JAVIER SÁNCHEZ PABLOS
Domingo, 4 de mayo 2008, 14:09
Nada más terminar el colegio, se adentraron en el oficio de la alfarería con su padre y su tío. En un principio sólo elaboraban piezas pequeñas. Una vez que perfeccionaron la técnica durante varios años, comenzaron a hacer otras más grandes como vasijas o cántaros. De esa época ya hace más de 30 años. Ellos son los dos hermanos Juan Vicente y Carlos Rodríguez Árias, los dos únicos artesanos que siguen viviendo del barro en la ciudad. Además, mantienen el mismo taller de sus ancestros, eso sí, con algunas restauraciones. «Realizamos el trabajo como se hacía antiguamente», destacan.
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Aunque parezca 'mentira', las macetas, vasijas, botijos y numerosos objetos no salen de las tiendas especializadas, ni de los supermercados. Necesitan un proceso laborioso hasta que llegan a los distintos hogares para adornar esas entradas de las casas o ese despacho de cualquier trabajador. «Ya son sólo piezas decorativas porque han perdido su uso primigenio», indican.
Proceso
El primer paso es extraer el barro del suelo y limpiarlo. Seguidamente, «lo convertimos casi en líquido para quitar todas las impurezas». Después, se deposita en una era para que se evapore el agua y quede solamente el barro. «Luego lo recogemos, lo llevamos al taller y lo amasamos para hacer las piezas», explica Juan Vicente. Una vez que se elabora el objeto y se seca, se realiza la última fase que es la decoración. Estos artesanos tardan, como mínimo, una semana en llevar a cabo el proceso para ponerlo en el mercado.
La única tecnología que se utiliza en el taller es la de la electricidad para un torno. El resto del trabajo se lleva a cabo de forma manual. «Una pieza artesanal se nota en lo rústico, en su encanto porque es algo natural». De este modo no hay piezas iguales y eso es «lo mas bonito que tiene la alfarería», apuntan los alfareros. Sin embargo, si se hace de una forma industrial, salen lisas y en serie.
Un oficio duro
Los hermanos consideran que es un trabajo duro. Para dedicarse a este oficio «tiene que gustar mucho y que se haya transmitido de generación en generación, como nosotros, que lo llevamos en la sangre», indican.
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Emplean mucho tiempo, ya que en las buenas temporadas, como primavera o verano, hay que aprovechar para vender las distintas piezas. Eso significa que «casi no tenemos vacaciones». Cuando llegan las épocas 'flacas', como en invierno, tienen que seguir trabajando para sacar el taller adelante. La dureza del trabajo y la poca respuesta que se tiene, en ocasiones, del público, está provocando que desaparezca poco a poco el oficio, no sólo en la ciudad, sino también en la región. La única alternativa de supervivencia es que algún joven se haga cargo de un taller pero «seguramente no será artesanal, ya que dará prioridad a la maquinaria».
Aseguran con cierta tristeza que ellos pondrán fin a la saga de alfareros en su familia. «Da pena porque es algo del pueblo, de la gente llana». Sin embargo, matizan que es lógico que se acabe porque no tiene demasiadas salidas.
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A pesar de la problemática del oficio, la mayor satisfacción de estos dos alfareros es que de la nada, del barro recogido del suelo, sean capaces de llevar a cabo un objeto que sea útil y que gusta al público. «Eso es muy gratificante y nos hace sentirnos bien», resaltan.
Las piezas que elaboran los hermanos Rodríguez Arias, sobre todo, en esta temporada, son las macetas o cosas que sirven para sembrar alguna planta. Son de todos los tipos y clases. «Creemos que es lo que está salvando a este oficio porque es lo que más se vende». También realizan platos decorativos, ensaladeras y cosas relacionadas con el menaje de cocina. Sin embargo, este tipo de objetos no se vende bien puesto que «ya no tiene el uso que se tenían antiguamente».
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Para poder dar salida a las piezas artesanales, los hermanos Rodríguez Arias venden su producción a tiendas de la ciudad. Además, están presentes en los mercados de la zona tres día a la semana. Su actividad laboral se completa con la participación en ferias que se celebran en la época estival. «Hay más personas y, por tanto, se vende más. Hay que aprovechar que el invierno se hace muy duro», señalan.
Aprendizaje
Juan Vicente y Carlos detallan que no solamente es duro este oficio sino también el proceso de aprendizaje. Aseguran que para elaborar un pieza medianamente regular, como un plato, se necesita, por lo menos, un año de práctica. La dificultad está en saber coordinar los dedos «para encoger, abrir o estirar la masa o para dejar más o menos barro» ,con el objetivo de dar forma a la nueva pieza. «Esto no se aprende con unas charlas, ni con un curso de dos meses. «Se necesitan romper muchas piezas para hacerlo en condiciones y en eso se tarda años», explican. Añaden que hay que emplear mucha paciencia, algo que se carece en la sociedad actual.
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