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Un hombre pasea a su perro por Tochal, con Teherán al fondo. :: HASAN SARBAKHSHIAN/AP
Irán, el gran desconocido
SOCIEDAD

Irán, el gran desconocido

Pese a las normas restrictivas de los mulás, la sociedad persa se las arregla para mantener una forma de vida moderna: «Están conectados al resto del mundo»

CARLOS BENITO

Domingo, 1 de diciembre 2013, 12:08

Con la costumbre que tiene el ser humano de reducir lo que no conoce bien a un par de trazos, a Irán le ha tocado un retrato muy poco favorecedor. Para buena parte del mundo, este país se sintetiza en una cara y un concepto: por un lado, estaría el rostro barbudo y severo de los ayatolás, tan poco propensos a la sonrisa; por otro, tendríamos ese programa nuclear que tanto obsesiona a las grandes potencias, sobre el que el domingo pasado se alcanzó por fin un acuerdo. Irán viene a ser el coco de la comunidad internacional, el vecino incómodo con quien evitamos tratar, y esa carga de prejuicios y tergiversaciones acaba convirtiéndolo, por simple contraste, en uno de los países más sorprendentes del mundo. Porque resulta que, cuando entramos en casa del vecino hosco y sospechoso, no nos encontramos la mazmorra que esperábamos.

«A mí me sorprendieron principalmente tres cosas de la vida cotidiana en Irán -explica a este periódico el canadiense Muhammad Lila, corresponsal de la cadena ABC-. Lo primero fue lo conectados que están los iraníes al resto del mundo: a pesar de la prohibición oficial de las redes sociales, prácticamente todos los iraníes jóvenes que he conocido están en Facebook y Twitter. Lo segundo es hasta qué punto conocen esos jóvenes la cultura pop occidental, escuchan rock y rap y ven las últimas películas de Hollywood. Y, en tercer lugar, asombra lo desarrollado que está el país: pese a las sanciones, la vida sigue con normalidad, y Teherán es una ciudad hermosa, con bonitos parques y torres de apartamentos».

Lila ha elaborado una serie de reportajes para reflejar ese lado urbano y moderno de la vida en la capital, que resulta tan difícil de conciliar con las restricciones arcaizantes de los mulás. En sus paseos por Teherán charla con 'skaters', con jóvenes que practican el 'parkour' -esa disciplina que consiste en superar los obstáculos callejeros con agilidad de gato- o con chicas que siguen cantando rock aunque las vocalistas femeninas estén prohibidas, y también se mezcla con las cuadrillas mixtas de estudiantes que charlan en locales como el Superstar Fried Chicken, una réplica depurada del Kentucky. Desde luego, no es Afganistán, ni tampoco Arabia Saudí, por citar un ejemplo de ese mundo árabe con el que tanto se confunde a los persas.

Una tonelada de uva

Irán tiene una población tremendamente joven: alrededor del 60% de sus 77 millones de habitantes son menores de 30 años, y sus aspiraciones no suelen coincidir con las que quieren imponerles los líderes religiosos. Uno de los datos que mejor delatan esa discrepancia es el de las rinoplastias: cada año se realizan en Irán unas 200.000 operaciones de cirugía plástica en la nariz, la inmensa mayoría a muchachas. Las jóvenes cumplen con la obligación de cubrirse el cabello de maneras que a menudo son heterodoxas, y a los flequillos al aire les suman el maquillaje en la cara y los abrigos ceñidos que marcan la cintura. Los iraníes se han vuelto expertos en la creación de pequeños ámbitos de libertad y procuran ignorar las normas absurdas mientras pueden: actos como el de sacar a pasear al perro, prohibido desde hace tres años, se han convertido en rebeldías cotidianas.

Claro que, en la calle, los encontronazos con la guardia moral pueden causar serios disgustos. Dentro de las casas, a resguardo de ojos censores, es donde se comprueba el grado de occidentalidad de la amplia clase media iraní. En un libro editado el pasado verano, 'Iranian Living Room', quince jóvenes fotógrafos mostraban la intimidad de los hogares, con muchas escenas que parecían corresponder a un país europeo. «En las casas es donde ocurre todo, porque fuera hay que portarse bien y hay gente que controla. Pero, de puertas adentro, se sacan el chador y los pañuelos y hay cenas, música, televisión por parabólica...», relata la escritora catalana Ana M. Briongos, que estudió Literatura en la Universidad de Teherán y mantiene con el país una estrecha relación, cultivada en viajes frecuentes. Ella asistió, por ejemplo, a una fiesta casera en la que olía fuertemente a vino, pese a que la venta de alcohol está estrictamente prohibida: varios amigos se habían puesto de acuerdo, habían comprado una tonelada de uvas y estaban fermentando en bidones las provisiones para todo el año.

«Irán es un país muy moderno, con hoteles estupendos, carreteras buenas y más chicas que chicos en la universidad. No hay analfabetismo, ni de niñas ni de niños», destaca Briongos. Aunque la mujer valga la mitad que el hombre por ley, muchas novias se las arreglan para establecer cláusulas matrimoniales en las que fijan sus condiciones. «Pueden imponer que el marido no se vuelva a casar, porque la poligamia está permitida, o que en caso de divorcio les entregue cierta cantidad de dinero y propiedades. Las mujeres iraníes son conscientes de su situación y luchan para cambiarla, no son tontinas que lo aceptan todo».

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