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DAVID LÓPEZ
Lunes, 27 de enero 2014, 09:50
«Winnipeg es mi ciudad y, al mismo tiempo, un espacio mental». Con semejante declaración, el realizador canadiense Guy Maddin apuntaba al lugar en que la realidad cohabita con recuerdos distorsionados y fantasmas del inconsciente. Hay quien afirmaría que ese sitio existe y se llama Beverly Hills.
Una ciudad que nunca hemos visitado y, sin embargo, somos capaces de reconstruir en nuestra cabeza gracias al celuloide y el papel satinado. Ejerzan de viajeros imaginarios, contraten un tour con la empresa Starline y recorran en autocar sus calles.
Hileras de palmeras que parecen no tener fin. Galerías de arte, vehículos de gama alta y los escaparates de Cartier, Channel y Versace dominando el paisaje de Rodeo Drive, la arteria comercial más famosa del mundo. Mansiones con bolera, pista de patinaje, jardines asiáticos, sala de cine, helipuerto y piscina. Palacios de todos los tamaños y colores que ridiculizarían a la mismísima Xanadu.
Sus dueños, ricos maniáticos que legan la fortuna familiar a su mascota y enclaustran a sus retoños en alguno de los selectos colegios católicos que pueblan la manzana. Quizás alguna pertenezca a Nicolas Cage, Jack Nicholson o Brad Pitt, ilustres residentes de este pedazo de tierra hermanado con Cannes, la metrópoli más chic de la Costa Azul. Un parque de atracciones para ricos que en sus orígenes estuvo vetado a judíos y negros.
La pequeña localidad del condado de Los Ángeles, la que alumbró al auténtico 'Rat Pack' de Sinatra antes de que Las Vegas lo elevase a la inmortalidad, celebra este año su primer centenario. En 1911, un grupo de inversores compró lo que hasta entonces había sido una plantación de habas. Seguían la pista del oro negro y se toparon con un pozo de agua. Sin petróleo, pero con miles de acres de terreno fértil a su disposición, se percataron de que el paraíso podía levantarse allí. Un ayuntamiento oficializó sus intenciones tres años después.
Burton Green, cabecilla de aquellos pioneros, fue el visionario que construyó sus cimientos. Claro, los del hotel Beverly Hills. Luego llegarían Bel Air y los distritos financieros, los paparazzi y la luna de miel de los Kennedy. ¿Alguien ha dicho 'Sensación de vivir'? Para toda una generación sería el hogar de los hermanos Walsh. De Dylan McKay y Kelly Taylor. Un censo de 34.000 habitantes y mucho dinero que gastar. Por supuesto, ya nadie rememora el 3 de agosto de 1769, fecha en la que el aventurero catalán Gaspar de Portolá transitó lo que hoy se conoce como Wilshire Boulevard, en aquel tiempo una senda indígena.
Un plató de película
Beverly Hills es cine. Porque el 'star-system' se reparte sus parcelas. Porque allí tienen su sede los estudios Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), los del icónico león, que se trasladaron a la zona el 22 de agosto de 2011 tras superar la quiebra que desencadenó un agujero de 4.000 millones de dólares. Empero el común de los mortales la evocamos como escenario de algunas películas más o menos memorables.
En Greystone Park, por ejemplo, se halla el caserón en el que moraba 'el otro gran Lebowski', el millonario paralítico que ponía en un serio aprieto a El Nota (Jeff Bridges) en uno de los títulos de culto de los hermanos Coen. Sus estancias también han cobijado los rodajes de 'El truco final (El prestigio)', 'X-Men', 'La red social' o 'Pozos de ambición'.
Allí se localiza la Casa Beverly, la suntuosa villa del magnate de la prensa William Randolph Hearst, un emplazamiento del que Coppola dio buena cuenta en 'El padrino'. A Tarantino tampoco le falló el olfato. La casa de Mia Wallace, el personaje por el que recordaremos siempre a Uma Thurman, se encuentra en el número 1541 de Summitridge Drive. Ben Affleck desplazó a su equipo hasta el Hospital de Veteranos de la calle Plummer para registrar una escena de su oscarizada 'Argo'.
Michael Douglas, víctima del síndrome Amok ('un episodio aleatorio, aparentemente no provocado, de un comportamiento asesino o destructor de los demás, seguido de amnesia y/o agotamiento', citando a la OMS), caminaba por el lado salvaje de la vida en 'Un día de furia', desatando su ira en algunas de sus localizaciones. En la trilogía 'Superdetective en Hollywood', que catapultó la carrera de Eddie Murphy, el agente Axel Foley abandonaba su Detroit natal para asentarse en Beverly Hills y, de paso, aspirar a genio del desorden público, para crispación del cuerpo de Policía y los criminales de guante blanco. Ni siquiera en aquella época tenían gracia las muecas del humorista de Brooklyn.
No obstante, lo más probable es que la Beverly Hills de carne y hueso se parezca a la que retrataba Amy Heckerling en 'Fuera de onda', una adaptación caricaturesca de una novela de Jane Austen ambientada en un instituto privado para niños bien de 'la aristocracia californiana'.
La ruta de Cenicienta
Aunque sea pasto de múltiples reposiciones (el 'Qué bello es vivir' de la comedia romántica), la audiencia nunca falla cuando alguna 'cadena amiga' emite por enésima vez 'Pretty Woman'. Vivian, esa Cenicienta contemporánea interpretada por una principiante llamada Julia Roberts, era una pizpireta prostituta que le robaba el corazón a uno de los galanes de la década de los noventa, Richard Gere, en las inmediaciones de Hollywood Boulevard. El cuento de hadas por excelencia de Beverly Hills tiene, como no podía ser de otro modo, su ruta para turistas y cinéfilos.
En la avenida Santa Mónica se ubica Boulmiche, el templo de la alta costura donde unas dependientas atendían con desprecio a la estrella. Gran parte del metraje transcurría en el Regent Beverly Wilshire, el lujoso hotel donde se hospedaba el personaje de Gere. Si lo visitan, quizás se sientan decepcionados, pues las escenas en interiores se filmaron en un estudio. Para resarcirse del disgusto, pueden personarse en otros establecimientos de leyenda que sirvieron de decorado a grandes clásicos y taquillazos recientes del séptimo arte: prueben con el Millennium Biltmore ('Vértigo' de Hitchcock o 'New York, New York' de Scorsese), el Hollywood Roosevelt ('Casi famosos' de Cameron Crowe) o el Westin Bonaventure ('Rain Man' de Barry Levinson).
Si no se dejan obnubilar por esta travesía de excesos, en el hotel Las Palmas les espera un regalo para mitómanos. En una de sus fachadas descubrirán la escalera de incendios que trepaba Gere con un ramo de flores para declararle amor eterno a la novia de América. Y a la hora del almuerzo, nada como imitar a Roberts en su frustrado intento de comer caracoles en el restaurante Cicada.
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