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CASTILLO CON VISTAS. Restaurante del Castillo desde la muralla./E. R.
Puebla de Alcocer, ni juez ni Espasa
El país que nunca se acaba

Puebla de Alcocer, ni juez ni Espasa

PPLL

Domingo, 8 de febrero 2009, 20:03

Tiempos normales en Puebla de Alcocer. Ya no pasea por aquí el vizconde don Alonso Diego López de Zúñiga, a quien Cervantes dedica El Quijote. Pero tampoco emigran de golpe 650 jóvenes, como ocurrió cuando el Plan Badajoz, que anegó las mejores tierras del municipio y lo dejó sin mozos: se fueron a pueblos de colonización como Entrerríos, Torrefresneda, Zurbarán o Hernán Cortés. Aquella sangría fue terrible: Puebla de Alcocer perdió tanta población que el Gobierno le quitó la cabeza de partido, el juzgado de primera instancia, el juez y algunos servicios. Por quitarle, hasta le quitaron la colección completa del diccionario enciclopédico Espasa, que, se supone, dormirá en los estantes de algún juzgado extremeño. Hoy, Puebla de Alcocer tiene 1.291 habitantes. Aunque son casi 200 menos que en 2000, el pueblo, ya digo, vive tiempos normales: ni el prestigio de la Edad Media ni la sangría demográfica de mediados del siglo XX. Llamado popular y turísticamente El Faro de la Siberia, este pueblo normal, que un día fue muy especial, queda a 178 kilómetros de Badajoz, su capital de provincia. O sea, bastante lejos. Aunque más lejos quedaba Toledo cuando la Puebla de Alcocer le pertenecía, y no pasaba nada. Este enclave, a la sombra de un castillo y de un monte de 527 metros de altura, ha sido un pueblo muy manoseado por la historia. Por aquí se sitúa la ciudad cartaginesa de Akra-Leuka, fundada por Amílcar Barca en el 230 a.C.. Hay restos de calzada y poblado romano. Puebla de Alcocer fue después musulmana y, a partir del siglo XIII, cristiana. Es entonces cuando empiezan a jugar con ella al Monopoly. El arzobispo de Toledo se la vende al rey Fernando III el Santo en 1243. Tres años después, el rey se la revende al arzobispo por 55.000 maravedíes. Será medio catalana cuando pase a manos de Bernat, vizconde de Cabrera. En 1441 es villa y se le concede a Gutierre Sotomayor, de la Orden de Alcántara. No debía de ser fácil para los vecinos saber quién era el amo en cada momento. Aunque ellos ya tenían bastante con subir cuestas para ir a misa a la iglesia de Santiago, antigua mezquita y formidable templo románico-mudéjar de los siglos XI-XII con fachada plateresca en su lado norte. Porque Puebla de Alcocer es un pueblo en cuesta. ¿Y qué cuesta! Laberinto de calles empinadísimas con bancos situados en lugares estratégicos. En ellos descansan y recuperan el resuello señoras cargadas con la cesta de la compra. Son unas cuestas tan peliagudas que alguna calle se llama Peligro, y en varias encontramos una señal poco común: prohibido bajar en bici. En la llanura están algunos restaurantes y la plaza de toros municipal, cuyo nombre explica cómo se sufragó su reciente construcción: La Colaboración. Abundan las fuentes de agua potable y a media altura, una plataforma conforma una de las plazas mayores más curiosas de Extremadura con el Ayuntamiento, algún bar, la iglesia, la plaza de abastos, algún arco y casas ascendentes. Frescos de Boris Desde el atrio de la iglesia, las vistas sobre La Siberia son formidables. En el interior, hay frescos medievales y otros iconoclastas pintados por Boris Lugovski. En sus tiempos gloriosos, 34 vecinos de Puebla marcharon a conquistar y colonizar América. De esos buenos tiempos (1543) data el convento herreriano de San Francisco, lugar de noviciado franciscano hasta su traslado a Guadalupe. Hoy alberga un museo etnográfico, viviendas y el templo de la patrona, la Virgen del Rosario. En la parte baja del pueblo, llaman la atención las ruinas de otro convento, el de la Visitación, del siglo XVI. Fue desmantelado al comienzo de la Guerra Civil y sus restos tienen aroma de leyenda