corrida de tres sobreros y por eso mismo extenuante. Más de dos horas y media, tarde de plomizos cielos, la sexta de la semana, la resaca del sábado, puente festivo. Poca gente en la plaza. No se esperaba mucha más.
Era tarde de dos debutantes en Bilbao. De un lado, la ganadería, de Adelaida Rodríguez, con corrida completa que se torció más de lo previsto. Por flojera o falta de motor, y no por otra razón. De Adelaida se había visto en Bilbao algún sobrero encastado y guerrero. Novedad absoluta era Alberto Aguilar, madrileño de Fuencarral, que lleva cuatro o cinco temporadas batiéndose el cobre, primero en la Francia del circuito torista y luego aquí, sin dejarse escapar ni una de las bazas francesas.
Torero de acento épico, porque es de corta estatura, y eso es parte de la emoción, y porque se atreve con lo que sea. Por ejemplo, con un sobrero de casi 700 kilos del Puerto de San Lorenzo que, quinto tris de esta corrida en que se abrió hasta nueve veces la puerta del toril, parecía repescado de alguna que otra circense batalla.
Un torero muy de escuela, de la de Madrid. Pero no solo de escuela, porque la escuela sola no da tanta listeza, ni tanto celo, ni tanta ambición. Las tres cosas tiene Alberto. Su seña de identidad. Vino a Bilbao tapado y salió de esta corrida de nueve toros más que descubierto. Toreó los dos toros que mató a estoque, pero tuvo que ponerse delante de cinco. De cinco propios. Y de los dos del lote de Javier Castaño, primero y cuarto de festejo. Con esos dos quitó en su turno.
Y, en fin, el corazón en pálpito tranquilo para ponerse Alberto sin aflicción delante de cinco toros . Los que se soltaron para él. El segundo de los seis de Adelaida, el mejor hecho de la corrida, con sus dos puntas afiladísimas, acucharado, que se empleó con fijeza en una primera vara pero perdió las manos bajo el peto, cobró luego un picotazo trasero y volvió a perderlas, y entonces fue devuelto.
Alberto anduvo fino lidiando al toro: dos lances para dejarlo en suerte, y ni uno más. No llegó a caerse el toro, pero se curó en salud el palco. Se corrió turno y, en lugar del sobrero, se soltó el quinto de sorteo. Otro toro bien hecho. Suavón y frío, las fuerzas justitas, bueno el son. Se puso a chispear, se distrajo la gente buscando el abrigo cubierto de las galerías de Vista Alegre.
Bien aquilatada la faena de Alberto. De tandas cortas, como conviene cuando el toro está en el alambre, pero de menos a más las dosis. La cuarta tanda fue ya de cuatro ligados y el de pecho. En la quinta, se descaró Alberto. Con la zurda, que es su mano látigo. Suelto, alegre, confiado. El toro en la mano. Música. Una tanda de costadillo antes de cuadrar. Una estocada caída, otra trasera, un descabello, un aviso y una ovación no mendigada sino de las que se recogen desde los medios.
Y tres toros más. De quinto, el sobrero de Adelaida, playero, con pies para estirarse y galopar, abanto, grave flojera. Devuelto tras la segunda vara, que lo dejó tocado. Un segundo sobrero en la nómina. De Puerto de San Lorenzo. No más pesado que cualquiera de los de Adelaida pero mucho más cuajado. Lo toreó de capa Alberto con buen aire. Al toro empezaron a patinarle las manos enseguida, empujó en una vara pero se derrumbó en costalada al salir de ella. Una protesta agria, un segundo puyazo simulado y el pañuelo verde asomó por tercera vez. Ya no llovía. Al tercer sobrero, fuera de programa, le dieron 676 kilos. Más de diez veces el peso del propio Alberto. No le temblaron al torero las piernas ni las manos ni las ideas.
La pelea de David y Goliat. No de otra manera. Puesto delante del toro, Alberto parecía oculto por su sombra. Frente a frente montaban casi lo mismo. El hombre y la bestia. Un circular antológico, un cambio de mano, tres genuflexos por abajo, el cambiado de remate y, cuadrado casi solo el toro, la espada entera por arriba no se sabe ni cómo. Cara la oreja. Un clamor. Las ocho y media de la tarde noche.
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