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P. CALVO
Domingo, 1 de diciembre 2013, 09:10
Miguel Ángel Rubio contribuyó a edificar el actual edificio de Hacienda. Tenía 14 años cuando comenzó a trabajar como aprendiz de albañil. Una década después, a comienzos de la setenta, se subió a un bidón de agua para dirigirse a los compañeros de obra y reclamar al empresario que les pagara. «No tardó en llegar la policía», asegura. El arranque sindical, todavía con Franco vivo, duró, pues, unos minutos, pero sirvió para que se fijaran en él y que en 1976 le propusieran participar en la «reconstrucción de UGT en Cáceres». Así fueron sus comienzos en el sindicato al que ha estado vinculado durante los últimos 36 años en distintas responsabilidades (secretario provincial más de una década), además de ser concejal socialista entre 1979 y 1986. Ayer, con 66 años, dejó la secretaría regional de la Federación del Metal, Construcción y Afines. «Un buen convenio siempre es mejor que una buena huelga, pero nunca se convocan por capricho», afirma.
- ¿Un sindicalista se jubila?
- Se jubila a los efectos legales, pero hay una cosa clara: el compromiso ideológico y social es intrínseco con la persona, de eso yo no me jubilo. Seguiré afiliado a la organización.
- En su faceta política fue concejal socialista en una época muy distinta a la actual.
- Sí, en las primeras elecciones municipales democráticas, en 1979. Fue una candidatura muy arropada por sindicalistas. Gobernó UCD, pero yo era el concejal de Obras supongo que porque era albañil. En la segunda legislatura también presidí Urbanismo. Lo recuerdo como una buena etapa; en el periodo de la transición todos hicimos el intento de que hubiera una buena convivencia a pesar de las diferencias ideológicas. Y había mucha relación personal.
- ¿Distinto a ahora?
- Sí, ahora hay más tirantez. La etapa de la transición era intentar aunar y transmitir a la ciudadanía que se estaba haciendo un esfuerzo por dejar a un lado las diferencias de ideas e ir creando un poso de democracia. Quizás la derecha por aquel entonces estaba un poco debilitada, habíamos salido del franquismo con todo lo que había supuesto. Ahora está volviendo a sacar la cabeza y quienes decían que eran apolíticos ya empiezan a decir que son de derechas. Pero para mí fue una gran satisfacción poder representar al pueblo que me vio nacer en el Ayuntamiento siendo una persona pues albañil, con poca formación, pero mucha ilusión.
- Estuvo dos legislaturas, lo dejó en 1986.
- Sí, en la segunda hicimos 800 viviendas sociales para dar viviendas a las clases más desfavorecidas y al mismo tiempo dinamizar la construcción. Se actuó en todos los barrios, que estaban muy abandonados en cuanto a saneamiento, etcétera. En 1986 lo dejo porque había dos factores importantes. Uno, mis relaciones con Carlos Sánchez Polo no eran muy allá, teníamos diferencias no en términos personales, pero sí en la forma de ver las cosas. Y, dos, la incompatibilidad entre estar en el sindicato y el Ayuntamiento se iba poniendo de manifiesto. Ya se había producido una huelga de los autobuses y yo como sindicalista la veía justa y la apoyé pese a que era un servicio municipal. No se podía estar en las dos cosas a la vez.
- Dos años más tarde, en 1988, se produce la fractura entre PSOE y UGT con la huelga general del 14-D. ¿cÓmo le afectA?
- Fue una huelga dura porque se rompen unas relaciones donde había existido una convivencia absoluta. La Casa del Pueblo era la casa de UGT y del PSOE. Y quien más aporta al Partido Socialista cuando se recupera la democracia es el sindicato. Por eso no entendieron que se hiciera una huelga mientras ellos gobernaban.
- ¿Les miraban mal quienes habían sido compañeros?
- Aquí hubo una ruptura total. Con el propio Ibarra. Nos llamó a los dos secretarios provinciales de entonces, a Miguel López y a mí, para decirnos que las diferencias estaban más en el contexto nacional que en Extremadura. Aquí acabábamos de firmar el primer plan de empleo, es verdad, días antes, y él decía poco menos que nos podíamos descolgar de la huelga. Pero le dijimos que no había que hacer ningún tipo de separación. Supuso una ruptura total, un descosido tremendo.
