¿Qué ha pasado hoy, 7 de febrero, en Extremadura?
COCINA CONVENTUAL. Primitiva muestra una perdiz a la moda Alcántara en Casa Gundín.|ESPERANZA RUBIO
EL PAÍS QUE NUNCA SE ACABA

Alcántara, mucho más que un puente

La política local se cuece en el bar Lisboa, que queda a un paso del llamado Arco de Pera construido en 1611

J.R. ALONSO DE LA TORRE

Domingo, 15 de marzo 2009, 20:31

En la confluencia de los ríos Tajo y Alagón, Al Qantarat, o sea, El Puente... Es decir, la villa de Alcántara: 1.684 habitantes según el censo de 2007. Su embalse, que cuando se inauguró era el segundo más grande de Europa, la situó en el imaginario de lo moderno: es el mayor de España por su longitud y el segundo por su capacidad tras el de La Serena. Pero antes que el embalse, estuvo el puente romano, uno de los iconos de la arquitectura española con sus seis arcos, sus 194 metros de longitud y 61 de altura. Desde que se construyó en tiempos de Trajano (año 104), los viajeros se detienen en el puente, se admiran y siguen su camino. Craso error. hay que emocionarse viendo el puente, es cierto, pero después hay que subir al pueblo, bien en coche, bien a pie por una de las tres cuestas pedestres: la del Río, que es la más empinada y sale del Templete de San Julián; la de las Monjas, que sale a la izquierda del Templete, y la de la Culebra, que parte del jardín de esculturas próximo. Pues bien, ya estamos arriba, en el pueblo. Si hemos ascendido en coche, podemos dejarlo aparcado en la Plaza de la Pera y entrar en el recinto monumental por el Arco de la Pera o de la Concepción, construido en 1611, es la puerta mejor conservada del recinto abaluartado. Lo de la Pera, como habrán imaginado, es un nombre popular nacido a partir de la forma de pera de la plaza. No vamos a pecar de empalagosos, así que vaya por delante que la Plaza de la Pera presta su servicio, pero es fea y sin gracia. Eso sí, allí está el bar Lisboa, que regenta Manuel Magro, teniente de alcalde bien por el PP, bien por Extremadura Unida, que, según los expertos de la Plaza de la Pera, es quien de verdad manda en este pueblo donde siempre gana el PSOE, pero nunca gobierna. También está en esta plaza el restaurante Casa Gundín, donde Juan Jorna y Luisa Salgado nos esperan para comer, pero eso lo dejamos para después del paseo por la soberbia parte antigua y monumental de la villa. No nos vamos a agobiar con una relación de estilos, siglos, nombres y advocaciones. Baste decir que en nuestro paseo por Alcántara, entre calles, callejas, rincones y recovecos, nos asombrarán cinco ermitas, once casas-palacio, una sinagoga, tres conventos, cuatro iglesias, las murallas y, no lo olvidemos, ese puente romano que, ya en el siglo XII, situaba el geógrafo musulmán El Idrisi entre las maravillas del mundo . Como ven, Alcántara es mucho más que un puente. Por aquí hubo pueblos prerromanos como los seauocos. Después de los romanos, hubo un asentamiento visigodo cerca del puente. Los musulmanes levantaron la primera muralla para defender el paso y en el siglo XVII se levantarán los baluartes. Tras los árabes llegaron los cristianos y se establece en la villa la Orden de Alcántara, que dominará territorios desde Navasfrías en Salamanca hasta Salvatierra o Barcarrota. Pepi vende café La historia y el patrimonio nos salen al paso en cuanto cruzamos el Arco de la Concepción o de la Pera, como prefieran, y nos adentramos en el meollo urbano. Pepi vende artesanía, gastronomía extremeña y café portugués en su surtida tienda. Las chimeneas monumentales nos asombran si miramos a lo alto. Los palacios imponen su solidez y todo está explicado en placas sencillas. El pueblo está cuidado y limpio, aunque parece algo abandonado en la parte baja del casco antiguo. La tranquilidad es absoluta. Primera parada en el convento de San Benito. Aquí tuvo su sede la Orden de Alcántara. Su iglesia tardó en levantarse porque se llevaron a los obreros a El Escorial. Después, entre