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¿Qué ha pasado hoy, 11 de abril, en Extremadura?
CÁCERES

ADARVES CACEREÑOS

JOSÉ MANUEL MARTÍN CISNEROS

Miércoles, 16 de abril 2014, 02:25

En todas las ciudades hay calles, plazas o lugares a modo de iconos, hitos, y Cáceres no está al margen. En nuestra ciudad son los adarves. Preciosa palabra que, desde la época de la dominación almohade, se ha forjado un hueco en el imaginario colectivo de nuestro pueblo.

Adarves cacereños con nombres sonoros, rotundos, que suenan a leyendas y a personas, a hazañas y sudores: De la Puerta de Mérida, del Padre Rosalío, de Santa Ana y de la Estrella, del Obispo Álvarez de Castro, del Cristo...

Calles que han servido de tránsito y ronda, de defensa y vida. Calles que han conservado su esencia a pesar de los intentos, demoledores algunos, por alterar su piel. Pero, ¡ay del alma del adarve! Cuál es tu alma para seguir ahí, año tras año, siglo tras siglo, soportándonos, sirviéndonos, apoyándonos, siendo como eres, larga y corta, ancha y recoleta, fortaleza, arte y cultura, resumen de todas las culturas que te han hecho, judía, árabe y cristiana. En tus trazos veremos la fuerza del castillo en el imponente de las torres y la elegancia del palacio con especiales nombres de Golfines, Saavedras y Adaneros, de Ovandos, Mogollones y Riberas, de Mayoralgos y Moctezumas y hasta Obispo. Tienes la esbeltez de la palmera y el rincón recoleto y entrañable donde ensoñar historias. Tienes la puerta, el postigo, el arco y la muralla, la pequeña hornacina preciada de la imagen religiosa y el resto del adarve primitivo. Y, servida, vigilada y auxiliada de las torres, que son tu protección, tu razón de nacer. Los nombres de las torres albarranas del Aver y del Postigo de Santa Ana, del Horno y de la Hierba, de Bujaco y de los Púlpitos..., almohades y cristianas, pero rotundas y altivas, teñidas de sangre y de noblezas, de historias de duelos y de guerras, pero también de amores y diarias pasiones de las gentes.

Adarves. Tránsito de todo lo que ha sido y será. Y ahora , de nuevo, el marco único, patrimonio mundial, de internacionales reconocimientos, Jerusalén trasplantada que te han llamado cada primavera.

Es Viernes Santo. Si en la tarde la pena se enseñoreará de esta preciada calle en el más terrible entierro que viviremos, por la mañana los cortejos que han estado y estarán recorriendo la Jerusalén cacereña se debaten entre el esplendoroso sonido de las marchas y el desgarrador lamento de la saeta en cualquier esquina. Es la pena, es el dolor contenido porque cuesta entender el rito. El visitante se sorprenderá, por el escenario que la historia ha ido preparando y porque es tal la sucesión de pasajes, plásticamente expresados, que es necesario asumirlo con plenitud de espíritu.

Al alba, Jesús, el Nazareno, se ha recogido ya en Santiago dejando tras de sí escenas, cual rosario doloroso, y así la Santa Mujer Verónica, la piadosa María de Magdala, la expresión de la crueldad con Cristo en Su Caída, el prodigioso cuadro de Cristo pleno de Indulgencias, los Milagros en los más tiernos hombros, la patética expresión del Calvario y María, derrotada por el dolor y la pena y la Angustia.

Y de San Mateo, en lo más alto, en el Gólgota de esta Jerusalén, al hilo de un palacio que es el mejor sitio en una ciudad formada de noblezas, saldrá un portento a recorrer los adarves. Una imagen de Cristo, antiguo, solemne, tierno, grande. Sobre calvario de claveles expirará, su madre le seguirá y, aunque seca de dolor y lágrimas, va llena de Gracia y Esperanza porque sabe que, en dos días, trocará el negro manto por el más luminoso blanco para proclamar su inmensa alegría por estos adarves cacereños, resumen de la vida, la historia y la leyenda de todo un pueblo.

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