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¿Qué ha pasado hoy, 30 de marzo, en Extremadura?
Supervivientes de la tragedia encabezan una procesión religiosa entre ruinas en Tolosa, cerca de Tacloban. :: PHILIPPE LÓPEZ / AFP
El dios de los tifones
SOCIEDAD

El dios de los tifones

La religión da fuerza a los filipinos para sobrellevar el sufrimiento y la destrucción que 'Haiyan' ha causado a su paso

ISABEL IBÁÑEZ

Domingo, 24 de noviembre 2013, 01:13

La fe es capaz de encontrar un clavo ardiendo al que agarrarse en medio de la tragedia, aunque sea tan desmesurada como la que vive estos días Filipinas. Más de 4.000 muertos, 10 millones de afectados... Ver la botella siempre medio llena ayuda a los creyentes a sobrellevar los padecimientos. En ese país el 82% es católico, en su mayoría practicante, y mucho. Pequeñas gotas, llamémoslas 'milagros', relucen como el sol en medio de la madre de todas las tormentas que el dios de los tifones ha enviado a estas tierras, quizá como muestra de sus inexcrutables designios, tal vez para comprobar cómo el ser humano se las arregla a merced del libre albedrío. Erlend Johannesen dirige el orfanato Streetlight, en Tacloban. Era de madrugada. Vientos de 300 kilómetros azotaban la localidad y Johannesen pensó que aquella estructura no aguantaría mucho más. Cogió al medio centenar de críos y los subió al tejado: «Estábamos allá arriba, olas de cinco metros golpeaban los muros, la construcción temblaba, los vientos eran fortísimos. Pero mis niños son muy, muy valientes y el personal del orfanato es increíble. Han demostrado cuál es el verdadero espíritu filipino. Se negaron a rendirse, se apoyaron unos a otros. Aunque no sean sus propios hijos, lucharon por ellos como si lo fueran». Encaramados allí durante hora y media que debió parecerles la noche entera, veían cómo el viento reducía a escombros el edificio, del que quedaron en pie dos paredes. Luego sí, vino la calma.

Más o menos, porque los pequeños, como el resto de los afectados, se enfrentan a la falta de agua y alimentos, por no hablar de un techo bajo el que guarecerse. Pero ese momento épico con final feliz, con los críos aferrados a la vida en medio del huracán, es considerado como un pequeño milagro. Ángel García, fundador de la ONG española Mensajeros de la Paz, ha viajado a Filipinas para entregar kits sanitarios y preparar un plan de reconstrucción de colegios. Él, que ha podido conocer muchas otras catástrofes, encuentra en la historia del orfanato el haz de luz que necesita toda oscuridad, aunque aporte un dato que nubla en parte la alegría: «Subió a los niños al tejado y allí se salvaron casi todos, agarrados unos a otros, aunque algunos se le murieron. Estos sí que son héroes». Y añade: «Ante tanto horror y tragedia solo queda rezar y llorar. Duele en el alma, como dice nuestro Papa Francisco, ver a tantas mujeres abandonadas y a tantos niños solos, vagando tristes y sin familia».

Nada de quejas

A eso, a rezar y llorar, es a lo que se entrega la población, confiando en que los inexcrutables designios den al menos un respiro para remontar hasta la próxima. Porque, de hecho, tras el tifón y en la misma zona (San Isidro) donde el mes pasado hubo un terremoto de 7,2 grados en la escala Ritcher, se produjo un nuevo seísmo de 4,8 que sumió en el pánico a los supervivientes del huracán 'Haiyan', que acababa de pasar. No termina ahí la cosa; la senadora filipina Nancy Binai está dando la voz de alarma por las violaciones y abusos sexuales a mujeres y niños en las zonas devastadas. «Es algo muy alarmante y expreso mi grave preocupación por la violación de los valores morales y el orden cívico».

Esperando que la ayuda llegue a todo aquel que la necesita, el pueblo se entrega con fervor a sus oraciones; se palpa en la fotografía principal de este reportaje, esas madres que como única arma esgrimen cruces y pequeñas imágenes del Jesucristo niño en una procesión que tiene como espectador la desolación reinante. Carmen Reyes, Keyla Basurto y Daniela Ruiz son tres monjas peruanas que llevan diez años en Filipinas: «Es fácil tener fe cuando todo va bien», admiten. Pero allí este acto es a prueba de bombas. Y tifones. «Hemos podido consolar y confortar a los afectados, recibían con mucha alegría la ayuda y estaban muy agradecidos porque sabían que Dios no los había abandonado. En ningún momento escuchamos que se quejaran ante la tragedia, sino que nos daban una lección de fe y esperanza. Ha sido gratificante ver al pueblo filipino rezando con voz firme y convencido de que Dios los va escuchar, algo impresionante y muy conmovedor».

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