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FERNANDO MIÑANA
Domingo, 24 de noviembre 2013, 01:16
Adrián y Hugo eran más que amigos. Eran hermanos. Vivían en la misma casa, compartían lecho muchas noches y se querían con locura. Por eso Máximo, el padre de Adrián, se extrañó cuando Hugo, el pequeño schnauzer negro que su hijo había sacado a pasear por el parque aquella espantosa noche del 13 de noviembre de 2011, comenzó a ladrar y a arañar la puerta de la vivienda con sus patas delanteras. Máximo y Toñi, su mujer, abrieron y el horror salpicó sus ojos.
Los padres de aquel chaval de 16 años se toparon con su hijo tendido en el suelo del parque, aún con vida, con un tiro en la cabeza. Adrián Adame tuvo la pésima suerte de cruzarse aquella noche gélida con Jorge Sánchez, un asesino que al filo de las once disparó tres veces contra Manuel Aguilar, un ecuatoriano de 32 años que venía de comerse una parrillada en Murcia con los amigos y al que solo le dio tiempo de balbucear: «Yo no tengo la culpa, man». El tercer disparo impactó contra el pecho y acabó con su vida.
Jorge Sánchez, ciego de coca y whisky, siguió andando 400 metros más, llegó al parque por azar y al encontrarse con Adrián levantó su pistola Glock y le pegó un tiro en el cráneo. Hugo vio venir al asesino, debió ladrarle y seguro que intentó ayudar a su amigo. A su hermano. Pero al ver que no se recuperaba, salió corriendo hacia el dúplex de la familia Adame a pedir ayuda como sabía. Ladrando. Arañando la puerta.
Máximo y Toñi, frisando ya los 50, ni olvidan ni perdonan. «Nosotros pedíamos 42 años de cárcel: 20 por cada asesinato y dos por tenencia ilícita de armas. No había duda porque, incluso, reconoció sus crímenes; pero el juez, que además especificó en la sentencia que los cometió por 'mero capricho', solo le ha impuesto 34 años», explica el padre de Adrián, «indignado» con la sentencia. La familia también ha interpuesto una demanda contra la Generalitat de Cataluña -reclama una indemnización de 400.000 euros-, de quien depende la penitenciaría que concedió un permiso de cuatro días a Jorge Sánchez, un despojo de la vida de 43 años y 26 condenas conocido como 'Mauricio' en los pabellones carcelarios.
El permiso terminó en una fuga de seis meses con 'La Rubia', su novia, la mujer que llegó con él al hotel Costa, en Mazarrón, donde se sirvieron whisky con Coca-Cola antes de que Mauricio saliera a la calle con un chaleco antibalas, dos pistolas y un subfusil obsesionado con que le perseguían los Geos.
La noche acabó a las cuatro de la madrugada. La policía lo encontró cuando caminaba de regreso al hotel. El asesino iba descalzo, con un fajo de billetes de 50 euros en los calzoncillos y lleno de barro. 'La Rubia' se había quedado en la furgoneta. En su conciencia ya pesaba otro delito grave: indujo a Mauricio para que asestara 25 puñaladas a su exnovio, que quedó parapléjico.
Hugo, como uno más de la familia que es, tampoco olvida. El perro quedó traumatizado para siempre. No quiere volver a entrar en la habitación de Adrián y ante cualquier ruido que pueda recordarle al disparo fatídico reacciona con temblores y corre a esconderse. Aunque Hugo, en realidad, sí que ha vuelto a entrar en la habitación. Solo lo ha hecho las dos veces que un cámara de televisión fue allí para filmar. Ante la presencia de un desconocido, el schnauzer acude a defender su recuerdo, el espacio de Adrián. Su hermano.
La habitación, que siempre está abierta, sigue tal cual estaba aquel terrible 13 de noviembre. Han pasado dos años y nadie ha quitado la camiseta del Betis -el equipo que le metió en el cuerpo su padre-, un puzzle y el montaje de fotos que le habían regalado sus amigos en el último cumpleaños. Y las boinas del Ejército, como la que le dio Máximo de sus tiempos de soldado. Pero no es un santuario. «La hemos dejado como estaba porque no había motivo para quitar las cosas, pero si un día hay que retirarlas, lo haremos. No hay problema. Igual que cuando ha tenido que dormir alguien allí, lo ha hecho», aclaran.
El padre responde a todo. Parece entero. Fuerte. No rehúye el recuerdo. Pero reconoce que no es fácil, que la vida nunca volverá a ser igual. «¿Cómo va a ser igual? Su hermano (25 años) viene los fines de semana y los pasa con nosotros, pero entre semana se va a estudiar a Murcia y entonces nos sentimos muy solos. Intentamos rehacer nuestras vidas, pero es duro saber que él no está».
Máximo y Toñi se encargan ahora de Hugo. No trabajan. El panorama laboral es sombrío, pero tampoco se sienten con ánimo. No han querido moverse de Mazarrón, el pueblo que aún se estremece cada vez que recuerda a Adrián y a Manuel. El perro les hace compañía. Ya van para siete los años que han pasado desde que los Reyes Magos le dejaron a Adrián aquel regalo. No era solo un perro, una mascota. Era su amigo. Su hermano.
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