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GERARDO ELORRIAGA
Sábado, 29 de marzo 2014, 11:31
La agenda de un comisario abunda en citas de todo tipo, dado que su labor como mediador implica a numerosos agentes del ámbito creativo. Esta figura profesional suele establecer puentes entre las instituciones públicas y privadas, los conservadores de museos, los artistas, la crítica, los periodistas, los coleccionistas, los galeristas y el ciudadano. Pero esa abundante actividad de interlocución constituye un ejercicio procesal supeditado a otro, más ambicioso, que incluye la investigación, documentación y materialización del proyecto expositivo. Con los conocimientos necesarios e imbuidos de responsabilidad social y cultural, su objetivo sería el de comunicar al ciudadano conceptos y discursos sobre el arte que elabora sin coacciones de ningún tipo y que enriquecen nuestra comprensión de las obras artísticas y el pensamiento estético contemporáneo.
Miguel Angel Gaüeca, uno de los creadores vascos de mayor proyección, recurre a esta definición genérica del Instituto de Arte Contemporáneo, una asociación gremial, para hablar de una función esencial que persigue en última instancia, según términos de la citada entidad, la interpretación, contextualización y la difusión de la producción plástica. La realidad, a su juicio, escapa de esa idealización. «Los profesionales que tenemos cierta edad y valoramos el trabajo, el hacer y la trayectoria de los distintos integrantes del arte sabemos que con los comisarios sucede como con los artistas: los nuevos comisarios no quieren ser comisarios, quieren ser estrellas», lamenta.
El aura de personalidades del relieve del suizo Harald Szeemann, uno de los referentes históricos en este ámbito alentaría, según sus palabras, la aparición de «'curators' que emplean menos tiempo en decidir una tesis expositiva que cualquiera en tomarse un café». El artista encuentra todo tipo de especímenes dentro del colectivo. «La famosa expresión de la botica, hay de todo, se puede aplicar en esta cuestión, hay estrellas, estrellados, magníficos profesionales y negados, y todas sus posibles combinaciones».
En España se ha pasado de su inexistencia a todo un 'boom', según palabras de Eduardo Hurtado, ganador de una de las becas de la Generación 2014 de la Casa Encendida. «Todo el mundo es comisario y todo el mundo hace proyectos curatoriales. Cuando algo se pone de moda hay mucha gente que se apunta al carro sin tener muy claro qué es lo que está haciendo», denuncia y prefiere no hablar de intrusismo: «Yo hablaría de poca responsabilidad, de generar más problemas que soluciones».
Diferencias
Las diferencias entre la situación dentro de nuestro país y fuera también tiene que ver con su relación con el mercado. «En el extranjero se halla más vinculado a las galerías y bienales», aduce. El verdadero profesional es, en su opinión, un guía, un resorte, un acompañante del artista que se ubica entre el sistema y la práctica, «intentado que lleguen los menos impactos posibles al autor». Sin embargo, una vez más, los conceptos se enfrentan con la praxis. La crisis económica le ha empujado a asumir múltiples tareas que exceden el plan conceptual e invaden el de la gestión. «Hablamos de directores de orquesta, que saben tanto de investigación como de edición de textos».
La falta de estudios formales hasta hace unos diez años ha impedido su consolidación como una categoría bien definida. «Frecuentemente, las autoridades culturales no lo diferencian del gestor porque su perfil les resulta raro», apunta Haizea Barcenilla, con un currículum que incluye formación como comisaria en Gran Bretaña, Alemania e Italia. A menudo, los directores de las entidades asumen también ese rol y esa tendencia se ha agudizado con las precariedades presupuestarias que sufren muchas entidades y que llevan a recurrir al alquiler de exposiciones 'prêt à porter', baratas y de fácil consumo. Además, esa acumulación de cometidos también puede resultar muy útil. «Así, la política lo puede controlar mejor», indica. «Contratar a un comisario supone una fuerte apuesta conceptual y delegar contenidos, lo que implica también un considerable voto de confianza».