- ¿Supuso un coste personal?
- Sí, pero la huelga fue un éxito. Y fue sobre todo una eclosión de la ciudadanía. Se demostró que no era un capricho por las diferencias entre Felipe González y Nicolás Redondo como se decía entonces Y el PSOE se portó muy mal: demonizó a todos los sindicalistas y eso echó más gasolina a la huelga.
- ¿Pero siguió siendo militante?
- Nunca he dejado de pagar la cuota desde 1978. Pero no volví a participar, a ir asambleas y tomar contacto directo hasta que ganó Aznar.
- ¿El resto de las huelgas generales ya no ha tenido un éxito tan rotundo. Han perdido fuerza lo sindicatos de clase?
- En la transición había unas ansias tremendas de libertad, de transformar, con un componente ideológico profundo entre la ciudadanía. Luego, conforme han ido creciendo generaciones nuevas durante la democracia, lógicamente ese concepto de lucha desaparece. Así que, el éxito de las huelgas no se puede medir tomando como referencia la del 88 porque el listón se puso muy alto y fue una eclosión ciudadana, no solo laboral. El éxito de las huelgas hoy hay que medirlo si se para el proceso productivo, la industria, la construcción y el transporte. Lo que pasa es que el ciudadano si ese día toma el café en el mismo sitio que siempre, tiene la sensación de que la huelga no ha resultado.
- Ha negociado un sinfín de convenios y ha pasado muchas horas con empresarios. ¿Se llega a comprender su postura?
- Cualquier empresario que se precie intenta ganar dinero... depende del sector y el convenio. Los hay en los que ves que el empresario está haciendo esfuerzos por modernizar su fábrica para ser más competitivo, abrirse mercados, que invierte en la cualificación de los trabajadores, etc., cuando te plantea esfuerzos, puedes entender que haya que equilibrar los costes salariales. Pero en la construcción, por ejemplo, los empresarios tienen poco riesgo porque ni siquiera tienen una plantilla si no hay actividad. Y cuanto más pequeño es el empresario, más dificultades tienes para negociar porque quiere ganar dinero muy pronto a costa de lo que sea.
Crisis
- ¿En los tiempos del boom, siempre avisó de que la situación no podía durar. Anticipaba la crisis?
- A toro pasado todo el mundo es torero, pero ahí están las hemerotecas. Lo que yo decía antes del 2008 es que había que aprovechar el tirón de la construcción para ir generando un tejido industrial y que la construcción estaba actuando de red para quienes estaban siendo expulsados del sector primario por la reconversión del campo. La red se rompió sin haberse creado un sector productivo ajeno a la construcción porque a la Administración también le entraba mucho dinero por licencias, iva, transmisiones, etc. Esto tenía que ir decreciendo a la fuerza, aunque esperaba que fuera un aterrizaje más suave.
- ¿Se jubila en un momento en el que los sindicatos no parecen tener la mejor imagen ante los ciudadanos. Lo nota así?
- Se está haciendo una campaña de desprestigio contra los sindicatos y principalmente contra UGT, ¿por qué? porque muchos de sus miembros tienen militancia socialista. Si a eso le añadimos que errores pueden haberse cometido, llegamos a esta situación. Por otro lado, los trabajadores entienden que el sindicato le debería estar dando respuesta, pero no las tenemos a la situación de desempleo que hay, sí damos respuesta como muro de contención. Los trabajadores no han dejado de venir al sindicato, cuando tienen un problema acuden y la afiliación ha subido en nuestra federación en Extremadura, por ejemplo.
- ¿Y qué errores han cometido?
- Bueno, ahora está el tema de Andalucía que yo creo que se está sobredimensionando a lo mejor para tapar otros casos, pero si alguien ha hecho las cosas mal, que lo pague y que se le ponga en manos de los tribunales. En ese sentido me refiero. Quizás también nos hemos burocratizado. Hay que hacer despacho, analizar, en fin, pero hay que hacer también un sindicalismo más pegado al terreno, que el trabajador sienta el calor de su representante en el cogote.
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