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Medio siglo del golpe de Ali que cambió América
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Medio siglo del golpe de Ali que cambió América

El 25 de febrero de 1964, Cassius Clay, sólo un bocazas entonces, batió a Liston y empezó a ser un símbolo de la lucha racial

J. GÓMEZ PEÑA jgomez@elcorreo.com

Martes, 25 de febrero 2014, 12:49

Uno de los cronistas de boxeo de la época preguntó apresurado por el tiempo que tardaba la ambulancia desde el Miami Convention Hall al hospital más cercano. Quería estar preparado para ir a buscar allí tras el combate a aquel insolente, bocazas y agitador, el tal Cassius Clay. Las apuestas de la pelea por el título mundial del peso pesado estaban siete a uno a favor de Sonny Liston. «Mata al negro, Sonny», le pedía el público, que apenas llenaba la mitad del aforo. Curiosa petición. Liston, esclavo hijo y nieto de esclavos, era también negro. Y malo: un matón a sueldo de la mafia. Pero Clay era aún peor para aquella América blanca de los años sesenta: era negro y rebelde, el símbolo de la lucha racial. «Mata al negro, Sonny». En las primeras filas aguardaban el inicio de aquel combate viejas glorias como Joe Louis, Rocky Marciano y Sugar Ray Robinson, rodeados de micrófonos, actores, señoras divertidas y el humo que subía hacia los focos. En la butaca siete estaba alguien más: Malcolm X, el padre de la nación musulmana y negra, el amigo de Clay. Ese día, 25 de febrero de 1964 -justo hace medio siglo- cambió la historia del boxeo y empezó a cambiar la América del blanco y negro.

Clay subió primero al ring. De puntillas. Bailando. Inquieto. Gesticulante. Lanzando puños al humo. Era campeón olímpico y era, según los cronistas, demasiado enclenque y fanfarrón. Tenía 22 años y, como reconoció años después, le tenía pavor a Liston. «Fue la única vez que pasé miedo». De Liston nadie sabía la edad. No hubo tiempo para ese trámite en una familia miserable de 25 hermanos. Qué más daba. Sonny creció como mulo de carga. Infancia a latigazos, despreciado por su padre. Nadie le quiso nunca y respondió a golpes. Aquella noche en el Convention Hall de Miami era campeón del mundo, el más temido, el Tyson de su época, la bestia que había tumbado a Floyd Patterson en apenas un minuto. Subió al ring con batín blanco, encapuchado, con la mirada fija, enfadada. Su oficio era dar palizas para la mafia y tumbar boxeadores sobre al lona. Enfrente tenía al aspirante bocazas que semanas atrás había ido a insultarle a su propia casa. El tal Clay. Un loco que boxeaba como si fuera un peso mosca. Por eso, Liston ni se preocupó de preparar el combate. Pasó las semanas previas entre alcohol y prostitutas, su origen y su fin.

«Mata al negro, Sonny». Por una vez, el público estaba con Liston. Todos contra Clay, el negro contestatario. Campana. Liston se fue a por él. Un golpe y listo. Eso pensó. Pero encontró aire. Clay era como el humo del pabellón. Se esfumaba sobre el molinillo de sus piernas. En unos minutos, Liston envejeció una década. Lento, pesado, antiguo. Clay era el futuro. Ni siquiera la trampa salvó a Sonny. Antes del cuarto asalto, Liston se untó los guantes con una sustancia irritante. Eso cegó a Clay, que se pasó el siguiente round huyendo de aquel bulto borroso que le perseguía. Ni así le cogió. En el sexto asalto, Clay recuperó la visión. Revoloteó y picó, como le había dicho su mánager, Angelo Dundee. Liston nunca había boxeado contra alguien así. Clay le cambió la cara a golpes. El ojo izquierdo de Liston empezó a abultarse, a cerrarse. La campana del sexto asalto fue la última. Liston se sentó en su rincón y dijo: «Se acabó». Los suyos pensaron que el viejo campeón se había cansado de tanto baile, que iba a matar a Clay. Pero no. Se acabó de verdad. No podía más. Escupió el protector bucal y dobló su cuello de toro. En la otra esquina, el tal Clay brincó, danzó y abrió la boca. Chilló de cara al público: «Cerrádmela ahora. Soy el rey del mundo». Al día siguiente cambió de religión y de nombre: Muhammad Ali. Otra América.

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