romántica. En realidad, son dos las leyendas curiosas que lo caracterizan. Una es que su origen se debe a que la Virgen se le apareció al párroco de Talarrubias sobre un peral y le encargó su construcción. La otra le hubiera gustado más a Bécquer. Se trata de la de la monja sudorosa, una sor del convento que falleció, estuvo sudando tres días después de muerta, y al sacar sus restos años después, tenía una cruz marcada en el cráneo. Para espantar el yuyu, lo mejor es volver a subir cuestas. La respiración se agita y las leyendas se olvidan. Hay que hacer altos en la ascensión: para admirar el palacio de los duques de Osuna, la casa de la Inquisición, las mansiones del Comendador y de los Solo de Zaldívar... Se ven casas rurales (La Botica, Los Templarios) y casas desvencijadas, que debieron de ser abandonadas cuando les quitaron el juez y el Espasa. Aunque haya que circular en segunda por medio pueblo, en 2007 había 572 coches y 196 camiones. Se trabaja sobre todo en la agricultura (27'2% población activa), predominando el olivar (2.407 hectáreas), y en los servicios (52'2%). La emigración no acaba de contenerse (saldo migratorio de - 87 en 2006) y la relación vida-muerte parece más o menos equilibrada: empate a 13 entre nacimientos y defunciones en 2005 y nueve bebés y 15 entierros en 2006. Una de las curiosidades más interesantes de Puebla de Alcocer es que aquí nació quien es considerado el español más alto de todos los tiempos. Se trata del famoso Gigante de Alcocer, nacido en 1826, que llegó a medir 2'35 metros. Se llamaba Agustín Luengo Capilla, y a los 12 años ya trabajaba exhibiéndose en un circo. Nació en la calle Colón, cerca de la actual tahona, y su casa era de dimensiones reducidas. Sus padres tuvieron que hacer agujeros en su habitación para que pudiera extender las piernas al acostarse. A un paso de su casa, en la plaza Numancia, una gran foto de Agustín con sus padres recuerda el fenómeno. Sorprende que varios vecinos a quienes preguntamos desconozcan esta historia así como la situación de la plaza del retrato. En el circo mostraba sus manos de 40 centímetros, que eran capaces de esconder un pan de un kilo. Allí lo conoció el rey Alfonso XII, que le regaló un par de botas del 52. Una de ellas se conserva en el museo etnográfico, aunque no la pudimos ver ni fotografiar pues estaba cerrado a las 13 horas de un sábado (los horarios de los museos, centros de interpretación y oficinas de turismo son un caso digno de estudio). Pedro González Velasco, catedrático de Anatomía de la Complutense, se fijó en el gigante extremeño y firmó con él un contrato por el que, a cambio de 3.000 pesetas, se comprometía a entregarle su cuerpo tras su muerte para que lo estudiara. Otra versión apunta que el catedrático le pagaba 2'50 pesetas diarias. Sea como fuere, el caso es que el pobre Agustín murió de tuberculosis ósea al poco tiempo: tenía 28 años. Llegados a este punto, hemos de dejar algo muy claro: sin haber subido aún a su castillo, Puebla de Alcocer es uno de los pueblos más bonitos de Extremadura y, desde luego, uno de los más desconocidos. Pero si subimos al castillo, entonces ya no podremos dejar nada claro porque nos quedaremos sin habla. Asciendes por una buena carretera. Aparcas cómodamente, te asomas a una especie de terraza y sobreviene la estupefacción. A tus pies está el todo, la inmensidad, la belleza, lo increíble. Es fabuloso y da pudor seguir adjetivando, pero la visión de La Siberia a un lado, las Villuercas al otro, La Serena al fondo, el embalse gigantesco a tus pies y decenas de pueblos por aquí y por allá te deja alucinado, flipado y otras sensaciones adolescentes. El castillo es del XIII, la torre del homenaje mide 25 metros y es visitable, como sus murallas y, en fin, qué más da que a Puebla de Alcocer le quitaran el juez y el Espasa. Le dejaron el castillo y eso basta.

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