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El valor de la audacia
SOCIEDAD

El valor de la audacia

La especie humana se divide entre los buscadores de sensaciones fuertes y los pacíficos amantes de las costumbres hogareñas

JOSÉ MARÍA ROMERA MARTÍN OLMOS

Lunes, 23 de noviembre 2009, 01:14

Entre los rasgos que permiten diferenciarnos unos de otros está lo que se ha dado en llamar el 'nivel de activación'. Mientras algunas personas se inclinan a ejercer actividades que impliquen seguridad, calma y paz, otras prefieren la aventura, el movimiento y la novedad. A mayor nivel de activación, más deseo de descubrimiento y de peligro. Si el nivel de activación es bajo, el individuo tiende a arroparse en la rutina de lo conocido. No todo el mundo se siente atraído por el paracaidismo o las aguas bravas, como tampoco a muchos les resulta muy apasionante el plan de un fin de semana recogidos en el hogar al lado de la chimenea con un buen libro en las manos.

Es extensa la oferta de estímulos que la sociedad de hoy pone al alcance de los muy activados. Algunos sociólogos apuntan que el creciente interés por los viajes inusuales, las experiencias insólitas y los deportes extremos refleja una especie de melancolía del riesgo en un mundo donde la seguridad se ha convertido en norma suprema. La tensión entre orden y caos ha estado presente en todas las fases de la evolución cultural de la humanidad, y ésta no podía ser menos. La excitación de los desafíos compensa la monotonía de una vida pautada, regulada y sometida a toda clase de controles propios y ajenos. Cuantas más garantías reclamamos en la vida pública, mayor es el anhelo privado de sentir de vez en cuando el escalofrío de lo incierto.

El toque está en el límite entre la cordura y la temeridad. ¿Cuándo el aventurero traspasa esa línea que lo sitúa en el terreno de lo suicida? Entre bromas y veras, desde hace unos años se vienen concediendo los Premios Darwin, que distinguen a personas que han muerto realizando las actividades más insensatas, desde probar la resistencia de un ventanal en el piso alto de un rascacielos hasta propulsar su automóvil a más de 500 por hora con un cohete de gran potencia. Han tomado el nombre de Darwin por su contribución a la selección de la especie: los premiados a título póstumo no dejarán descendientes portadores de su gen de la necedad.

Buscadores de rutinas

Seguramente muchos de los galardonados en los Darwin Awards buscaban nuevas sensaciones. El concepto de «búsqueda de sensaciones» fue acuñado en los años 70 del siglo XX por Marvin Zuckerman, quien estableció una escala de cuatro niveles en esa búsqueda. El más alto venía marcado por los que ansían aventura y emoción; en el inferior a éste estaban los buscadores de experiencias; el tercer escalón era el de la desinhibición; y el más bajo, el de la simple susceptibilidad al aburrimiento.

Son estímulos diferenciados que en cierto modo marcan variedades de horizontes entre unos y otros sujetos y su distinta valoración de riesgo. Pero, hagan lo que hagan, todos los poseedores de este rasgo de personalidad tienen en común la necesidad de experimentar sensaciones novedosas y complejas y de hacerlo corriendo riesgos, impulsados por el solo deseo de gozar de esa vivencia.

Sin embargo, el riesgo no siempre es una elección. Estamos condenados a vivir con el peligro, sea en forma de pandemia vírica, sea como amenaza económica o laboral. Cada día es una sucesión de pequeños o grandes desafíos que nos enfrentan a lo inevitable, por más que pertenezcamos a la especie de los buscadores de rutinas. ¿Quién está mejor preparado para resolver esas situaciones inesperadas? Aunque el protagonista de la película basada en los premios Darwin (traducida al español como 'Muertos de risa') afirme «estudiando los comportamientos he aprendido que a menudo el valor y la estupidez van de la mano», tal vez el aventurero no sea tan inconsciente como pudiera creerse.

La especie humana ha perdurado en parte gracias a los conservadores, pero se ha adaptado al medio (por tanto, ha sobrevivido y ha avanzado) merced al concurso de individuos audaces, de buscadores de sensaciones. Sin un alto nivel de activación no habrían existido los grandes descubridores; sin afán de experimentar y de curiosear fuera del territorio conocido todavía estaríamos encaramados al árbol del que un buen día decidió bajar un primate temerario.

Por tanto, concedamos a los buscadores de sensaciones -cuanto más fuertes, mejor- el mérito de habernos encaminado hacia el progreso. Y a los pacíficos amantes de las costumbres, el reconocimiento por enseñarnos a ser cautelosos y por tenernos protegidos. Ambos son imprescindibles. Ambos se complementan. Si la búsqueda de sensaciones se erradicara de los comportamientos humanos, mal futuro nos aguardaría. Claro que no es lo mismo buscar sensaciones en una travesía de montaña que hacerlo jugando a la ruleta rusa, ni parece prudente experimentar con setas alucinógenas cuando se puede uno embriagar de emociones viendo una película de terror.

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