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A. GILGADO
Domingo, 3 de noviembre 2013, 09:40
A Francisco Saavedra le llaman al móvil. Está en la estación de autobuses y una chica que se encuentra en Medicina no es capaz de enganchar la bici de alquiler a la base que hay en la puerta de la facultad. Le explica lo que no haría falta a cualquier usuario habitual. Basta con acercarla con la ranura hacia arriba.
Atiende la llamada mientras arregla un freno suelto y vigila que la furgoneta no moleste a los coches del aparcamiento. Francisco trabaja en el mantenimiento del Biba.
El servicio se organiza en dos turnos. De siete y media de la mañana a tres de la tarde y desde las tres a las diez y media. Quince horas en las que tres personas, dos en las furgonetas, (uno en cada turno) y un mecánico en el taller de Tubasa de El Nevero se encargan de resolver todas las incidencias que generan los más de 500 usuarios diarios que se mueven en la ciudad de esa forma.
En verano fueron los pinchazos los que le traían de cabeza a Francisco y sus compañeros. Con el uso y el calor, las llantas se desgastaron y los parches que se ponían se despegaban al poco tiempo. Al final han optado por cambiar las llantas a todas. El 90% de las bicis tienen ya gomas nuevas. La mayoría de averías las solucionan en las bases o cuando les llama el ciclista al móvil porque se han quedado pinchados, pero si creen que van a tardar mucho tiempo las cargan a la furgoneta y acercan al usuario hasta donde quería ir en bici para que no tenga que esperar. Además de las averías, también gestionan lo que ellos llaman las 'horas punta' para que las ochenta unidades de la calle en las 23 bases se adapten a la demanda de cada momento. Por la mañana, entre las siete y media y las diez controlan la ruta de los universitarios. Las bases del Rectorado, Educación y Medicina se llenan y cada poco tiempo recogen y dejan huecos para los que lleguen. Entre la una y las tres se da el movimiento contrario. Las del campus se vacían y se llenan las dos de Sinforiano Madroñero, en este caso hay que moverlas de Valdepasillas para que encuentren enganche los que vienen del campus. Estos movimientos pendulares se repiten los días de diario y confirman que las bicis de alquiler se han convertido ya en una alternativa para ir al campus en estos dos años.
Pero no sólo los estudiantes, el buen tiempo anima a muchos otros usuarios a llevarse una bici. El móvil del servicio (666 500 114) suena cada quince minutos cuando no llueve y en un turno pueden pasar por sus manos las ochenta bicis que están en la calle. Al taller sólo entran los pinchazos y las averías más complejas. Tres o cuatro al día. Demasiado pocas, dice Francisco para el uso que tiene. Hay unidades que tienen registrados más de veinte usos diarios, y si de media en cada uno hacen tres kilómetros, algunas bicis recorren más de trescientos a la semana.
Con esta paliza no extraña que algunas acaben con el freno roto o la palanca del sillín floja. Cada usuario adapta la altura y las pletinas de aluminio se trasrocan de tanto uso. Dice Francisco que revisan una por una de cada base porque se trata de una incidencia muy frecuente. También revisan los cambios. Las bicis montan un modelo Shimano, pero el dispositivo que lleva en el puño permite cambiar más rápido de lo que puede el desviador desplazar la cadena y al final acaba fuera del plato. Algunos usuarios lo arreglan ellos mismos, pero la mayoría acaba marcando el teléfono. Es un no parar para llegar a todos.
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