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JULIÁN MÉNDEZ
Domingo, 13 de octubre 2013, 02:18
Desde que se casaron, hace menos de un mes, la joven pareja de la fotografía vive en una casa de tres habitaciones, compartiendo el mismo techo con otras nueve personas: los padres, abuelos, hermanos y cuñadas de Ahmed Soboh, ese chico gordito de apenas 15 años convertido por las convenciones palestinas en cabeza de familia a una edad en la que otros chavales solo piensan en pegarle patadas a un balón. «Su madre le puso un traje. Yo pensé que lo estaba vistiendo para ir a la escuela», cuenta un amigo de la familia sobre la ceremonia nupcial.
El enlace había sido pactado por la madre de Ahmed. Su esposa, Tala, de 14 años, salió de su hogar con el cuerpo tatuado con jena, ese polvo rojizo obtenido de la alheña, y vestida de pies a cabeza, como un triste regalo humano, como una compra más tras ese envoltorio de ceremonia. Ella huye de la pobreza de su casa, en una región con un 23% de paro. Una boca menos que alimentar. Su ya marido tiene empleo. Ayuda al padre a limpiar carreteras y lleva a casa unos 100 euros al mes. «Se me olvidó quitarle el velo para la foto», lamenta el muchacho.
Nada más terminar la ceremonia, la pareja sacó un rato para caminar por la playa, al borde de ese Mediterráneo dionisíaco y vital que tan alejado parece de sus costumbres diarias. Ese fue su viaje de bodas. Ahora la pequeña Tala lava la ropa, limpia, barre, cocina y prepara el té para su familia de adopción. Hay que ganarse el sustento. En la franja de Gaza, como en otros territorios musulmanes donde estos enlaces adolescentes son habituales, pese a que la ley los prohíbe, se persigue que las niñas se adapten cuanto antes a las costumbres y usos de sus nuevas familias.
Los tribunales islámicos palestinos que actúan en la Franja de Gaza se han comprometido a prohibir los enlaces de menores de 17 años. Aún así, señala Rasha Abou Jalal, una escritora que denuncia los abusos sobre las mujeres mahometanas en la publicación 'Al-Monitor', «los matrimonios forzados de niñas adolescentes siguen siendo frecuentes».
Bakr Azzam, abogado especializado en cuestiones relacionadas con la 'sharia', sostiene que hay decenas de enlaces de menores refrendados por la ley islámica en los que se camufla o falsea la partida de nacimiento de la niña o en los que los padres mienten al dar testimonio sobre la edad de la contrayente.
Las cifras cantan. El pasado año, de los casi 17.000 matrimonios celebrados ante los tribunales de la Franja de Gaza, en cerca de 6.000 (el 35%) las novias no tenían ni 17 años. Matrimonios nulos según los propios preceptos de la ley. Al tiempo, en 2012 hubo 2.700 divorcios en Gaza. En uno de cada cuatro, la esposa era menor de edad. Toda una evidencia. Aunque la pareja del reportaje casi comparte fecha de nacimiento, lo habitual suele ser que las adolescentes se casen con hombres que hasta les doblan la edad.
«Lejos de mis juguetes»
En su relato, la escritora Rasha Abou Jalal reconstruye la historia de la pequeña Mariam, la amarga experiencia de una cría a la que su padre, incapaz de mantenerla ni de pagarle la escuela, la casa con un hombre de 37 años. «Me llevaron lejos de mis juguetes, me sacaron de la escuela por la fuerza y me entregaron a mi marido, una persona a la que solo había visto una vez, junto al juez que ofició mi boda. Yo tenía 16 años», recuerda Mariam.
La adolescente se escapó de su hogar forzado y volvió a casa del padre, incapaz de soportar la situación. El marido salía con otras mujeres (la poligamia está reconocida) alegando la mentalidad infantil de su esposa, que, a su juicio, era incapaz de entender a un hombre de su edad. También la golpeaba. «Cuando se lo dije a mi padre me contestó que era normal, que les pasaba a la mayoría... Yo no lo acepto», respondió la joven. Ahora, Mariam espera el divorcio.
En una antigua foto, Sarah, otra niña palestina, aparece con el rostro brillante y rasgos infantiles. Hoy está escuálida y sus ojos se le hunden en las órbitas. «Mi padre y mis hermanos me obligaron a casarme con un joven de 17. No tendrían que pagar mis gastos y podrían deshacerse de la deuda de mi padre. Yo tenía 16», recordó. Los problemas empezaron una semana después de la boda. «Mi familia no tuvo en cuenta que todavía era una niña», solloza. Lo peor llegó cuando quedó embarazada. Dió a luz por cesárea a un bebé prematuro. «No podía con aquello, me escapé de casa. Volví a la mía gritando que quería divorciarme». Para el sociólogo Fadel Abu Hein, detrás de esas bodas infantiles hay un trasfondo de pobreza y, también, tradiciones que siguen considerando a las mujeres mahometanas una simple mercancía.
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