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Jairo Pino Mendoza
Miércoles, 26 de octubre 2016, 23:34
Hace unos años era casi impensable que un tractor funcionara a través del GPS. Poco a poco este aparato se ha ido incluyendo en las prestaciones de las grandes marcas y hoy día se hace raro ver un tractor trabajando en el campo sin conectarse a la señal satélite. Es lo que se llama agricultura de precisión. Lo mismo que ha ocurrido con el GPS podría ocurrir con los drones, vehículos aéreos no tripulados que ya vuelan por encima de algunas hectáreas de cultivo de la región y que empiezan a verse como herramientas esenciales para una buena gestión agrícola.
El principal problema que tiene la agricultura es la intensificación. Las empresas que se encargan de gestionar la agricultura y los profesionales tienden a abarcar cada vez más superficies de cultivos. Esto supone una difícil tarea de acceso a la información de las tierras, lo que obstaculiza una mejor toma de decisiones. Una de las principales herramientas para combatir este problema son los drones.
Países como Estados Unidos, Israel y Francia son pioneros en el uso de estos vehículos aéreos. En este último, la empresa Parrot (conocida por la comercialización de manos libres) se lleva la palma, ya que ha invertido ingentes cantidades de dinero en drones y ha absorbido a otras empresas dedicadas a la fabricación de sensores y software. Ya en España, su uso no está todavía muy asentado. El grueso del mercado para las empresas de drones españolas está en la vecina Portugal, en Cataluña y en Aragón. En la región extremeña el mundo agro empieza poco a poco a tomar conciencia del abanico de facilidades que proporcionan estos aparatos.
Las pequeñas naves no tripuladas permiten la investigación de muchas superficies en muy poco tiempo. Aunque a priori puede parecer complejo, el funcionamiento de los drones es bastante sencillo a través de sensores que facilitan información del estado general del cultivo. Este proceso permite optimizar los recursos que se dedican a la explotación. El manejo de estos puede ser manual, automático o semiautomático. Si hubiera alguna interferencia entre la base terrestre y el dron, este volvería al punto que se le ha marcado previamente como zona de aterrizaje.
Una de las principales aplicaciones se realiza a través de una cámara térmica que mide la temperatura del cultivo. Cuando éste está bien regado, la planta abre los estomas en las horas de máximo calor y traspira, y de esta forma presenta menos temperatura que una planta que tiene estrés. De ahí que se sobrevuele durante las horas de máxima calor. Con este proceso se comprueba dónde se está regando bien y dónde mal. Es similar a tomar la temperatura del cuerpo de una persona.
A partir de aquí, lo interesante es detectar fallos en los sectores de riego como, por ejemplo, una válvula que no lleva la suficiente presión de agua, infraestructuras de riego que han sido mal diseñadas, alguna enfermedad en la planta o incluso programaciones de riego que no están siendo eficientes.
Otra de sus aplicaciones es la fertilización. En el cereal, hay máquinas que permiten hacer una fertilización dirigida, es decir, variar las dosis de fertilizantes en las distintas superficies del cultivo. A través de la cámara hiperespectral, el dron lo que hace es medir las diferencias de coloración de la planta en el infrarrojo y mostrar al agricultor las zonas en las que hay que fertilizar más o menos. Toda esta información se plasma en un plano y se introduce en la fertilizadora para que ella se encargue de aplicarlo sobre la superficie. Así se ahorra en fertilizante, se obtiene una mayor producción y no se contamina el medio ambiente. Esto último sería interesante en zonas como las Vegas Altas del Guadiana, donde existe un verdadero problema de contaminación por el uso de nitratos.
Agrodrone es una de las sociedades extremeñas que se encarga de prestar sus servicios a las empresas agrícolas. Rafael Fortes, director técnico de Agrodrone y doctor ingeniero agrónomo por la Universidad de Extremadura, explica que de momento están trabajando sobre cultivos como tomate, olivar, maíz y cereal. «Ahora mismo, como están los costes para el agricultor, hay cultivos sin apenas márgenes de beneficio en los que no resulta interesante», argumenta Fortes.
El precio del servicio varía desde los 12 hasta los 30 euros por hectárea, dependiendo de los sensores utilizados por el dron y de la clase de cultivo inspeccionada. Además, normalmente se aplica en grandes superficies. Según el agrónomo, «existen empresas que gestionan 1.000 hectáreas que sí necesitan saber toda esta información».
Una vez tomadas todas las fotos el siguiente proceso es el mosaicado, consistente en unir todas las instantáneas en una sola imagen. El uso del dron se resume en la detección prematura del problema y en el establecimiento de un diagnóstico que le será entregado al gestor para que ponga solución lo antes posible. Desde que el dron sobrevuela el cultivo hasta que la información le llega al agricultor pasan entre 12 y 24 horas. Alejandro Trigo es el director de I+D de la empresa Elaia. Los aviones no tripulados han sobrevolado este año 100 hectáreas de la empresa para la que trabaja Trigo.
En conversación telefónica explica que decidieron aventurarse en la utilización de los drones porque tienen «una gran dimensión de terreno» y este tipo de tecnología les puede ayudar a «tener un control del manejo del riego principalmente». La principal razón de la contratación del servicio de Elaia se ha debido a la existencia de fugas de agua en una de las fincas de olivares que tiene. Desde la empresa no hacen todavía ninguna valoración de la herramienta porque están «en fase de estudio y recabando información». Aunque los principales clientes de empresas como Agrodone son propietarios de grandes superficies de tierra, como ocurre con Elaia, los pequeños agricultores ya comienzan a interesarse.
Legislación
El principal inconveniente que tiene el uso de drones es la legislación. Para darse de alta hay que superar varios trámites burocráticos, no se permite volar en cualquier condición y la tecnología es cara, por lo que se requiere mucha inversión. Además, la agricultura de precisión se resiste todavía a la mayoría de agricultores, por lo que Rafael Fortes aboga por que en las carreras relacionadas con la agricultura «se imparta una asignatura relacionada con la agricultura de precisión y con el uso de drones aplicados al campo para una mayor formación de los técnicos».
Que los campos extremeños se llenen de aparatos voladores va a depender mucho de la evolución de la normativa legal. Los drones comparten espacio aéreo con aeronaves pilotadas que transportan personas. Según Fortes, «no podemos llenar el cielo de drones porque esto puede conllevar un problema de seguridad».
No obstante, a pesar de haberse dado algún caso, es prácticamente imposible que un dron choque con un avión pilotado. La Agencia Estatal de Seguridad Aérea (AESA) establece que el máximo al que pueden volar los primeros son 120 metros, mientras que el mínimo de los segundos es la misma cantidad. Además, como comenta Fortes, el peso de los drones utilizados en agricultura no suele rebasar los dos kilogramos de peso, por lo que chocar con uno de estos sería como impactar con un pájaro más pequeño que un buitre.
Conforme se vaya regulando la normativa y vayan bajando los precios de drones y sensores, estos serán una herramienta normalizada como puede ser la cosechadora o el GPS en el tractor. Sin embargo, a pesar de haber sobrevolado ya muchas hectáreas, estos aviones en miniatura de ala fija todavía tienen por delante mucho camino que recorrer y siguen siendo una asignatura pendiente para la mayoría de agricultores extremeños.
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