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ANTONIO ARMERO ENVIADO ESPECIAL
Sábado, 22 de febrero 2014, 18:32
En Marjayoun amanece al menos una hora antes que en Extremadura y anochece también antes. Comparado con Badajoz o Cáceres -donde es una hora menos que en Líbano-, hace más calor por la mañana, y más frío en cuanto se va el sol, que estos días ha multiplicado su potencia y está castigando rostros desprotegidos y derritiendo la nieve de los Altos del Golán. Las comidas, en general, se adelantan respecto al horario español. Lo único que diferencia a un viernes del resto de días de la semana es que hay bingo en la cantina de tropa. Y lo único que distingue a un sábado del resto de días es que hay sesión de cine. Además, este domingo hay mercadillo de variedades locales, es decir, la oportunidad perfecta para comprarle una pashmina a la esposa o la novia y algo al crío o a la sobrina.
La vida en el centro de operaciones del Ejército español en Líbano, donde ahora llevan la voz cantante los 425 militares de la BRIM (Brigada Mecanizada) Extremadura XI tiene sus propias reglas. Castrenses, por supuesto. A las ocho de la mañana, cuando la mayoría camina hacia el comedor a paso lento y terminando de colocarse la boina azul, llegan las voces de un coro ordenado. «En nuestra España querida, o fuera de sus fronteras, a todos los zapadores, varias cosas nos unen. En nuestros pechos, un castillo. Lealtad y valor, nuestro lema. Constancia y disciplina, norma de vida. Por nuestro trabajo se nos distingue y la prudencia siempre se exige, y por encima de todo, nuestra consigna debe estar en el cumplimiento de la misión. Aquí, un zapador. Aquí trabaja un zapador». Es el himno del batallón de ingenieros.
Cada mañana, a las ocho, la tropa sale, forma ante su superior, entona con voz recia la letra mil veces ensayada, y luego rompe filas. A partir de ahí, comienza el día en la base Miguel de Cervantes, a la que no le falta ni un lenguaje propio.
Aquí, lo que la mayoría de los civiles llamaría barracones, o containers, se llaman losas. Son pequeños edificios preconstruidos a base de empalmar casetas de obra. Entre 24 y 28 de estas estructuras, dispuestas unas frente a otras, integran cada losa, que se identifica por un número y una letra, siempre pronunciadas tirando del alfabeto habitual en el Ejército (y en la policía y en los aviones y entre los radioaficionados), de manera que uno puede pasarse medio año viviendo en Alfa-1 o en Beta-3 o en Charlie-1 o en Delta-2... La habitación, que aquí se llama Corimed (por el nombre del fabricante) tiene literas, habitualmente dos, es decir, cuatro camas, pero ahora, con la base ocupada al sesenta por ciento de sus 1.300 plazas, en casi todas las habitaciones o Corimeds hay dos personas. No hay lujos en ellas. Sólo lo justo y necesario. La cama con sábanas limpias y un par de mantas, un armario metálico con una única percha, una pequeña papelera, la luz, el aparato de aire acondicionado y calefacción, una mesa y dos sillas.
Otra cuestión es la libertad de los militares para enriquecer ese espacio. Y en este punto, no hay duda alguna de que la mayor aspiración es tener una tele. Muchos la consiguen a través de alguno de los dos métodos más extendidos. Uno consiste en alquilarla, pagando setenta euros más veinte de fianza que son devueltos al terminar la misión. La otra es invertir de 150 a 200 euros en comprar una buena pantalla, disfrutarla seis meses y vendérsela con una pequeña rebaja sobre el precio inicial a quien ocupará la habitación que se abandona. Con mecanismos parecidos, hay quien se ha hecho también con una pequeña nevera.
En ninguno de esos mini frigoríficos faltará, eso es seguro, el agua. Hay un palé con botellas pequeñas y grandes a la puerta de las losas, que también incluyen un módulo con baños y otro con duchas, y tanto en uno como en otro, hay un espacio reservado a las mujeres, que aquí están en evidentísima minoría.
Esto es el Ejército. Y esta es una misión en el extranjero. Algunos de los más jóvenes se quejan de que la wifi va y viene y sube y baja de velocidad según le apetece, y los que cargan en su mochila vital con otras cuantas experiencias en el extranjero les recuerdan aquellos odiosos años, no hace tanto, en los que había que apuntarse en una lista para que te adjudicaran cinco minutos en un locutorio, para que luego llamaras y no lo cogiera nadie, comunicara, la conversación se entrecortara o el satélite decidiera justo en ese momento que le apetecía descansar.
Esto, ahora, no pasa. Nunca antes los militares en misión lejos de casa habían tenido tan fácil contactar con la familia, gracias a Internet. Lo pueden hacer por el servicio de mensajería instantánea WhatsApp, por el de videollamada Skype o llamando a casa como se ha hecho toda la vida. Basta con ir al locutorio en cualquier momento del día, marcar el uno, luego el número ya sea móvil o fijo, pulsar el botón de aceptar y ponerse a hablar.
Vida más fácil
Y si algo falla, está la UABA (Unidad de Apoyo a la Base), que entre otros menesteres, se ocupa del PCV -en la Cervantes todo tiene siglas, y la mayoría de ellas se corresponden con una traducción en inglés-, que es el Plan de Calidad de Vida. «Su objetivo -resume el subteniente Julián Ramos- es hacerle la vida más fácil a quienes están aquí, para intentar que se parezca lo más posible a estar en casa». Y eso pasa por organizar un torneo de pádel -hay 46 parejas inscritas-, por hacer que todo el que tenga tele en la habitación reciba la señal de Canal Plus -fútbol y toros es lo más demandado- y también la del puerto USB con media docena de películas que se cambian semanalmente. El ocio en la base Cervantes tiene nombre de deportes, sobre todo el pádel, correr y el gimnasio.
Pero también hay préstamo de libros -no es que haya colas para alquilar uno, pero tampoco faltan buenos lectores- y las revistas, entre las que triunfan las de cotilleos y las de motos, pese a que llegan un mes después que a los quioscos españoles. Y están también las clases de inglés, de francés y de árabe. «Yo voy a inglés cada vez que puedo, que no es siempre, depende del trabajo», cuenta el sargento Paco Moreno Narváez, del batallón de zapadores, que empezó su vida militar en la sección de logística y luego se cambió a la de ingenieros. Entre sus trabajos está la construcción de todo tipo de infraestructuras. Nació en Llerena y vive con su novia en Badajoz, tiene 33 años y afronta su primera experiencia en el extranjero. «Estoy muy contento, aquí hay mucho trabajo, a las diez o diez y media de la noche estamos la mayoría acostados por el cansancio, los días se me hacen cortos, a la familia que dejamos en España se les hacen más largos», resume el sargento, cuyo patrón de ocio, al margen del inglés, se parece mucho al de la mayoría: deporte, deporte y deporte. «Yo también: pádel, correr, pesas...», refrenda el cabo primero José Ángel Pozo Rondón, 35 años, nacido en Venezuela y con casa en Badajoz. Los dos tenían bien claro ayer por la tarde que tras la cena, irían al bingo, la gran cita del viernes noche en la base Miguel de Cervantes, donde todo empieza y termina antes que en Bótoa.
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