J. LÓPEZ-LAGO
Sábado, 1 de diciembre 2007, 10:35
Ni el parásito anisakis, ni la crisis del fletán o del boquerón ni toneladas de chapapote. Lo más terrorífico para un pescadero es escuchar que van a abrir otro Mercadona.
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El pez grande se está comiendo al chico y en Badajoz, donde viven casi 150.000 habitantes, ya sólo quedan 13 pescaderías y todas son pesimistas de cara al futuro. Coinciden en que resisten bajo mínimos y la mitad asegura que tendrá que cerrar en menos de un par de años por culpa de las grandes y medianas superficies. Cada negocio familiar es un drama particular con un guión muy parecido: Las amas de casa prefieren comprar en el Día, Supersol, Carrefour, Eroski, Mercadona, ... los jóvenes apenas comen pescado y la Administración no apoya al pequeño comerciante.
Manuel Macías regenta una pescadería en la calle Meléndez Valdés desde hace tres décadas. Él empezó con 14 años a repartir pescado y recuerda que sólo en el casco antiguo había seis pescaderías, a las que hay que sumar otros cuatro puestos fijos en el mercado de abastos de la Plaza Alta «cada uno con cuatro empleados, ahí se ven algunos», y señala una foto realizada por Óscar Alonso con los pescaderos de los años cincuenta posando ufanos junto a sus cajas de madera, una actitud muy diferente a la de los pescaderos que quedan a finales del año 2007, resignados. Cada testimonio es un desahogo sobre lo mal que va el negocio. «Te digo que dentro de seis o siete años no quedamos ninguno».
El otro pescadero que aguanta en el casco antiguo es Antonio Jaramillo, que trabaja en la calle Santo Domingo. «Ni las navidades son buenas ya», dice este profesional que se enganchó al que era el oficio de su padre con 16 años. Hoy tiene 41 y su única hija no quiere ni oír hablar de heredar la pescadería. «Las grandes superficies han hecho mucho daño y nosotros cada vez tenemos menos clientela porque encima la economía familiar no acompaña y nosotros, al trabajar con género de calidad lo que vendemos cuesta algo más».
Una merluza de pincho cuesta en una pescadería entre 9 y 12 euros el kilo y en una mediana superficie baja a unos 6 euros.
Los pescaderos traen pescado capturado en las costas de Huelva, Cádiz, Algeciras, Málaga, Coruña o Vigo, según ellos mucho más sabroso y con menos espinas que la merluza pescada en Chile, la pijota de Canadá, el boquerón italiano o la dorada y lubina griegas, adquiridas por las grandes firmas comerciales por toneladas, lo que abarata su coste. Este factor y la comodidad de poder comprar de todo en una mediana o gran superficie ha vaciado las pescaderías.
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Como la de Ángel Ballesteros, que estaba el jueves detrás del mostrador cruzado de brazos charlando con un vecino. La suya es la única pescadería que queda en la barriada de la Paz y tiene grabada la fecha en que abrió a pocas manzanas un Mercadona. «Fue el 26 de junio y desde entonces las ventas han bajado un 80%. Llevo 18 años en esto y en mayo cierro el negocio. Así no podemos competir y como yo, vendrán otros detrás hasta que no quedemos ninguno. La gente joven prefiere los platos precocinados».
«Nos están hundiendo»
Según Manuel Claros, que ha diversificado su negocio de Valdepasillas con una fábrica de salazones en El Nevero, «nos están hundiendo poco a poco, en silencio. Las pescaderías ya no tienen empleados, las llevan matrimonios», declara.
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El cambio de hábitos alimenticios es otro factor que está acabando con las pescaderías. Según Juan Antonio Chaves, cuyo negocio está en el Altozano, «los niños quieren pizzas, hamburguesas y comida china. Nada de comer pescado». Según su mujer, acometieron la última reforma en mayo «y porque mi marido aún es joven que si no hubiéramos cerrado directamente».
Pablo Chaves, hermano de Juan Antonio, lleva 26 años como pescadero, ahora en la avenida Augusto Vázquez. Tras el cierre de la pescadería Faro en la avenida Carolina Coronado, la suya es una de las dos pescaderías que quedan en la margen derecha de la ciudad, donde residen 40.000 pacenses. Hace quince años había seis. Según dice, «pescadería que cierra, pescadería que no abre jamás. Yo aguanto porque el local es mío y llevo aquí 26 años, pero he oído que van a abrir un Mercadona cerca de la Estación de Renfe. Si es verdad, nos fulmina a mí y a muchos como yo».
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Carmelo Macías es el otro empresario que aun vende pescado en la margen derecha, en la avenida Padre Tacoronte, bastante distanciado de su colega Pablo. Lleva allí nueve años y pese a que no hay competencia alrededor, «la mía es ya una muerte anunciada, como la de todos los comercios chicos. Hace por lo menos cinco años que el negocio va hacia abajo. Yo tendré más calidad (y menea un par de merluzas) porque escojo lo que quiero para mis clientas, las atiendo como se merecen y les recomiendo lo mejor, pero no hay nada que hacer porque ellos tienen horarios más amplios».
