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El mundo a sus pobres pies
SOCIEDAD

El mundo a sus pobres pies

La Torre de David acaricia el cielo de Caracas. Iba a ser un gran centro financiero, pero la quiebra bursátil lo dejó a medias. Hoy su esqueleto de 45 pisos acoge a 3.000 okupas que lo llaman hogar, y donde también hay tiendas, bares...

ISABEL IBÁÑEZ

Domingo, 13 de abril 2014, 12:26

Se llama la Torre de David, y es una maravillosa ironía clavada en el centro de Caracas. Imposible obviarla con sus 45 pisos, 190 metros, el tercer edificio más alto de Venezuela, coronado por un helipuerto que sirve de cualquier cosa menos para que aterrice una nave. No es fácil acceder a su azotea; nada de ascensores de lujo subiendo y bajando a ritmo vertiginoso. Con suerte, se puede llegar con coche o motocicleta hasta el piso 10 por las rampas previstas para el aparcamiento. El resto, a pata, una metáfora de lo que cuesta alcanzar el cielo. Porque la Torre de David iba a ser la joya de la 'city', un importante centro de negocios, el lugar de trabajo para esos hombres y mujeres trajeados que saben jugar a la Bolsa, pero... Hoy es el hogar de 700 familias, 3.000 personas, okupas podría decirse, que gracias al 'crack' bursátil tienen un techo; lo de las paredes es otro cantar.

No se llama así por el tema bíblico, sino como homenaje a su constructor, David Brillembourg, fallecido en 1993. La muerte prematura de este banquero aficionado a la cría de caballos coincidió con la crisis financiera en Venezuela y la nacionalización de la banca, y la torre quedó atrapada para siempre en aquel momento: un zigurat con partes acristaladas y otras como una página de 13 Rúe del Percebe.

Los adictos a la serie 'Homeland' lo reconocerán como una de sus localizaciones. No exactamente este edificio, sino una recreación del mismo: allí se esconde de sus perseguidores el marine Nicholas Brody en la tercera temporada. Como uno más de los habitantes que pueblan esta extraña comunidad desde 2007, cuando el primer 'inquilino' subió sus escaleras y escogió apartamento. En realidad, los pioneros instalaban tiendas de campaña y fue más tarde cuando empezaron a levantarse muros de ladrillo. Hugo Chávez, entonces presidente, miró para otro lado mientras el edificio empezaba a llenarse y hoy no hay salón aquí que no se decore con una foto suya.

Así las cosas, si uno está en Caracas, mire desde donde mire, ve la Torre de David. Es de entender que para el fotoperiodista Jorge Silva se convirtiera en un objetivo ineludible: «He querido fotografiar la vida dentro de la torre desde hace años. Se convirtió en una obsesión a la que tenía que hacer frente». No era fácil. Sus habitantes están hartos de cómo se les dibuja. «La primera vez que lo intenté no tuve éxito. Me dijeron que saliera de allí mientras podía». Los gestores estaban enfadados por un reportaje en tono crítico en 'The New Yorker'. Esto, unido a otros titulares como: 'La Torre del terror', 'El rascacielos de chabolas', 'Dentro de la favela vertical más alta del mundo', 'La mujer violada en la torre de David'... consiguen que un reportero no sea precisamente bienvenido. Pero Silva logró convencerles de que solo quería retratar el día a día de la gente. «Después de escucharme, una mujer dijo: 'Ah, ¿así que no vienes a ver el cocodrilo que tenemos en el sótano? Por ahí dicen que tenemos uno que hace desaparecer a la gente cuando entra en la torre'. Y todo el mundo se echó a reír».

Helados, taekwondo...

El fotógrafo comenzó así su ascensión. Y aquello se reveló ante sus ojos como una auténtica ciudad interior: «En sus pasillos hay bodegas, tiendas de ropa, salones de belleza... Uno puede vivir sin salir a la calle. Me acompañaban Thais y su hija de 9 años, Génesis, que viven en el piso 27. Nos detuvimos en la planta 10, donde un amigo suyo vende helados caseros. Después entramos en una tienda del piso 16. Un hombre cargaba 26 pisos con un bidón de agua de 20 litros, otros dos arrastraban una lavadora; la gente reciclaba vigas de los pisos superiores; unas niñas daban clase de taekwondo... Pude ver que se trataba de una comunidad fuertemente unida. Y durante mis días en la torre me sentí más seguro dentro que en la calle».

Al final, llegaron a la planta 28. Desde una terraza, Gabriel Rivas y su hermano Franklin contemplaban la vista de Caracas. Gabriel se volvió hacia el fotógrafo y le preguntó: «¿Verdad que somos los más ricos entre los pobres?».

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