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FERNANDO MIÑANA
Domingo, 27 de octubre 2013, 12:02
El protagonista de esta historia no es una cura al uso. José Vicente Olmos frecuenta los bares, luce melena y habla con el tono y la voz rasgada del Pocholo ibicenco. Y también está quien asegura que es habitual verlo por la noche haciendo chirriar las ruedas de su BMW Serie 1. Todo eso ha dado pie a mil y un cuchicheos en Albal y Beniparrell, dos de los pueblos del cinturón de Valencia en los que ejerce como párroco desde el 8 de septiembre de 2009. Pero, en verdad, que conduzca rápido, lleve el pelo largo y hasta que tome una copa de vez en cuando no debería ser suficiente para condenarlo al infierno.
El asunto comenzó a caldearse el día que decidió poner en evidencia a los morosos. Eso fue el pasado verano, en julio, cuando hizo unas octavillas para denunciar a los deudores pegándolas de las lápidas: 'La familia ... debe la cantidad de ... euros'. Y rellenó los huecos con el nombre del familiar que no había abonado la parte que le corresponde de la reforma del cementerio -uno de los escasos camposantos parroquiales que quedan en la Comunidad Valenciana- y la cantidad que debía.
La medida, atípica, indignó a sus feligreses. Y a partir de ese momento, no le pasan ni una. Los vecinos de Albal y Beniparrell tiran fuego por la boca. En el bar del jubilado, al solecito que aún pica en esta región, varios hombres matan la mañana con un caliqueño -un puro artesanal que se fabrica de forma medio clandestina en la zona- en la boca. Sin soltar el cigarro, opinan: «Estamos hartos. Solo queremos decir que a ver si lo tiran de una vez».
Al principio de esa misma calle de Beniparrell, el pueblo separado de Albal por un polígono industrial, una mujer friega el suelo con esmero ante el portal. Carmen se declara creyente pero no beata, como para justificar que ella es neutral en este debate que enciende bares y comercios. «Entiendo a la gente, pero yo he tratado a José Vicente y me parece un buen hombre». En general, por las opiniones que van brotando a lo largo de la mañana, el que opina de la polémica lo hace para sentenciar al cura, pero el que reconoce haber intimado algo más con él, rompe con timidez una lanza a su favor. Como Carmen.
Su caso presenta más aristas. Alguna especialmente puntiaguda. Como ese vídeo de la cámara de seguridad de una mujer que registró la visita que le hizo José Vicente Olmos acompañado por los presuntos autores de un robo con agresión pocos días después. El párroco niega que él facilitara el delito y ayer mismo, en el programa de Antena 3 'Espejo público', se defendía con aparente incredulidad. «Pero si a esa señora la he cuidado, he comido en su casa, la he llevado de aquí para allá...».
«Malas compañías»
En Albal hay quien piensa que vive en el pueblo y quien cree que reside en Torrent, su lugar de nacimiento y donde creció junto a sus dos hermanos. En el piso de la parroquia contesta una chica -allí ha alojado a un matrimonio con su hija-. Dice que no está José Vicente. «Y si lo supiera tampoco se lo diría», añade justo antes de colgar.
A los pies de ese edificio hay un bar donde no se habla de otra cosa. Olmos es cliente fijo. Y a través de la cristalera lo han visto ir y volver. «¿Era ese que estaba sentado en aquella mesa ayer por la tarde?», le pregunta un hombre al camarero. Al ver que sí pone cara de extrañeza. «No parecía un cura. Se le ve muy nervioso, hablando a gritos y yendo todo el rato de aquí para allá». El camarero escucha impertérrito las gravísimas acusaciones que se vierten sobre el seglar al calor de un tercio de cerveza y le quita hierro. «Simplemente es diferente». Y pasa a describirlo como un hombre «grande y valiente» que no se arruga ante nadie. «Yo le he visto plantarle cara a más de uno de esos que te lo tienes que pensar dos veces...».
Pero no todos los vecinos ven con tanta naturalidad que el párroco del pueblo sea tan conocido en los bares. «Se junta con lo peor...», suelta una mujer antes de alargar un silencio que parece insinuar algo perverso. «No es muy normal que veas a un cura a las tantas de la noche rodeado de gentuza», añade un joven que también recuerda que el párroco ha llegado tarde a comuniones y entierros. Aunque una anciana ve en eso una virtud. «La gente del pueblo no entiende que es el único que presta atención a drogadictos y marginados, y por eso le critican».
Los óbitos son otro foco de discrepancia. Y el letrero que ha colgado de la fachada de la iglesia de Santa Bárbara, un desafío para sus fieles: 'Ante la lamentable situación provocada, la Parroquia tan solo rezará por los difuntos de Beniparrell que sus familiares respondan con interés por ellos ante la Iglesia', que es su forma de decir que no piensa orar por los muertos de los morosos.
El alcalde de Albal, Ramón Marí, es uno de sus más firmes detractores y ha pedido al Arzobispado que lo suspenda o traslade. Asegura que el vicario episcopal le prometió que el 25 de septiembre desaparecería de allí, pero ahí sigue y lo máximo que ha conseguido es una escueta nota del Arzobispado donde especifica: «Todos los fieles cristianos, por el mero hecho de serlo, tienen garantizada la oración». Nadie, precisa el comunicado, «les puede quitar ese derecho».
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