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A. GILGADO
Viernes, 8 de noviembre 2013, 11:42
De manera oficiosa, se puede decir que el comedor social de la calle José Lanot cambia de nombre porque cambia de sitio. Para distinguir los dos que hay en el Casco Antiguo, a uno se le conoce como el de la calle Martín Cansado -el que llevan las religiosas- y al otro, el de las Voluntarias de la Caridad, el de José Lanot.
El segundo se empezará a llamar desde hoy el comedor social de la Soledad. Hasta a una esquina de esta plaza, a apenas cincuenta metros de donde estaban, se han trasladado las voluntarias para dar servicio a los necesitados.
Ayer por la tarde lo inauguraron oficialmente y hoy empiezan a servir las comidas en un local de más de doscientos metros cuadrados que dejó libre una empresa de informática y ocupó mucho antes la ferretería El Candado.
Las voluntarias llevaban tiempo planeando el traslado. Cocinaban y daban de comer en un local viejo y apretado donde los comensales casi no podían moverse. «Son pobres, pero tienen dignidad», explicó ayer Petri González, la presidenta de la asociación.
Además de comodidad, el nuevo espacio también les permite ampliar el radio de acción. Antes atendían a veinte personas y muchos tenían que hacerlo de pie, ahora podrán atender a ochenta cada día.
Pero dar con la nueva ubicación no ha sido fácil.
La presidenta recordó que se han pasado más de un año recorriendo el Casco Antiguo de punta a punta rastreando los muchos locales libres que hay para alquilar, pero muchos propietarios se echaban atrás cuando contaban sus planes.
«La gente no quiere pobres porque huelen. Pero otros que se lavan todos los días siguen oliendo mal aunque se pongan ropa limpia», recordó con bastante enfado.
En su ya antigua ubicación algunos residentes cercanos se quejaron porque los usuarios increpaban a las chicas más jóvenes cuando iban al comedor. Petri dice con seguridad que ahora eso no va a ocurrir porque todos los que viven pegados al edificio han dado el visto bueno al comedor social.
Han firmado un contrato de arrendamiento indefinido de mil euros mensuales, aunque Caja de Badajoz se ha comprometido a pagar la mitad.
Al la renta hay que sumar los ochocientos euros de gasto por la cocinera, más luz, agua, pan y algunas partidas de alimentos frescos que compran porque el Banco de Alimentos no suministra carne ni pescado.
En total, las voluntarias tienen que hacer frente a casi tres mil euros mensuales.
Para sobrevivir, cuenta Petri, estiran al máximo las subvenciones y las donaciones que reciben. «En Badajoz podemos presumir de ser buenas personas. Si no fuera por la ayuda de la gente, la barca se iría a pique».
Una de las más contentas con el traslado es María Méndez, la cocinera. Lleva nueve años trabajando para esta asociación caritativa. Recuerda que antes, aunque muchos se quedaban de pie por falta de sitio, nadie se iba sin comer. Cada día llega poco después de las nueve de la mañana y se va a las tres y media. Prepara un primero y un segundo. Ahora va a tener que adaptares a la nueva demanda porque no es lo mismo cocinar para veinte o treinta que para ochenta.
Dice que planea el menú en función de lo que haya en la despensa, aunque nunca cocina dos días a la semana la misma comida. En la flamante cocina ejerció de anfitriona con invitados como el alcalde Francisco Javier Fragoso o la concejala de Asuntos Sociales, Rosario Gómez de la Peña. «Aquí sí que se puede cocinar, antes casi no te podías mover».
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