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En el norte de Cáceres, en el Jerte, un grupo de personas decidió en 2017 volver a los orígenes de la agricultura, siguiendo los preceptos ... que se han seguido en los últimos 5.000 años. Lo que hoy se denomina como agroecología no es más que «lo que se ha hecho en el campo toda la vida»; esto es, juntar las disciplinas de la agricultura y la ganadería en un solo lugar: nada de agrotóxicos, insumos naturales de las propias bestias, que se alimentan a su vez de lo que da la tierra de forma limpia y sostenible.
Así es EcoJerte, una cooperativa que produce cereza, kiwi, frambuesa, arándanos, mandarinas, manzanas, castañas, naranjas e incluso higos secos. Son un grupo pequeño, pero es que su estilo de trabajo no cabe en una de las grandes estructuras empresariales que lideran la agroalimentación.
Ellos van a la venta directa: si pagan tres euros por kilogramo, lo venden luego con un precio alrededor de los cinco o seis euros. Sin intermediario, se pierde el sobrecoste, y el consumidor puede comprar a buen precio estos productos en la propia tienda de EcoJerte, en pequeñas tiendas locales o en supermercados especializados. Un producto ecológico que se demanda más, aunque todavía queda por recorrer.
«Nos quitamos los agrotóxicos, no consumimos tanta agua y nuestro almacenamiento y logística no es tan caro: una gran cantidad de dinero que se le quita al cliente, por lo que al final comer sano sale también barato», explica Ángel Calle, profesor de la Universidad de Extremadura y uno de los tres socios de la cooperativa, que colabora con otros siete agricultores más.
«Aligeramos mucho el sobreprecio, vaya, y podemos cultivar razonablemente nuestra producción en las ocho hectáreas que tenemos. Tenemos una gran cantidad de producto, pero también aprovechamos bien: tenemos fresas alrededor de frutales, por ejemplo. La cuestión es que es más rentable que la agricultura convencional y que, además, el cliente sabe de dónde viene esa fruta», asegura.
Calle tiene un mantra: los consumidores deberían saber que un tomate con una piel tan dura que hasta rebota –para poder aguantar los traqueteos de un camión– no es bueno. Y que una lechuga que tiene un gusano sí es buena. Y tiene su lógica.
«La lechuga que se vende no tiene clorofila, no tiene sabor, dura mucho, es como de catálogo. Pero la verdadera lechuga es la verde, la que tiene sabor, la que incluso tiene un agujero de un gusano que se ha tirado a por ella porque está realmente buena. Aquí que cambiar muchas cosas, pero sobre todo, la percepción del consumidor», explica.
La agroecología que practican en EcoJerte mira al sistema alimentario en su conjunto, cuidando el territorio y aprovechando el agua de manera sostenible. Como antiguamente, facilita alimentos de buena calidad que aportan salud dentro de ese contexto en el que la esperanza de vida era menor.
Aunque ahora sea distinto, como también afirma Calle, los principios son los mismos. ¿Es mejor contar con grandes extensiones de terrenos monocultivos que utilizan fitosanitarios tóxicos que tener menos de una gran calidad y que, además, sea rentable económicamente? El profesor lo tiene claro.
«Es que la agroecología no es nueva, la ganadería entraba en la agricultura, el propio excremento, la proteína animal, tenía su protagonismo en ese todo. Ahora también se identifica con cuidar el territorio y fijar población. Además, muchos alimentos son para consumo propio, venta directa… Digamos que es más razonable», argumenta.
En la actualidad, la alimentación se ha pasado al ultraprocesado. Al menos, en Extremadura. Se habla mucho de jamón ibérico, recuerda Calle, pero rara vez se procesan en la región –salen a Salamanca, Cataluña e incluso Turquía– para volver a despiezarse aquí.
Respecto a la distribución, no existen redes ni tiendas que favorezcan un impulso real del consumo local. E incluso las políticas públicas son endebles en ese sentido. Muchas regiones ya incentivan la compraventa pública. Que los hospitales consuman, por ejemplo, un 30% de producto ecológico local. O comedores de colegios y públicos.
«Si en Extremadura se hiciera eso, se podría extender a tener un millón de raciones entre mañana, tarde y noche, y podría ser un motor de la agricultura y la ganadería. En el norte de Italia se hace. En muchas zonas con mercados de tradición de Francia, también. En España, Cataluña y País Vasco, así como Valencia, lideran este tipo de compraventa pública».
Y lamenta: «En Extremadura tenemos los índices más altos en malnutrición, en obesidad infantil… Nuestros niños no consumen fruta y los mercados de proximidad no acompañan. Como mercado ecológico, nadie lo apoya. Sin embargo, parece haber una luz. Y el sector se está dinamizando».
Calle lo reitera varias veces durante el reportaje: lo ecológico no es caro, está en los mismos precios que los productos convencionales. Al menos, los de EcoJerte. «Te aseguro que lo ecológico no es más caro, porque es de temporada. Es cuando hablamos de productos transformados o cárnicos que tienen que irse a Madrid a despiezar, porque no te puedes ir al matadero de Zafra y en Extremadura, aunque no ocurre con la mayoría. Eso es lo que encarece al producto, y la logística y demás», apunta.
Entonces ¿cómo convencer al agricultor de que se pase a lo ecológico? «Fácil, enseñando la rentabilidad, los beneficios de lo que produce y lo que se puede ahorrar». Al parecer, los agricultores están volviendo al abono orgánico o la quema natural por una simple razón: el encarecimiento de productos. Vuelven a prácticas milenarias que son ecológicas de por sí. «Antes, se trataba mucho más con químicos durante el año, con fungicidas. Ahora, son muy pocas las manchas marrones que encuentras desde invierno hasta la primavera. Esto quiere decir que hacen suelos más vivos», ilustra, aunque también admite que no hay tanto salto exponencial entre los agricultores.
EcoJerte, además, está siempre dispuesta a compartir sus investigaciones, conocimiento y rentabilidad para «convencer» a otros agricultores, aunque no sea específicamente su función. «La gran industria dice muchas veces que la lechuga con gusano, como el ejemplo que hemos puesto antes, es mala. Quieren fruta gorda y lustrosa. Nosotros queremos demostrar que se puede producir bien, vender bien y hacer de manera sana y natural. Al agricultor se le convence con resultados».
Esa gran industria de la que habla Calle necesita que la comida sea barata, no el alimento, ya que la alimentación es aquello que conforma cuerpos saludables. Es decir, puede haber un tomate cargado de agrotóxicos que nos permita comer y otra cosa es que nos alimente. Así lo asegura el profesor, que, como Benedetti, cree que un pesimista es un optimista bien informado.
«Vienen curvas, claro que vienen curvas. Se habla de la Agenda 2030, pero en realidad eso no marca nada, hay que hacerlo de verdad, sin tanta burocracia, sin tanas indicaciones. Presupuesto y ganas de hacer cosas.
Adelanta que, al ser la agricultura industrial tan dependiente del petróleo –que, a su vez, produce agrotóxicos y agroquímicos–, los productos serán más caros y que habrá que incentivar los insumos naturales y la pequeña producción. Lo ecológico. «Habrá que recomponer dietas, bajar exceso de azúcares… Y promover esa lechuga con agujeros antes que el tomate de piel dura que bota como una pelota».
Ellos lo seguirán haciendo desde su centro neurálgico, la tienda que tienen en Casas del Castañar, con sus productos ecológicos y otros de la zona, ya que apuestan por la manufactura local y también venden carnes, dulces… «Tenemos abierto Internet también para que haya acceso a las cosas maravillosas que se hacen en el norte de Extremadura».
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