ELENA SIERRA
Domingo, 16 de diciembre 2007, 02:06
En narrativa hace tiempo que se dan dos fenómenos muy relacionados. El primero es el afán de los escritores por poner en orden su memoria y utilizar retazos de la propia vida para dar forma a sus novelas. El último Premio Planeta, Juan José Millás, es sólo el último ejemplo. Ha descrito 'El mundo' como «un ejercicio de la memoria» que recompone lo que está disperso y le da coherencia y significado. Investigar dónde está la herida y de dónde procede, y escribir sobre ello, aporta un poco de paz. «Hasta que no los escribes, todos esos recuerdos son como metralla que te hace daño continuamente», ha comentado al recibir el premio mejor dotado de nuestras letras.
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No es el único autor que ha descubierto en la ficcionalización de su biografía una puerta de salida al dolor. «Todas mis novelas son un paseo por el entorno de Chirbes y una excavación en sus pozos oscuros», ha respondido alguna vez Rafael Chirles, que acaba de publicar 'Crematorio' en Anagrama. Un poco más lejos geográficamente, pero no en lo literario, el alemán Uwe Timm lleva años dándole vueltas a su historia familiar para intentar aclararse algo. 'Tras la sombra de mi hermano' (Destino) sigue los pasos de un hermano mayor que fue miembro de un comando especial de las SS. ¿Por qué él sí y yo no?, parece preguntarse el autor.
Son sólo tres nombres de una larga lista. Están también los escritores que publican sus memorias y, periódicamente, sus diarios. Una desnudez ante los lectores que era impensable hace un par de décadas. Lo que primaba era ofrecer imaginación, mentira, novela. Ya no. Andrés Trapiello, Antonio Muñoz Molina, José Luna Borge, Ignacio Carrión y un largo etcétera, por citar sólo a los españoles, hacen llegar a las librerías sus momentos más íntimos, en teoría.
Junto a este fenómeno de desnudez, de utilización del propio yo como argumento literario, se da otro que tiene mucho que ver. Porque si uno es capaz de escribir sobre sí mismo, cómo no va a atreverse a quitarse el pudor a la hora de hacerlo sobre otros y sobre todo sobre personajes imaginados. Cómo no atreverse a describir escenas de dolor, de sexo o de violencia a pecho descubierto. No es que eso sea algo raro en literatura -¿qué es lo raro?-, pero sí se detecta una extensión, Por estas latitudes, probablemente, destapó el frasco la también Premio Planeta Lucía Etxebarria, que nos contaba sin tapujos las aventuras sexuales de sus protagonistas, y sin tapujos se identificaba con algunas.
Los jóvenes también
Los de la llamada generación X, nacidos en 1970 y después, como Ray Loriga y José Ángel Mañas, y con el tiempo los de la generación Nocilla, con Javier Calvo a la cabeza, han demostrado lo que puede hacerse en este sentido. La violencia ya no es algo que se cuenta de pasada, como trasfondo, sino un argumento total. El sexo, y sobre todo el sexo no convencional, por decirlo de alguna manera, aparece a menudo como parte de una trama poco habitual. Locura, drogas y exageraciones nutren sus páginas. En el fondo son los mismos temas de siempre, porque el ser humano es lo que es, pero con una envoltura muy diferente.
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Para la editora de Areté, Nuria Tey, todo esto es el resultado de «una cultura nueva» y una «adaptación» a la realidad. En un mundo plagado de imágenes de todo tipo, los lenguajes literarios se han ido adaptando a esa forma de enfrentarse a él. Se mira diferente. Es inevitable. Sabemos más, vemos más, conocemos más. La gente habla de sus dramas en la televisión y en los periódicos. Los asuntos que antes no se contaban a nadie por 'sucios', ahora son tema de conversación, aunque sea sólo entre unos cuantos. Y la literatura no sólo responde a esa evolución de los lectores, sino también a la necesidad de los propios autores de explicar con otras palabras lo que hay. «La novela no sería lo mismo si no nos sintiéramos identificados con lo que cuenta», dice Tey. Es una respuesta a esta realidad.