los franceses y la Desamortización, el convento se convirtió en un espacio abandonado y 'okupado' por nómadas gitanos. Cuando el escritor Ramón Carnicer lo visitó hace 25 años para escribir su libro «Las Américas peninsulares», estaba en obras y aún acampaban vagabundos en el entorno. Hoy tiene una apariencia magnífica, aunque hay pintadas malditas bajo los arcos del conventual. Pedro de Ibarra, que participó en la construcción del convento y tanbién fue llamado a El Escorial, fue un arquitecto renacentista de primer orden nacido en Alcántara. Discípulo de Juan de Herrera, su obra cumbre es la iglesia de santa María de Brozas. Otro alcantareño ilustre es Juan de Garavito y Vilela de Sanabria, o sea, san Pedro de Alcántara, amigo y consejero de santa Teresa y hombre sencillo que declinó ser confesor de Carlos V. Una escultura fibrosa y ascética del santo preside una plaza con encanto y cerca de allí se encuentra el barrio judío con sus humildes casas encaladas y floreadas y su sinagoga. La iglesia de Santa María de Almocóvar es otra visita inexcusable. Es como otras iglesias del siglo XV, es verdad, pero su ubicación comunica tal poderío que no te deja indiferente. Y frente a lo soberbio, el minimalismo sencillo de Estorninos, una aldeíta situada a unos kilómetros del pueblo por la carretera que lleva a Portugal. En 2007 tenía 30 habitantes, pero fue municipio independiente hasta el siglo XX y conserva la categoría de villa, aunque pertenece a Alcántara. La mañana se ha pasado en un verbo con tanto entretenimiento y ya es hora de comer. Subimos al comedor de Casa Gundín y nos sentamos en una mesa camilla con brasero de picón y ventanales a la arbolada Plaza de la Pera. Echamos una firma al brasero para entrar en calor y en esto llega Juan con la carta. «Cuando estén de acuerdo, me avisan, pero a mí me gustaría que tomaran cordero en salsa porque en cada sitio lo hacemos de una manera». Le hacemos caso: dos sopas, el cordero y la inexcusable perdiz a la moda de Alcántara, que ha dado fama al pueblo. Está buena, aunque resulta evidente que cada maestrillo elabora la perdiz a su modo y la que aquí cocina Primitiva también es distinta. La decoración del restaurante es de clase media sesentera. Con la sopa ardiendo en cuenco de barro y el brasero, empiezas a sudar. Dos sopas, el cordero, la perdiz, natillas, agua y pan: 37'75 euros. Y a los postres, un detalle: rosquillas, dulces monomenteras y un folleto turístico de Alcántara, regalos de Juan a todos sus clientes. Después de comer hemos quedado con Francisco Claver, conocido por sus colegas, sus amigos y sus alumnos por Curro. Es profesor de Filosofía y será nuestro guía para conocer lo que no se ve de Alcántara. «Hoy vamos en plan visita lujosa, así que tiraremos la casa por la ventana y tomaremos el café en la Hospedería», indica . La Hospedería es reciente y es bonita... El adjetivo es demasiado simple. Digamos que es didáctica por conservar la maquinaria de la almazara y el molino en el vestíbulo. Moderna por su interiorismo. Bucólica por sus terrazas. Relajante por su piscina y su patio. O sea, bonita. «En Alcántara ya no se depende tanto de la agricultura y hay poca industria. Tampoco quedan aquellos míticos 'ricos de Alcántara', eso está superado. El embalse dejó muchísimo dinero, luego todo se paró un poco. Es un pueblo muy de PER y de subsidios», opina Curro. Charlamos después del turismo, de esa Alcántara desconocida a la que se viene a ver su puente o su festival de teatro clásico, pero que no acaba de entrar en los circuitos. «Durante la semana, hay un turismo de escolares, de ruteros, un goteo constante. La Hospedería siempre tiene clientela y hay media docena de casas rurales que funcionan bien. Pero esa pregunta de por qué no somos un destino turístico de primer orden, acorde con nuestro atractivo monumental, la oigo en el pueblo desde que yo era un niño».

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