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ZIGOR ALDAMA
Martes, 27 de agosto 2013, 02:09
Tiene que ser muy duro perder un reino, pero más lo es acceder al trono como lo hizo Gyanendra en Nepal. Fue el 1 de junio de 2001, tras uno de los capítulos más controvertidos de la historia de la monarquía: la masacre de palacio que perpetró el propio príncipe heredero. Oficialmente, en un arrebato de locura y bajo los efectos del alcohol, el hijo de Birendra -el entonces monarca-, empuñó un revólver y, antes de suicidarse, asesinó a sus progenitores y a otros seis miembros de la familia real. Así, el único sucesor restante fue el hermano de Birendra: Gyanendra.
A pesar de que éste no se encontraba en el palacio, los rumores sobre su participación en la matanza le han acechado desde que fue coronado, y nunca ha contado con el favor del pueblo. De hecho, había quienes ni siquiera aceptaban billetes con su efigie y utilizaban únicamente los que llevaban el rostro de Birendra. «Los nepalíes habrían sido capaces de pasar por alto aquel episodio de la masacre, pero no lo que hizo después», apunta Narayan Wagle, editor jefe de uno de los diarios más influyentes del país del Himalaya, el 'Kantipur Daily'. «Él mismo cavó su tumba», sentencia.
No en vano, si los primeros pasos de Gyanendra como rey ya fueron desafortunados, los que siguieron fueron todavía peores. Nada más encasquetarse la corona, en 2002, impidió la formación del gobierno democráticamente elegido, declaró el estado de emergencia, y ordenó una ofensiva militar contra la guerrilla maoísta. «Los días de una monarquía a la que se ve, pero a la que no se escucha, han llegado a su fin», dijo en un discurso.
En febrero de 2005, y con la excusa de acabar de una vez por todas con la guerra civil que se había cobrado ya más de 13.000 vidas, decidió echar por tierra las reformas democráticas que introdujo en 1991 su antecesor en el trono, que abolió el absolutismo, y se erigió en monarca absoluto. Disolvió el Parlamento, tomó las riendas del Ejército, y multiplicó por seis el presupuesto de la Casa Real. Pero el tiro le salió por la culata.
En abril de 2006 comenzó el fin de una dinastía que había reinado durante 240 años, y se plantó la semilla de la actual República de Nepal. La población se echó a las calles como nunca antes había hecho, e incluso los maoístas, considerados terroristas en muchas partes del país y del mundo, entraron en Katmandú por la puerta grande, con el camarada Prachanda consciente de que la victoria no se le podía escapar esta vez. «Los partidos políticos nos pusimos de acuerdo para impulsar reformas, entre ellas nuestra legalización», explicaba a este periódico el número dos de los maoístas, Krishna Bahadur Mahara, en una entrevista. «Decidimos abandonar las armas para entrar en el juego democrático, aunque ello supusiera dejar a un lado nuestro ideal de la república popular comunista». Eso sí, Gyanendra seguía en su diana.
El rey cayó el 28 de mayo de 2008. Tuvo que hacer las maletas en dos semanas y desalojar el palacio. Su corona de rubíes y esmeraldas pasó a ser propiedad del Estado y los billetes dejaron de imprimirse con su adusto gesto, pero se decidió no condenarlo al exilio y permitirle continuar regentando sus negocios, que incluyen un hotel, plantaciones de té, y una fábrica de tabaco.
Ahora, sin embargo, muchos lamentan que no se hubiese empleado mano dura con Gyanendra. Porque su figura ha vuelto a la palestra. De hecho, después de haber visitado India en invierno, este verano se ha embarcado en un viaje por zonas inundadas de su país para llevar 'ayuda humanitaria'. Consciente de que Nepal sigue sumido en una crisis política que le impide culminar el proceso de paz, ha aprovechado también para lanzar sus críticas contra el Gobierno en lo más parecido a un mitin que puede organizar un exrey.
«La historia es testigo de que los países que han abolido la monarquía han colgado, encerrado o exiliado a sus reyes. Ha sido gracias a nuestra magnanimidad que Gyanendra está libre, y ahora conspira contra nosotros», dijo en julio el exprimer ministro maoísta Baburai Bhattarai. «Ha conseguido que una parte de la sociedad comience a creer que la monarquía es un sistema mejor que el actual. Pero en ninguna circunstancia permitiremos que caiga la república», aseguró. Sin embargo, a sus 66 años, Gyanendra promete luchar hasta el final por su corona.
Mal comienzo. Gyanendra nunca tendría que haber sido rey. Pero el príncipe heredero, en uno de los episodios más extraños de la monarquía nepalesa, mató a su antecesor en el trono y a otros seis miembros de su linaje que podrían haber accedido antes que Gyanendra.
Peor final. Decidió revocar la abolición de la monarquía absoluta y erigirse en tirano. Multaba a los medios de comunicación que osaran criticarle. La población se echó a la calle en 2006 y los políticos ordenaron el desalojo del palacio dos años después.
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