J. R. Alonso de la Torre
Martes, 9 de mayo 2017, 18:05
Los fines de semana, los pueblos del norte de Extremadura se llenan de médicos, profesores, abogados y economistas. Son los hijos del pueblo que regresan el fin de semana a disfrutar de la tranquilidad del mundo rural. A la hora del aperitivo, sus padres les hablan del olivar de la sierra y el hijo hace como que escucha, pero cambia de conversación en cuanto puede y, si el padre insiste, el hijo zanja la conversación dejando claro que ni sabe dónde queda el dichoso olivar ni le preocupa. El padre calla, pero rumia para sus adentros que ese hijo es un desagradecido: no entiende que gracias a ese olivar él pudo estudiar una carrera. Y cuando en estos días va al banco o a la organización agraria a hacer la PAC, el padre desahoga su pena porque ya no le dan los 300 euros que llegaban desde Europa y que, sumados a un poco de su exigua pensión, le permitían encargar el laboreo del olivar y que no se convirtiera en una selva. Europa parece querer cargarse a los pequeños agricultores y acabar con la economía familiar. El olivar de la sierra, capaz de dar poco aceite, pero inigualable, se perderá. Dicen que a partir del 2020 cambiará la política agraria comunitaria europea. Entonces ya será tarde. La consejera de Agricultura, Begoña García, lucha por conseguir ya ayudas para los olivos de bajo rendimiento y mucha calidad como los de Gata-Hurdes. Si lo logra, podrá sentirse colmada: habrá salvado el olivar de la sierra.
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