El cortijo de Alberto Oliart

En diciembre de 2002, entrevisté a Alberto Oliart Sausol en su cortijo. Era el puente de la Inmaculada y la casa estaba llena de nietos. Charlamos bajo una encina, al aire libre, atardeciendo, ateridos. Sobre una mesa de granito, colocó dos vasos de agua y un plato de perrunillas. Me contó que sus tatarabuelos, los Sausol, llegaron a Extremadura a mediados del siglo XIX desde Provenza, donde eran importadores de lana extremeña. Uno de los hijos, Aubin Sausol, su bisabuelo, se casó con una señora de Almendralejo, Clementina Toresano. De ese matrimonio nació Juan, el abuelo materno de Alberto Oliart. Por la parte paterna, su bisabuelo, que era de Girona, se casó con una señora de Don Benito. Vivieron en Valencia, pero pasaban todos los veranos en Don Benito. El ex ministro y futuro presidente del Consejo de RTVE nació en Mérida, aunque a los seis meses se fue a Barcelona. A los 18 años, sus padres lo emanciparon para que llevara las fincas en Mérida. Su cortijo está pintado de color rosa, en la carretera que lleva a La Nava de Santiago desde Aljucén. En un principio, la finca estaba dividida en dos partes, la norte, de su madre, la sur, de su tío. En 1979, su madre le dio su parte y, siendo ministro de Industria, le tocaron tres décimos del gordo de la lotería y compró la parte de su tío. Alberto Oliart es un ganadero con conciencia que se ha dedicado a salvar razas autóctonas en peligro. En su finca pastan merinos puros, cerdos ibéricos, vacas blancas cacereñas. En 2002 me confesó que no había sentido la menor tentación de volver a la política. Al final ha regresado, si no a la política, sí a algo que se le parece mucho. Pero sigue teniendo su finca extremeña para refugiarse en ella y olvidar el fragor madrileño.