Los pescaderos ya sólo abren por las mañanas. Leonor Carrillo, de la pescadería A. Jorge, en Valdepasillas, empezó a probar en las tardes de los martes y los viernes para relanzar un negocio en el que lleva 18 años junto a su marido, pero no dio resultado. «La situación es patética, a mí me dan ganas de llorar cuando voy al Mercadona a por la comida del perro y veo allí a mis clientas de toda la vida, las mismas que siempre he atendido lo mejor posible. La calidad de un sitio y otro es tan distinta que mi única esperanza es que regresen cuando se den cuenta. Nos quedan 15 años para la jubilación, pero no creo que esto pueda durar tanto tiempo».
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Como ella, la mayoría de los pescaderos se levanta entre las cuatro y las cinco de la mañana. Su jornada consiste en recoger el pescado en el único módulo que queda en Badajoz para este tipo de productos. Antes había cuatro.
Según Manuel Macías, en los años ochenta en Badajoz había sólo «sardina, cazón, bacalao, jureles y poco más». Ahora hay mucha más variedad. Trucha, sepia, lubina, rape, cazón, salmón, besugo, lenguado, perca, marrajo, chipirón, salmonete ... aunque depende la variedad, a un kilo de pescado el vendedor le saca de margen entre uno y dos euros, según Antonio Cubero, gerente de la única pescadería que queda en la barriada del Cerro de Reyes. Lleva instalado siete años en la calle Holanda. «La cosa empezó bien, pero siguieron abriendo grandes superficies y la gente empezó a mirar los precios, no la calidad. Ahora funciono con las personas mayores porque no se pueden desplazar hasta el Carrefour», explica uno de los pescaderos más jóvenes de los que quedan en activo en Badajoz. «¿Jubilarme aquí con setenta años? ¿Imposible!».
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«Regular no, fatal, qué digo fatal, peor». Así responde José Chaves, hermano de Juan Antonio y Pablo, cuando se le pregunta cómo va un negocio que a las 12.30 estaba vacío después de que hubieran pasado 15 personas en toda la mañana. Se llama pescadería Pepe, en la calle la Maya «y hace quince años tenía una máquina que iba dando tickets con números para organizar la cola. Vamos, que te digo que aquí no se cabía».
Este padre de dos hijos se queja amargamente de que el Estado no les ayuda. «El último gasto ha sido de 1.400 euros para reparar una cosa que me ha dicho Sanidad. Ahora lo llevamos entre mi mujer 'Uchi' y yo, pero antes tenía dos empleados. Mis hijos no van a continuar en el negocio y no sé si nosotros llegaremos abiertos al 2009, para qué te voy a engañar», dice.
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Sin asociación
La crisis en este sector se veía venir y por este motivo hace cuatro años hubo un intento de asociacionismo entre los pescaderos pacenses. La idea era pelear juntos para no perder su cuota de mercado, «pero cada uno prefería tirar por su lado y no se llegó a nada», explica José Chaves.
Tras la desaparición de las pescaderías en las calles General Palafox, San Isidro y, hace un año, Díaz Brito, en Santa Marina sólo queda un pescadero. Lleva en la calle Rafael Lucenqui 33 años, se llama Manuel Rodríguez y está atravesando su peor época pues a menos de 300 metros a la redonda han abierto un Supersol, un Eroski, un Consum y un Aldi. «Parece que les regalen los terrenos -dice-, cada vez que abre uno baja la venta un 10%. Pero no me afecta sólo a mí, sino a la charcutería de allí, a la frutería y a todos».
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Hacen daño
En la calle Manuel Alfaro lleva 18 años Pedro Gutiérrez, que antes era pastelero. «Cuando abrí sólo había pescado en las pescaderías y ahora lo hay por todos lados. Lo ofertan como servicio, pero no se dan cuenta del daño que hacen. También le digo que cuando echo un vistazo a lo que venden en las medianas superficies ... mejor me callo», dice este empresario autoempleado y que procura no enfermar, pues tendría que cerrar.
San Roque es una zona muy comercial que conserva el aroma de barrio, pero pescaderías sólo hay una. Es un negocio heredado que lleva Manuel Cabrera con su mujer. Se llama pescadería Huelva. «Me quedan ocho años para jubilarme, pero no sé si esto durará tanto».
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Por su local, veinte metros cuadrados, paga una renta antigua de seis euros al mes. Justo al lado hay un supermercado Día, pero en este caso el pez chico es más listo que el grande y el logotipo y nombre de la pescadería simula los colores de la mediana superficie anexa para captar la atención de los clientes: 'Se vende pescado del Día'. «Abrieron hace tres años y tengo la suerte de que no venden pescado, el día que lo traigan no tenemos nada que hacer».
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