Es verdad que esta falta de pudor biográfica y literaria no es del todo nueva. Se ha extendido, pero ya autores del pasado siglo hicieron sus incursiones. Truman Capote dejó helados a todos con 'A sangre fría', una historia de violencia nunca escrita hasta entonces. A ver, grandes novelas anteriores mostraban ya grandes dramas, historias de dolor, pero es que Capote se atrevió a cogerla de la vida misma. Describió el asesinato de una familia y encima se fue a preguntar a los presuntos autores de los crímenes el porqué. El mismo escritor hizo de su infancia y juventud materia literaria para sus relatos y novelas cortas. Comenzó a transitar el camino que el siglo XXI ha convertido en habitual. La violencia y el sexo explícitos ya no son ingredientes de obras menores o de obras marginales.
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Con el paso del tiempo, se ha visto también el peso de la realidad en otros muchos autores. Por hablar de una de la que se recupera ahora parte de su obra, Carson McCullers dejó entre sus letras mucho material autobiográfico fácilmente identificable. Desde la procedencia de sus personajes, similar a la suya, a sus fantasías y vivencias. Los seres extraños que pueblan sus relatos y novelas -'El aliento del cielo' y 'El mudo y otros textos', de Seix Barral, los recuperan-, los 'freaks', son ella también. «Todo lo que sucede en mis relatos me ha sucedido o me sucederá», dijo la autora de Georgia (1917-1967).
Pero si algo demuestra que la senda de la pérdida del pudor, tanto para enfrentarse a lo que les ocurre a los personajes como a uno mismo, es la publicación de diarios. No biografías ni autobiografías póstumas, ni memorias después de la muerte, no. El día a día hoy de autores vivos que, por partes o de una sola vez, ofrecen a sus fieles su experiencia cotidiana en bandeja. El repaso a las ediciones de los últimos meses es la prueba de que se trata de un género en auge. Y eso que lo que siempre se ha reconocido en los poetas, la exposición del yo, era hasta hace poco un demérito en los narradores.
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Aparte del éxito de Isabel Allende con otra de sus 'cartas' familiares, 'La suma de los días' (Areté), tenemos diarios en toda regla como el de José Luna Borge, 'Pasos en el agua' (Llibros del Pexe). Se trata del tercer volumen del poeta y ensayista, datado en 1996, que ya había publicado con anterioridad 'Pasos en la niebla' y 'Pasos en la nieve'. Tal vez el destape ante los lectores ayude a seguir adelante. «No puedo con este diario, me pesa como una losa», escribe.
'Días de diario' (Seix Barral) es el título del de Antonio Muñoz Molina. En sus páginas, el escritor andaluz nos muestra el doble juego de la literatura: narra los días en los que dio forma a 'El viento de la Luna'. Vive y escribe a caballo entre Madrid y Nueva York, entre la realidad y la ficción. El objetivo de Christa Wolf (Alemania, 1929) es otro. 'Un día del año. 1960-2000' (Círculo de Lectores) es eso precisamente: lo que pasa un día al año durante cuarenta. A través de ellos apreciamos los cambios políticos y sociales.
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A algo más tiempo hacen referencia las anotaciones realizadas por el periodista y escritor Ignacio Carrión durante 45 años. Ven la luz en 'Diarios. La hierba crece despacio' (Edaf), muy escogidas. De los más de 160 cuadernos que tiene, publica el 15% y llega a las casi mil páginas. Además de hablar de trabajo y de historia, podemos encontrar en ellas una vida familiar que empieza con una madre desequilibrada y alcohólica. Ya en el plano de las memorias, Juan Cruz Ruiz opta por recuperar la figura del padre en 'Ojalá octubre' (Alfaguara), un homenaje a quien siempre creía que había una posibilidad. Hasta que se la quitaron.
Recientemente la Editora Regional de Extremadura ha publicado 'Diarios 1980-1993', del fallecido José Antonio Gabriel y Galán, la crónica de su enfermedad oncológica pero también de la emocional: la dependencia, la ludopatía, la angustia, la frustración. Estas anotaciones llevaron además al autor a escribir su libro 'Muchos años después'.
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