Camino experimental
La reducción de las ambiciones de los centros expositivos también redunda negativamente en aquellos jóvenes con escasa experiencia y necesidad de incrementar su currículum. «Si se adjudican tres proyectos a expertos, cabe que alguno recaiga en noveles, pero si tan sólo ofrecen uno, inevitablemente irá a parar a alguien con cierta trayectoria».
La elaboración de pequeños proyectos independientes constituye el camino habitual para muchos aspirantes. La fórmula implica proponer iniciativas y conseguir subvenciones. «Resulta agotador y frustrante porque la mayor parte de esas peticiones acaban en negativas», señala la comisaria, quien no cree que existan diferencias de sexo en ese duro camino. «No encuentro ese techo de cristal del que hablan las artistas porque en su caso se ha relacionado tal limitación con el genio, tradicionalmente asociado al hombre, mientras que en este ámbito no se plantea tal genialidad», aduce. Las comisarias abundan en el teóricamente progresista escenario de la plástica. «Ahora bien, otra cosa es cuando hablamos de puestos de responsabilidad dentro de instituciones».
La experimentación supone, en cualquier caso, la vía imprescindible para la proyección del profesional. «Un comisario se forma oyendo, viendo, reflexionando y haciendo. Yo no esperaría a hacer cursos específicos para embarcarme en esta tarea», añade Hurtado, para quien la clave se halla en los contenidos y las maneras, no en el título que los acompaña. «Es lo importante en el mundo de la creación, donde se te puede poner el foco encima y quitártelo con la misma rapidez. Yo creo que nadie vive del comisariado en España, no de forma independiente».
El caso de Juan Canela supone una de esas raras excepciones a la regla. Tras licenciarse en Historia del Arte en la Universidad de Santiago, se desplazó a Barcelona para realizar un máster y, después de trabajar en una galería, ha iniciado su carrera con un original programa de residencias para artistas y comisarios que demuestra, una vez más, el amplio abanico de opciones que presenta esta actividad, sobre todo en tiempos aciagos. «Hay tantas visiones como profesionales. No se trata siempre de realizar una exposición», añade, y describe su propio trabajo como una actuación que corre cercana y paralelamente al quehacer del artista. «La colaboración ha de ser fluida, no cabe imponer. El artista ha de tener la última palabra».
Equilibrios
La falta de oportunidades también redunda en ciertos abusos. La precariedad, la afectividad dentro del colectivo y el entusiasmo de estos agentes favorecen la proliferación de labores interesantes, pero no remuneradas. «Muchos se aprovechan de ello hasta que te das cuenta de que no puede ser».
Eduardo García Nieto se responsabiliza de las cinco propuestas incluidas en el programa Praxis del Centro Artium, pero no asume la condición de comisario. Según explica, no sólo porque su práctica se da también en otros campos como la educación o la escritura, sino porque el término tiene unas connotaciones en el mundo artístico que le incomodan y que vincula con cierta facultad de mando. «Prefiero definirme como trabajador cultural».
En cualquier caso, reconoce su práctica curatorial, dado que realiza proyectos 'expositivos' y, a ese respecto, su planteamiento coincide con el de su colega gallego. «Intento tener un especial cuidado en no diluir el trabajo de los artistas y no convertirlos en 'entes intercambiables' o personas que deban trabajar para 'ilustrar' una idea que yo he tenido», alega y plantea algunas de las dudas que asocia con su función y que resultan especialmente controvertidas. Entre otras cuestiones, pone sobre la mesa el papel que este mediador ha de llevar a cabo en una exposición individual de un artista vivo que trabaja en esa misma muestra, cómo se procede a la selección de autores dentro de cada proyecto o por qué se permiten prácticas curatoriales «como ejercicios de poder, en el sentido más hegemónico y patriarcal del término».
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