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Antonio Ferrera se planta ante el primero de su lote tras poner un par de banderillas. :: EFE
Ferrera y Urdiales, dos toreros
TOROS

Ferrera y Urdiales, dos toreros

Por su parte, el torero de Arnedo demostró la pureza de sus verónicas y su temple clásico en una tarde de lluvia en Bilbao El extremeño confirma en Bilbao su estado de gracia y su capacidad de llegar al público

BARQUERITO

Lunes, 26 de agosto 2013, 11:24

Se cumplieron casi todos los ritos como en un guión prescrito. Victorino cerró Semana Grande con una corrida variada, compleja y viva. Diego Urdiales se esmeró al torear de capa. Nadie lo había hecho a la verónica en toda la semana con tanta pureza como él en el segundo toro de corrida. El propio Diego toreó de muleta con la mano izquierda, con temple, pureza clásica y asiento. Y sin escatimar: tandas de cinco y hasta seis.

No se sabe por qué razón -¿el cambio climático del segundo domingo de fiestas en Bilbao.?-, el cielo se puso gris, y el día, triste. Y llovió todo lo que no había llovido en los últimos diez días. No había llovido nada y tampoco fue para tanto. Y dos cosas más, que se salieron del común. Dirigió la banda el maestro Juanjo Ocón, segundo director invitado este año a los toros , y la banda sonó de maravilla. El repertorio habitual de Bilbao, pero brioso, afinado, acoplado.

En los balconcillos de Vista Alegre se sientan taurinos melómanos, las dos cosas, y cuando la banda cerró el pasodoble de arrastre del quinto, se volvieron hacia los músicos y aplaudieron. Ocón saludó tímidamente. No sabría que le estaban escuchando. O pensaría que las palmas son en los toros premio exclusivo de los toreros.

Y de los toros bravos. Los hubo en la corrida de Victorino, pareja, bella, bien hecha, en tipo, astifina. No hubo alimañas. Ya hace tiempo que no.

No solo Urdiales, tan virtuoso con el capote a la verónica -los seis lances más bellos de la semana, los de mejor cadencia- como puro en una tanda ligada con la zurda. ¿La mejor de la semana con permiso de Perera, El Juli y Alberto Aguilar? Además de Urdiales, Ferrera.

Ferrera en estado de gracia. Le sale todo, encuentra toro en todas partes, se vacía con el que sirve y con el que no, porque de pronto parecen servirle todos. Y los saltillos de Victorino parecen venirle como anillo al dedo. No sufre, no se atraganta. Y rompe con esa epidemia de monotonía que ha pasado a ser en el repertorio moderno de muleta como una nube tóxica. También Ferrera se estiró de capa en los lances de recibo, jugó los brazos, se encajó, le cambió al primer toro terrenos, acertó a soltarlo tiempo, lo lidió con criterio Y al cuarto, que asomó fiero, lo mismo y mejor: cinco lances amplios en los medios, de capote muy volado, traído el toro por delante, bien librado, y una media estupenda. Con Ferrera se vivieron, de acuerdo con el guión imaginado, dos tercios de banderillas bastante brillantes: cuarteos, reuniones de dentro afuera y de poder a poder, ataques en tablas, un cambio con recorte y salida por delante dedo en ristre hasta dejar al toro firmes.

Ese fue el cuarto de corrida, pronto y repetidor, de largo viaje por la mano izquierda. Y por ella fue casi entera una faena de Ferrera de gran descaro, segurísima en los enganches, firme en la ligazón. Sin una sola ventaja. De fondo la banda de música: el 'Camino de rosas' de José Franco. Público volcado, porque Ferrera ha ganado hasta en eso, en la manera de llegar a la gente. La estocada asomó. Atravesada. Un descabello. Una vuelta al ruedo bien ganada.

De garbo parecido, y de idéntica autoridad, había sido la primera faena de esta corrida que se jugó con tiempos ligeros porque los toros se movieron y no perdieron los toreros el tiempo. Cuando el primer toro respiró picante -la casta-, se impuso el Ferrera de poder. Cuando el toro se tranquilizó, un poquito de jugar al toro. Dos pinchazos, media. Un gusto ver a Ferrera con tal desparpajo. Una cornada apenas curada y de hace solo diez días. Y parecía andar por Bilbao de compras, de paseo o de potes. Eso es, en un torero, sitio. Lo que se ponga por delante.

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