Borrar
Urgente Un tiroteo entre dos clanes en Plasencia deja dos heridas de bala, una de ellas de dos años
Pedro del Corral junto a su perro Pas, que localizó en un simulacro un bote con explosivos en la parte trasera de un coche. :: ARMERO
Nostalgia en la base Cervantes de Líbano
425 militares extremeños particpan en la misión

Nostalgia en la base Cervantes de Líbano

El sargento Mogeano ha conseguido hablar con su hijo, la soldado Torres echa de menos su bici, el brigada Gutiérrez ha hecho dos medias maratones, el cabo primero Tinoco y la soldado Serrano son pareja...

ANTONIO ARMERO

Domingo, 23 de febrero 2014, 13:32

En el locutorio número tres de la base Miguel de Cervantes, un militar con un acento gallego que reconocería incluso un libanés, le traslada a la mujer con la que habla un mensaje en verde. «No, cariño, no queda la mitad, queda menos, porque febrero es más corto». Con las matemáticas en la mano, tiene razón. A los 425 militares extremeños que viven en Marjayoun, en el sur de Líbano, les quedan de 80 a 90 días para volver a casa, según la fecha concreta de sus vuelos de regreso, que serán varios y escalonados entre el 15 y el 24 de mayo. Mientras llega el día, hay algo que les une a todos: el WhatsApp, Skype y el locutorio. Por ahí fluyen historias con todos los ingredientes posibles: un joven que no sabe si llegará a tiempo de darle la mano a su mujer mientras da a luz su primer hijo, una hija que bromea con su padre diciéndole que en las notas ha sacado «todo ceros y unos», un marido que, como los días se parecen tanto entre sí, ya no sabe muy bien qué contarle a su señora cada noche... En la Cervantes hay 720 historias, 425 de ellas protagonizadas por gente que cada día de su vida cruza la puerta del cuartel de Bótoa. Hay tantas historias como personas amanecen a diario en este centro operativo del Ejército español en la zona con más militares por metro cuadrado del planeta, en un país más pequeño que Asturias donde conviven 18 confesiones religiosas y dos actores principales, israelíes y libaneses, que no dejan de mirarse de reojo.

Seguramente, de todo eso se olvida Ricardo Gutiérrez cada vez que se anuda las zapatillas de deporte y sale a correr por el sendero interior de la base. No hay en la Cervantes fuente más autorizada que él para saber cuánto mide exactamente ese camino. «Son tres kilómetros y 350 metros», precisa el brigada, que trabaja en el área de inteligencia del TOC (Centro Táctico de Operaciones), dedicado a tramitar información clasificada. «No es cosa de espías ni nada por el estilo, para eso hay analistas, lo mío son más bien cuestiones administrativas, en contacto diario con Madrid», simplifica este militar de 48 años -aparenta diez menos- que ha estado dos veces en Bosnia, donde hacía «un trabajo muy distinto, integrado en un pelotón, pasando más tiempo en la calle, teniendo más contacto con la población». Para él, la vía de escape a tantas horas en la oficina, frente al ordenador, es el 'runing'. «Corro todos los días por lo menos una hora, y en el tiempo que llevo aquí he hecho ya dos medias maratones», detalla. O sea, se conoce de memoria dónde están las cuestas dentro de ese sendero en el que a cualquier hora hay alguien corriendo. Gente como el cabo primero Aitor Tinoco (34 años, andará por el metro noventa de estatura), uno de los tipos más afortunados de la base, porque no necesita móvil ni ordenador portátil para ver a su novia. Ella es la soldado Cristina Serrano, cuatro años menor que él. Viven juntos en un piso de La Granadilla, en Badajoz, y cada tarde, cuando él acaba su turno de trabajo, va a buscarla. «No se nos permite dormir juntos, pero sí podemos estar los dos en la habitación viendo una película», cuenta Aitor, que forma parte de la compañía de abastecimiento, dentro del pelotón de carburantes de la Unidad Logística. Ella está en la UABA (Unidad de Apoyo a la Base), y es la cara que ven a menudo quienes tienen la costumbre de ir a la biblioteca a por un libro o una revista. «Que tu pareja viva en la base es un privilegio que tenemos el uno por ciento de los que estamos aquí -reconoce la soldado-, es un apoyo cuando tienes un día malo, hace que la misión sea más fácil».

