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LUIS SALA
Sábado, 26 de octubre 2013, 02:14
La muerte de Luis, tan completamente inesperada, me ha causado una pena inmensa. Me he quedado como sorda desde que lo sé. Era un gran solitario. Creo que su sensitividad no le permitía tener muchos amigos. A su entierro, según me escribe mi madre, fueron veinte personas; cuatro de ellos de mi familia. No puedo hacer comentarios sobre lo ocurrido. Estoy no solo sorda sino también como sin palabras. No puedo creer que Luis ha desaparecido».
Con estas palabras, una aturdida Concha Albornoz relató por carta a María Zambrano la muerte de Luis Cernuda, ocurrida en México hace ahora 50 años. La autora de estas líneas, hija del ministro republicano Álvaro de Albornoz, fue -en palabras de Sánchez Barbudo- «la gran, única, amiga» del poeta sevillano. Ella le presentó a la escritora Rosa Chacel y los tres formaron un trío inseparable. «Eran tres personas muy diversas, pero que sabían estar juntas», escribió de ellas María Teresa León, compañera de Alberti.
Cernuda fue «un gran solitario». Tímido y pudoroso, tuvo relaciones tormentosas con sus parejas masculinas y la rara habilidad de quedar mal con todos sus amigos. Su biógrafo Antonio Rivero (autor de la obra de referencia sobre el poeta, publicada en dos volúmenes en 2008 y 2011) recoge unas palabras del premio Cervantes José Emilio Pacheco que lo definen con precisión: «Vivió en una arisca soledad, cercada de rencor por todas partes: legítima defensa de un ser vulnerable en extremo, de un caído en el infierno que acepta el mal y, al expresarlo, lo conjura».
Sólo con algunas mujeres, el poeta bajaba la guardia. El periodista Rafael Martínez Nadal fue testigo de ello. Durante su estancia en Londres en el año 1938, Cernuda acudía con frecuencia a cenar a su casa. Vivía entonces como un «cervato desbandado, ansioso de cariño y lleno de desconfianza». En aquellas veladas, el poeta exiliado despotricaba contra todo y contra todos, presa del mal humor. Sólo la compañía de la madre y de la hermana de su amigo le tranquilizaba. Con ellas se sentía en lugar seguro: «A veces venía a ver a mi madre cuando sabía que yo no estaba en casa, o mucho antes de que yo pudiera regresar. Y hablaba con ella de sus recuerdos de infancia», cuenta Nadal.
Encuentro con Salinas
Cernuda tuvo una infancia solitaria. Nacido en Sevilla, en 1902, fue el tercer hijo, único varón, del matrimonio formado por el comandante de Ingenieros Bernardo Cernuda y Amparo Bidón. Educado en un ambiente austero y castrense, cursó el bachillerato con los Escolapios y en 1919 comenzó la carrera de Derecho en la Universidad de Sevilla. Allí coincidió en un curso de Literatura española con el joven catedrático Pedro Salinas. De la importancia de este encuentro nos habla él mismo en 'Historial de un libro', su autobiografía literaria: «No sabría decir cuánto debo a Salinas, a sus indicaciones, a su estímulo primero; apenas hubiera podido yo, en cuanto poeta, sin su ayuda, haber encontrado mi camino».
Publicó sus primeros versos en la 'Revista de Occidente' en 1924 y su primer libro, 'Perfil del aire', en 1927. La muerte de su madre, en julio de 1928, le permitió abandonar Sevilla y empezar una nueva vida, primero en Málaga y después en Madrid. En la capital andaluza trabó amistad con Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, editores de la revista 'Litoral'. Y ya en Madrid frecuentó a Vicente Aleixandre y Federico García Lorca, entrando a formar parte de la llamada generación poética del 27, que él siempre denominó del 25. El tema del amor se convirtió en una constante en la obra de estos tres autores, pero -en palabras de José Costero- «mientras Aleixandre lo concibe como asunción panteísta y el poeta granadino como motivo gozoso, para el sevillano, en cambio, es algo oculto y prohibido».
En 1931 la aparición de 'Los placeres prohibidos' es saludada como un acontecimiento literario en la España republicana. Pero fue en la primavera del 36, con motivo del homenaje que se le tributó en Madrid para celebrar la aparición de 'La realidad y el deseo', cuando Lorca, en presencia de Neruda, lo proclamó «cisne renovador» de la poesía en lengua castellana. Allí estaba rodeado ya de algunas de sus mejores amigas: María Zambrano, Rosa Chacel, Concha Albornoz, María Teresa León y Concha Méndez. El exilio añadirá otros nombres de mujer a esta lista: Nieves Madariaga, hija mayor de Salvador de Madariaga; Sara Hernández-Catá o las escritoras María Dolores Arana y Guadalupe Dueñas.
La muerte le llegó de sopetón, en Coyoacán, donde vivió los últimos 10 años de su exilio americano alojado en la casa de Concha Méndez, viuda de Manuel Altolaguirre. El 5 de noviembre de 1963, extrañada de que Cernuda no bajara a desayunar a las 8 como era su costumbre, Concha envió a su hija a buscarlo a su habitación de la primera planta. Antes de que terminara de subir, la mujer lo vio en el suelo, tendido delante de su cuarto de baño, en batín y zapatillas, con la pipa en la mano derecha y las cerillas en la izquierda. En el dormitorio, su cama ya estaba hecha y sobre la mesilla de noche quedó el libro que el poeta leía en ese momento: 'Novelas y cuentos', de Emilia Pardo Bazán.
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