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MARÍA JOSÉ TORREJÓN
Domingo, 16 de febrero 2014, 09:40
Esta es la historia emprendedora de Maribel Sánchez y Pascal Graillot que, desafortunadamente, no ha tenido un final feliz. La pareja dejó en 2012 su vida en Francia para iniciar una aventura empresarial en Cáceres que ha resultado ser más corta de lo previsto. La burocracia y la crisis se han llevado por delante su sueño. Ya tienen billete de vuelta. El próximo miércoles, día 19, regresan a Aviñón, en La Provenza.
«Hola a todos. Las circunstancias de la vida, la lentitud del Ayuntamiento, los gastos importantes para los autónomos y los tiempos difíciles que vivimos nos han llevado a cerrar la crepería y a abandonar el proyecto del remolque, sin respuesta de la autoridad competente», escribieron el pasado día 31 en el perfil de la red social Facebook del negocio que regentaban: una crepería en la calle Argentina.
«Con una espinita clavada pero con la frente alta y optimistas -proseguía el mensaje-, volvemos a Francia de donde salimos hace un año y medio con nuestro proyecto. No ha podido ser, no pasa nada, al menos lo intentamos. Os damos las gracias a todos por haber estado ahí, por vuestro apoyo y confianza. Un beso fuerte, Pascal y Maribel».
Maribel, de 44 años, es cacereña. Creció en la calle Santa Luisa de Marillac. Se marchó a Francia con apenas 21 años por amor, donde ha residido durante las dos últimas décadas y ha tenido dos hijos. Primero, cuenta, trabajó en una tienda de muebles y, desde el año 2000, para las autopistas. Empezó en una cabina de cobro y, después, en las oficinas. «Al lado de las oficinas estaba la radio de las autopistas y, cuando había accidentes, yo era la encargada de dar la noticia en español para los conductores», cuenta a modo de anécdota mientras toma un café en una pastelería cercana al local donde estaba su negocio. 'La Crêpe de la Crêpe' echó el cierre el pasado 12 de enero.
A Maribel siempre le ha atraído el mundo de la cocina. Pero su vocación profesional se despertó en 2011, cuando realizó un curso en una escuela de hostelería pagado por su empresa. «En Francia todas las empresas grandes te pagan una formación en lo que tú quieras. Durante un año, yo estuve cobrando mi sueldo mientras iba a la escuela de hostelería y hacía prácticas en un restaurante. Las empresas están obligadas a hacerlo por ley», explica.
Tras superar el curso, Maribel decidió que había llegado el momento de cambiar de rumbo. «No me veía otra vez en la autopista», apunta. Con el apoyo de Pascal, con el que comparte su vida desde hace cuatro años, decidió regresar a Cáceres. «Tenía ganas de venir y dijimos: 'vamos a intentarlo'», resume. «A mí me encanta cambiar de aires», agrega Pascal, que también dejó el empleo que tenía. Trabajaba como camionero autónomo.
Inicialmente, la pareja no tenía previsto montar un restaurante. Su proyecto era algo mucho más sencillo: una crepería móvil. Su idea era moverse por toda la ciudad con un carrito desde el que preparar y despachar los crepes a pie de calle, como ocurre, por ejemplo, en Nueva York con los puestos de perritos calientes. Fueron al Ayuntamiento y, entonces, se dieron de bruces con la realidad. «Los hay en todos los sitios menos en Cáceres. Pensamos que iba ser una novedad. Los lunes íbamos a ir a Nuevo Cáceres, los martes a Cánovas, los miércoles a Mejostilla... Pero cuando fuimos a hacer los primeros trámites al Ayuntamiento nos dieron una negativa de entrada. Nos dijeron que la venta ambulante estaba prohibida, salvo los días de mercadillo o en eventos como el Womad o ferias», relata Maribel.
Alternativas
Así las cosas, optaron por buscar un local para montar una crepería fija, aunque nunca descartaron del todo la opción del carrito. 'La Crêpe de la Crêpe' abrió sus puertas el 12 de noviembre de 2012 con una cocina basada en platos elaborados a partir de una masa hecha con harina de trigo, típicamente francesa. Al principio, cuentan, la acogida dada al restaurante fue muy buena. Y contrataron a un empleado. Pero en la primavera de 2013 hubo un bajón de público. Pensaron que se trataba de algo estacional. Mientras tanto, se centraron en acondicionar el carro que no se resistieron a comprar para asistir a diferentes ferias. Lo estrenaron, ilustran, en el Womad, en la calle Gran Vía. «Fue fantástico. Empezamos con fuerza», dicen. Su segunda salida fue en la Feria de Mayo.
En verano decidieron cerrar la crepería y centrarse, únicamente, en salir a los pueblos en feria. Con sus crepes móviles han recorrido Hervás, Cañamero, Miajadas, Coria y Torrecillas de la Tiesa, entre otros puntos de la geografía provincial. Y volvieron a llamar a la puerta del Ayuntamiento para intentar de nuevo conseguir un permiso permanente para su crepería móvil. «No nos daban una respuesta clara, ni definitiva», se quejan.
Pasados los meses más calurosos, durante los cuales la ciudad se vacía, llegó el momento de reanudar la actividad en el local de la calle Argentina. Corría el mes de octubre. «Ya no estábamos confiados en que funcionara porque no sacábamos lo que había que sacar por día», se sinceran. Según sus cálculos, y para que las cuentas cuadraran, tenían que hacer una caja diaria de 300 euros.
Al gasto del alquiler -comenzó siendo de 1.500 euros mensuales y después bajó-, tenían que sumar las dos cuotas de autónomo, sus propios sueldos y las facturas de luz y agua. Aunque el restaurante permaneció cerrado en julio, agosto y septiembre, la factura de la luz de estos tres meses ascendió a 700 euros por la potencia contratada. Del empleado tuvieron que prescindir.
Antes de arrojar definitivamente la toalla pensaron en un posible cambio de ubicación: cerrar el restaurante y abrir en la calle Pintores un puesto de venta de crepes para llevar en un local de los muchos que hay vacíos. Pero de nuevo, aseguran, su proyecto se vio encorsetado por la burocracia y exigencias inflexibles. «Es increíble todo lo que hay que hacer para montar un local. Queríamos poner dos mesas y nos exigían un baño para discapacitados, una rampa, rehacer una escalera... Las obras se nos iban a 15.000 euros para arreglar un local pequeño».
«Me voy decepcionada»
Ellos ya miran para otro lado. Pascal tiene concertada un entrevista de trabajo para el 21 en una oficina de transportes de Aviñón, donde conservan su casa. Maribel, apunta, cobrará el paro. «Me voy decepcionada, pero al mismo tiempo con la cabeza alta porque lo he intentado y no ha podido ser. No creo que haya sido culpa nuestra. Ha sido culpa del sistema y de los tiempos que vivimos», indica ella a la hora de echar la vista atrás y hacer balance. Su decisión no tiene marcha atrás, pero quieren dejar un mensaje para facilitar el camino a futuros emprendedores. «La administración debería ser más flexible. La normativa está ahí pero puede cambiarse. Intentas hacer las cosas bien, con la ley por delante, y no consigues nada», se quejan. «Tienen que dar más facilidades», insisten.
Pascal y Maribel tampoco lograron las subvenciones a las que aspiraban, dicen, por no responder a dos cartas certificadas que nunca recibieron. «Yo no aconsejo a nadie intentar nada», concluyen. «Invertimos 30.000 euros y los hemos perdido». Su aventura cacereña ha llegado a su fin. No ha podido ser. Toca pasar página.
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