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Las tragedias de Ana Molinari
SOCIEDAD

Las tragedias de Ana Molinari

A la creadora de Blumarine le apasionan las flores, pero su vida está llena de espinas. Tras la muerte de su marido y de su gemela, Molinari abandona la línea de niña buena y arrasa con un estilo atrevido y sexy

LUIS GÓMEZ

Domingo, 1 de diciembre 2013, 01:29

Deberían haber sido unas vacaciones de ensueño, pero terminaron en tragedia. Un elefante mató hace siete años a su marido, Gianpaolo Tarabini, en un safari en Zimbabue. Pese al tiempo transcurrido, Anna Molinari sigue siendo una mujer con muchos miedos. «La idea que más me asusta es que le pase algo malo a la gente que amo. Ya he sufrido muchas pérdidas dolorosas en mi familia». También murió su hermana gemela, Licia, con la que jugaba de pequeña a coser vestidos para las muñecas. Anna se entristece con frecuencia recordando a la gente que ha amado «y ya no está conmigo».

Sin embargo, hay algo en esta modista italiana de Módena que le lleva a superar las peores adversidades y a reinventarse con éxito. «La vida continúa y, por desgracia, te obliga a vivir con tu pasado, con los recuerdos tristes y felices de tu trayectoria personal y profesional que nunca te abandonan», recordó en una entrevista a la revista 'Marie Claire'. «Pero esto no me hace dejar de soñar, de afrontar los retos y aprovechar las oportunidades con pasión».

Algunas editoras, con muy mala leche, la han acusado de cambiar de rumbo y abandonar su línea de niña que no ha roto un plato por otra más atrevida y sexy. El rosa chicle es uno de sus colores favoritos y endulza habitualmente sus colecciones. Sin embargo, para adaptarse al «nuevo mundo», la romántica mujer Blumarine -una de las cuatro firmas que tiene en el mercado junto a Blugirl, Miss Blumarine y la división de lujo que lleva su nombre- ha dejado paso a «la inmediatez de lo práctico. El estilo de vida y la manera de sentirse elegante de mis clientas también ha cambiado».

Aunque mantiene los «códigos éticos y creativos» de los principios, Anna nunca se lo ha pensado dos veces cuando ha creído necesario realizar cambios. Ahí radica el secreto de una diseñadora y empresaria que se dejó unos cuantos jirones familiares por trazar una carrera a la carta sin admitir injerencias de ningún tipo. A su vertiente artística ha añadido siempre una visión empresarial para la que ha demostrado un extraordinario ojo clínico. Cuando el patriarca, un importante industrial textil, supo que su hija lanzaría su propia firma, en 1977, se lo dejó bien claro: «'Hazlo, pero ya que eres tan presuntuosa no te voy a dar ni una lira'». De buena cuna, su vida parece seguir al pie de la letra el guión de 'El Gatopardo', film donde una aristocracia decadente apostaba por cambiarlo todo para que nada cambiase.

Anna ha ido modulando su estilo de forma gradual, como esa lluvia que empapa sin darse uno cuenta, hasta convertirse en lo que es: una grande del diseño que arrasa con su apuesta por la estética de la felicidad y con estampados tropicales que ciñen cinturas. Si hace tres décadas «enfadó y ofendió» a su padre al abandonar la empresa familiar, hoy le tiene entre sus «mayores fans». Este es otro de los encantos de una creadora que pensaba dedicarse a la escritura -«canalizo ese vacío con mis diseños»- de no haberse cruzado en su camino Franco Moschino, el excéntrico modisto de los ochenta. Molinari tiene facilidad para hacer amistades. Le ayuda mucho su «humildad» y la fortaleza que muestra para afrontar «los momentos difíciles». También sabe encarar cada «desafío con pasión sin ningún grado de autocomplacencia» y busca la belleza «en todo lo que nos rodea».

«No sería nada sin mis hijos»

En Moschino halló al maestro que le enseñó «todo lo que sabe de moda». Hasta encontrarse con él, Molinari sólo tenía conocimientos sobre punto. «Él me transmitió el amor por los colores y su característico toque de ironía». Un humor fino que comparte a menudo con sus dos hijos, Gianguido y Rossella. «Sin su apoyo y cariño nunca habría tenido la fuerza para seguir dedicándome a esto ni habría llegado hasta donde estoy». Los chavales se han repartido los papeles. Si el primero asumió la dirección del grupo empresarial, uno de los más importantes de Italia, la segunda lleva la parte creativa de Blugirl. Curiosamente, Anna ha ejercido de auténtica 'mamma' con sus cachorros y los ha incorporado al redil empresarial, justo lo contrario de lo que hizo ella al alejarse de su padre. «Desde que nacieron les he hecho sentir la empresa como una parte fundamental de sus vidas. ¡Y espero que ellos hagan lo mismo con mis nietos!».

La familia mantiene una relación basada en el respeto «infinito y el equilibrio perfecto». Anna, que se confiesa excéntrica e «impulsiva» y con muchas dificultades para contener sus emociones, admira el trabajo de su hija. Su interpretación del estilo responde, en su opinión, a una «visión muy avanzada», sobre todo en el terreno del marketing. Cuando echa la vista atrás, se acuerda de su madre, Odette, suministradora de tejidos de punto para las casas más importantes del mundo, de quien heredó «la sensibilidad estética, la elegancia y la pasión» por la moda.

Enamorada de las rosas y las violetas, Anna nunca se quita el solitario de Cartier con un diamante amarillo que le regaló su difunto marido. «Es mi amuleto», subraya. Católica «practicante», el evangelio descansa en su mesita de noche. Reza antes de ir a dormir y nada más levantarse. Esta «soñadora» tiene una debilidad: le vuelve loca pisar el acelerador de su lujosa flota automovilística, que incluye varios 'ferraris' y 'porsches'. «Me encanta la emoción de conducir a toda velocidad».

Es tan poderosa que hasta un 'risotto' lleva su nombre en Módena. Anna observa la vida con alegría, pese a las desgracias sufridas. «No hay rosas sin espinas. Siempre merece la pena disfrutar del milagro de la naturaleza, incluso cuando entrañe algunos momentos de dolor. Las cicatrices que nos deja son la prueba real de que hemos vivido nuestra vida de verdad».

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