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FERNANDO MIÑANA
Martes, 24 de diciembre 2013, 01:17
En casa de los Lim eran tantos y había tan poco que al pequeño Peter muchas noches le tocaba coger una esterilla, buscar un hueco en el suelo del comedor y extenderla allí para echarse a dormir. Era el inmueble de un humilde pescadero que bastante hacía con darle un techo y un plato de comida a los ocho hijos que cada noche se peleaban por una de las camas de los dos únicos dormitorios.
Aquel pescadero ya no vive, pero hoy estaría orgulloso del pequeño que dormía en el suelo. Peter Lim (Singapur, 1953) es ahora un multimillonario que lleva tiempo persiguiendo un capricho que se le resiste tanto como aquel codiciado catre. Su obsesión es tener un club de fútbol en una de las ligas punteras del mundo. Lo intentó con el Liverpool y la Premier y ahora puede estar a punto de conseguirlo con el Valencia y la Liga. Por el camino, más intentos baldíos: el Glasgow Rangers o el Atlético de Madrid.
El Valencia, endeudado hasta el cuello (el club y su fundación deben, fundamentalmente a Bankia, 354 millones de euros), sigue jugando en el vetusto Mestalla, el campo más viejo de Primera División. El nuevo coliseo, anunciado en el ya lejano 2006 como un hito arquitectónico del siglo XXI, lleva casi cinco años petrificado, a mitad hacer, en la entrada oeste de la ciudad.
Bankia amenazó con vender y el presidente del Valencia, Amadeo Salvo, temeroso de que cayera en las manos indebidas, se apresuró en presentar un comprador: Peter Lim, un potentado con 60 años de edad y dos hijos que, según 'Forbes', amasa la octava mayor fortuna de Singapur, estimada en unos 1.200 millones de euros. Aunque Salvo, al hablar de este inversor, introdujo un matiz: «Peter Lim es una persona humilde».
El rey de las comisiones
La humildad tiene sus raíces en aquella casucha de dos habitaciones que nada tiene que ver con la torre de 11 alturas que Lim disfruta ahora en Orchard Road, la zona financiera de la ciudad de Singapur, donde agasaja a su anciana madre, de 85 años, y donde vive con su segunda mujer. Desde aquella atalaya otea el mundo en busca del equipo de fútbol que sacie su apetito balompédico.
Si se consuma el trato -ha dado de plazo hasta el 15 de enero-, llegará con dólares singapurenses suficientes para saldar la deuda, acabar el bochornoso nuevo estadio y hasta para realizar algún fichaje sonado en el mercado de invierno. Aunque el fútbol está plagado de promesas incumplidas...
Lim parece fiable. Le costó mucho esfuerzo triunfar como inversor. Pudo estudiar en la Western Australia University, en Perth, porque se buscó la vida como taxista, cocinero o camarero. En la universidad, centenaria desde 2011, aprendió los secretos de los números y se licenció en Finanzas y Contabilidad, pero fue en esos trabajos temporales donde conoció la importancia de la propina. Quizá fue aquello lo que años después le hizo merecedor del sobrenombre de 'remisier king' (el rey de las comisiones).
El mote corresponde a sus tiempos de 'broker'. Lim estuvo mucho tiempo jugando con el dinero de otros. Hasta que, con 43 años, comenzó a invertir para él. No le fue nada mal. Cuando ya tenía un capital, inyectó 10 millones de dólares en Wilmar International, la empresa de aceite de palma más grande del mundo, que ahora valen 700. Y adquirió participaciones de Global Logistic Properties, un proveedor global con almacenes en China y Japón; de F. J. Benjamin, una red de distribución de ropa juvenil (Guess, GAP o Givenchy) con 212 tiendas en Singapur, Malaisia, Indonesia y Hong Kong; y de las clínicas del Thomson Medical Group. También tiene los derechos de una cadena de bares temáticos del Manchester United en Asia.
Es un hombre discreto que rara vez concede una entrevista y solo se conocen algunos de sus lujos, como su fastuosa colección de Porches, Ferraris o Lamborghinis, o su participación en la escudería McLaren de F-1, y ese edificio de 11 plantas que compró por 13 millones en 1994 y que espera vender algún día por más de 100. Aunque no olvida sus orígenes y da un buen pico cada año para becar a niños de familias sin recursos y a deportistas con sueños olímpicos.
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