Aitor escucha y sonríe, quizás pensando en las veces que se está ahorrando meter sus contraseñas de la red wifi en el portátil o el smartphone para hacer una videollamada. «Yo estuve de misión en Kosovo y es mi tercera vez en Líbano, y en esto de las comunicaciones se ha avanzado muchísimo», apunta el cabo primero Tinoco, un buen termómetro para comprobar cómo ha evolucionado el sur de Líbano en los últimos años. «Hay mucha diferencia entre la primera vez que vine y ahora», introduce. «Ya casi no ves casas destruidas, y sí muchas más fachadas limpias, y están también las cosas que hemos ido haciendo nosotros, como las placas solares que hemos instalado en las farolas de algunos pueblos, y que gracias a eso no están a oscuras por la noche».

Uno de esos municipios en los que está la huella de los militares en forma de más calidad de vida es Bourj Al Malouque, a quince minutos en coche de la base, y que tiene una escultura dedicada a San Jorge, que es su patrón, el mismo que en Cáceres. Al mediodía de ayer, el 'Parque España', bautizado así por la municipalidad como un guiño al Ejército que gestionó y pagó su construcción, estaba repleto de niños y madres, algunos de ellos animados a acudir por el alcalde, para dar color a la visita de la prensa española. Ahí, entre niños, se mueve bien Antonio Jara, cabo mayor destinado en la unidad del Cuartel General. Se dedica a tareas administrativas y de personal, pero también a labores de seguridad y escolta cuando hay visitas. Se acerca a una niña libanesa y la coge con la soltura de quien ya lo ha hecho antes. Hace 17 años lo hacía con su hijo Antonio y hace 13 con el otro, Miguel. «Nosotros estamos aquí gracias al sacrificio que hacen nuestras familias y gracias a su apoyo constante», reflexiona el cabo mayor, a quien le alegra la vida verle la cara cada noche a sus dos hijos - «a veces me preguntan cosas del cole, de las asignaturas», cuenta- y a María Asunción, su mujer. Viven en Cáceres, y él viaja cada día con tres compañeros hasta el cuartel de Bótoa, donde más de una vez se habrá cruzado con Mercedes Torres, una de las 30 mujeres de la BRIMZ (Brigada Mecanizada) Extremadura XI destacadas en Líbano.

Ella no está en la base Miguel de Cervantes, sino en el puesto avanzado 9.64, con algo más de medio centenar de compañeros. «Soy militar porque me gustaba desde pequeña, entré hace once años y es mi segunda vez en Líbano», cuenta la cabo, que hace a diario una hora y media de pesas y sesenta minutos de bicicleta estática, para quitarse el mono de salir de excursión en mountain bike, que es lo que hace cada fin de semana cuando está en Badajoz. «Echo mucho de menos eso y a mi pareja, mi familia, los amigos», se sincera Mercedes, que habla sin dejar de acariciar a 'La gorda', como llama ella a una cachorra cuya historia también habla del conflicto que vive el sur de Líbano.

En la posición avanzada tienen una perra. «Vienen bien porque ladran si se acerca alguien a la valla», explica Mercedes. Y justo eso paso. Alguien se paseó junto al recinto. Era un pastor. Y llevaba un perro. El instinto animal hizo lo demás, y mediado el tiempo que la Naturaleza manda, el perro de la 9.64 parió siete cachorros. Algunos de ellos se los han entregado a vecinos de la zona, pero 'La gorda' sigue con los militares españoles. «Si pudiera, me la llevaba a casa», bromea Mercedes, que comparte la querencia por los perros con Pedro del Rosal (36 años, pacense del barrio de San Roque) y uno de los que mejor entiende a 'Pas', el perro extremeño de la base Miguel de Cervantes.

