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CARLOS BENITO
Domingo, 27 de octubre 2013, 02:25
Estos días se discute si Antonio García Carbonell, violador múltiple, ha salido de la cárcel demasiado pronto. Los responsables penitenciarios admiten que, pese a haber pasado 18 años en prisión, no está rehabilitado; sus abogados argumentan que, cumplidos ya los 76, no constituye un peligro para nadie. A Antonio, condenado en 1996 a más de dos siglos entre rejas, se le aplicó hace cuatro años la 'doctrina Parot', que alargaba su privación efectiva de libertad hasta 2025, pero el dictamen de Estrasburgo lo sacó anteayer a la calle. Es el primer delincuente común que se beneficia de esta súbita «extinción de responsabilidades penales», como la llama el auto judicial.
No cabe discutir, en cambio, que Antonio García Carbonell entró en la cárcel demasiado tarde, y en ese plazo extra de libertad aprovechó para cometer más atrocidades, mientras la Justicia española se enfangaba en uno de los errores más vergonzosos de su historia. Hablar de Antonio obliga a referirse a otros dos hombres, unidos a él por una lazada hecha de fatalidad y chapuza. Ahmed Toumouhi, que guarda un parecido físico asombroso con el violador, cumplió quince años de cárcel por unos delitos que nadie cree ya que cometiese, y buena parte de esa pena transcurrió, de hecho, cuando todo el mundo lo consideraba ya inocente. Abderrazak Mounib murió de un infarto en prisión, tras pasar allí dentro nueve años. Los dos marroquíes pagaron por crímenes que, según todos los indicios, llevaban la firma salvaje de García Carbonell y su cómplice. Ellos son sus otras víctimas.
Los hechos se remontan a 1991, cuando se produjo una oleada de violaciones en municipios de Barcelona, Tarragona y Girona. Dos individuos particularmente brutales asaltaban a parejas en rincones solitarios y agredían sexualmente a las mujeres. Las víctimas describieron a la Policía a dos hombres de piel oscura que hablaban una lengua extranjera, y pronto llegó la primera identificación: Ahmed Toumouhi, un marroquí de Nador, analfabeto, que había venido a trabajar en las obras y la fruta. Sus anchas facciones, reconocibles en la ficha de la pensión donde se alojaba, resultaban inconfundibles y convertían el caso en pan comido. Al día siguiente la Policía detuvo a un compatriota suyo, el vendedor ambulante Abderrazak, al que ni siquiera había visto nunca. Las víctimas volvieron a señalar a los arrestados en las ruedas de reconocimiento y eso bastó para condenarlos, pese a pequeños detalles que a lo mejor deberían haber hecho saltar alguna alarma: se suponía que Abderrazak había dejado la marca de un diente en el cuerpo de una víctima, cuando en sus encías solo quedaba una muela del juicio.
El indulto impopular
En 1995 hubo más violaciones, un calco de las anteriores, y las víctimas volvieron a identificar sin ninguna duda el rostro amplio de Ahmed. Pero el pobre albañil llevaba ya cuatro años a la sombra y difícilmente podía deambular por los descampados de Cataluña. Los encargados del caso arrestaron finalmente a Antonio García Carbonell, un vendedor ambulante con diez hijos que, en un primer vistazo, habría podido pasar por hermano gemelo de Ahmed Toumouhi. Resultó que la lengua misteriosa empleada durante los asaltos no era árabe, sino caló. Un guardia civil, Reyes Benítez, se empeñó en que se revisase una de las violaciones por las que estaban condenados los marroquíes, la única en la que había restos útiles de ADN, y resultó que esos vestigios biológicos correspondían a García Carbonell y un familiar suyo, al que jamás se ha logrado identificar. Pero el hallazgo solo exculpó a Ahmed y Abderrazak de ese caso concreto: en los demás no había nada que analizar, así que era inviable revocar una sentencia firme. Ni el Gobierno 'popular' ni después el socialista se atrevieron a indultar a condenados por violación, por mucho que la metedura de pata fuese evidente, mayúscula y cruel.
Abderrazak falleció en 2000, reivindicando su inocencia. Ahmed nunca aceptó los beneficios penitenciarios ni el tercer grado -«son para culpables», decía- y volvió a pisar la calle en 2006, con sus ilusiones perdidas, cargado con unos antecedentes que no le permitían renovar sus papeles. Ni siquiera se atrevía a llamar a su mujer y su hija, allá en Nador. «Soy un hombre cero, mi vida no vale nada», declaraba al diario 'Público'. En otra entrevista, con 'El País', relataba el momento en que dejó la cárcel: «Nadie sabía que yo salía... Cogí un taxi y pedí que me llevara a Martorell, a donde mi hermano». El jueves, a García Carbonell lo estaba esperando su parentela con botellas de whisky.
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