'Pas', un pastor belga traído desde Bótoa, se lo pasa pipa cuando algún integrante de la unidad cinológica le tira una toalla para que la coja y se la devuelva. Es el premio por haber sido capaz de localizar un bote de goma dos (un explosivo) en la parte trasera de un coche por el que nadie daría un euro en un desguace español, pero quizás sí en Líbano, donde un Mercedes salido del concesionario anteayer se cruza con un coche destartalado que puede llevar el motor de un Toyota, el chasis de un Hyundai y los asientos de un Fiat. En veinte años de militar, unos cuantos como esos habrá visto Pedro del Rosal, que ha estado de misión en Irak, dos veces en Bosnia y otras dos, con esta, en Líbano. «Me gusta la experiencia de las misiones en el extranjero, aunque son diferentes unas a otras; en Bosnia y en Irak, sobre todo en Irak, había más riesgo que aquí», resume el sargento primero, al mando de la Policía Militar de la base. A ella se ha traído los aparejos de pesca, y reparte su tiempo de ocio entre hacer deporte y preparar eficaces moscas. Y llamar a casa, claro está. Para ver a su niña de nueve años y al crío, que tiene tres. «Con el niño es más difícil porque está enfadado, dice que su padre se ha ido a trabajar a la montaña», cuenta entre risas el sargento Del Rosal, tan campechano en el trato como David Clemente, 32 años, placentino residente en Cáceres, jefe de pelotón en el Regimiento Castilla mientras está en Bótoa y auxiliar del G5 en Líbano. Se ocupa de preparar planes de contingencia, esto es, pedidos para la amplia cartera de necesidades de la base. Y además, es voluntario del programa Cervantes, lo que significa que un día a la semana va a dar clases de español a un colegio de Marjayoun. Tiene doce alumnos de ocho a doce años. Doce trastos que no paran. Hablan, gritan, se levantan de la silla, juegan a pegarse, y el sargento placentino, que intenta enseñarles a decir los días de la semana en castellano, se los trae a su terreno con una mano izquierda admirable. «Me presenté voluntario para las clases de español porque me pareció una experiencia interesante, aunque tengo que reconocer que pensé que iba a ser más fácil», admite en tono distendido. «Si quieres hacerlo medio bien, tienes que prepararte las clases para los chavales», explica David Clemente, que destaca de los días que lleva en el sur de Líbano el hecho de vivir «en una base que tiene muchas comodidades, con unas instalaciones muy buenas». Entre ellas, las del punto de atención sanitaria español (hay otro con personal chino).

Allí están el capitán enfermero Sergio Vázquez (37 años, de Losar de La Vera) y los soldados Manuel Díaz (23, Sagrajas) y Antonio Villar (24, Puebla de la Reina). Los dos últimos ejercen funciones de conductores sanitarios y tareas varias en la cédula estabilizadora. «Es una experiencia gratificante», resume Villar, un apunte que firman sus dos compañeros. «Yo también estuve en Afganistán, y era distinto, otra situación», recuerda Vázquez, mientras que Manuel Díaz reconoce que lo que más le ha llamado la atención son «los niños de los campos de refugiados sirios». Esos grupos de chabolas aparecen dos minutos después de salir de la Cervantes, y por ellos se ve desfilar a críos agarrados por los hombros que levantan la mano al ver la fila de coches blancos con la bandera azul de Naciones Unidas en la parte trasera. En general, el parque de vehículos de la base es moderno, lo que no quita para que a Juan Pedro Mogeano no le falte trabajo. Es el jefe del equipo de automoción de la Unidad Logística (ULOG) y se pasa el día haciendo revisiones y arreglando los BMR, los camiones, los todoterrenos... «En el taller -explica el sargento- estamos ocho personas, porque hay muchísimo trabajo». Entre los consuelos, por básico que pueda parecer, está la ducha caliente. «Yo he estado tres veces en Bosnia y otra más aquí en Líbano -recuerda Mogeano-, y me acuerdo bien de cuando en Bosnia teníamos que andar trescientos metros por la calle para ir a ducharnos; eso en invierno escocía». Ha mejorado un abismo eso y lo que repiten todos: las comunicaciones. Aunque hay cosas que ni el teléfono, ni el WhatsApp ni el Skype pueden arreglar. «Hasta hace una semana, mi hijo mayor, que tiene seis años, no quería ponerse cuando hacíamos el Skype -relata-. El chico sí que se pone desde el principio. Me enseña sus coches y me hace sus bromas. Pero con el mayor no había manera. Al fin se ha puesto». Todo un logro. Una batalla que el sargento Mogeano le ha ganado a la distancia, un concepto que no sólo se mide en kilómetros.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

hoy Nostalgia en la base Cervantes de Líbano