Cosecha Juan Miguel esta semana junto al badén de Villagonzalo. Ha perdido la cuenta de las campañas encima de la John Deere. En realidad, explica, el funcionamiento es muy sencillo. Conducir es fácil. Lo difícil es segar el cereal y dejar el suelo limpio.
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Primero ... traza una calle perimetral sobre la parcela de treinta hectáreas, luego una central y a partir de esas líneas generales va moviendo el cabezal por el suelo. Mil ojos en la cabina. Lo que desde fuera se ve como el paseo de una cuchilla engullendo pasto, desde la cabina es un pilotaje con mil detalles a sortear.
Ojo al desnivel del terreno. Ni tan pegado al suelo para romper el cilindro ni tan alto para dejar cereal suelto.
Luego los giros. Trazar bien para llegar a las esquinas sin dar en las piedras. Es consciente de la inversión que lleva al volante. Las máquinas pequeñas cuestan más de cien mil euros y las modernas, con tecnología GPS y sensores de medición, pueden llegar al doble. «No se puede dejar esto en manos de cualquiera», insiste.
También vigila desde la cabina cómo ha espigado el cereal. Si ha crecido de costado, muy levantado o desigual. Cuanto más irregular, más despacio.
Y en alerta ante los habituales obstáculos. Los poste del tendido eléctrico, los cables, las válvulas de la red de regadío enterradas o los nidos de las aves. «Uno no se hace maquinista en una campaña. Ni en dos tampoco. Esto requiere muchas horas de vuelo».
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La máquina va despacio, ocupa mucho ángulo y los giros hay que hacerlos en esquinas abiertas pisando lo menos posible lo que no se ha segado para volver a entrar en el carril.
De los más veteranos también Pedro Arias. Tiene máquinas esta semana en Mérida, la Zarza, Cordobilla y Arroyo. Las cuatro a pleno rendimiento ya. Cuarenta años cortando cereal. Debutó con una Claas de segunda mano que compró su padre. Entonces hacían 15 hectáreas al día. Hoy la que menos corta, supera las cuarenta diarias.
Firme defensor de la tecnología al volante porque le merece la pena. Ahora hace menos paradas para descargar al tractor el tanque, los agricultores están más satisfechos al ver pocas espigas en el suelo y las máquinas apenas sufren averías si se llevan bien. «Son muy resistentes. Pero hay que saberlas trabajar en el corte. Y hoy no es fácil encontrar a gente con experiencia». Maquinistas como Juan Miguel y Pedro Arias empiezan ahora su temporada alta. Agenda completa porque los cerealistas quieren segadores experimentados. Y más este año. Ha llovido tanto que en algunas parcelas ha crecido la mala hierba casi a la misma altura que la espiga.
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El calendario depende de las tormentas primaverales. Pero suelen empezar en la última semana de mayo o primera de junio. Primero por la comarca de las Vegas Altas y Mérida y luego Tierra de Barros. El tipo de suelo de una comarca y otra condiciona el rendimiento. A veces bajan hasta la Campiña Sur. Pero allí cada vez hay más agricultores con máquinas y no externalizan.
En los términos de Azuaga, Llerena o Zafra abundan las fincas extensas. Hay una tendencia a la concentración porque en el secano solo resiste quien lleva muchas hectáreas. Van ganando volumen hasta que compensa invertir en maquinaria pesada. Y de allí salen también algunos maquinistas para las campiñas Córdoba o Sevilla.
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La primera parte la hace en el sur de la región. Después suben hasta el tardío de Salamanca, Valladolid y Palencia. Allí tienen variedades de septiembre. Plantan después y recogen también ya avanzado el verano.
Entonces vuelve a su taller de Mérida y cambian los equipos de corte. No son baratos, pero conviene revisar a fondo y engrasar cada cambio de material. Se ponen con el maíz y el arroz hasta finales de octubre. El cronograma no se repite de un año a otro. El inicio y el final de cada ciclo lo marca el tiempo. «Tú quieres avanzar, pero al final, cuando trabajas en el campo te pones ante variables que no controlas y tienes que asumir parones». Cuenta Pedro que alguna campaña ha tenido una semana completa las cuatro máquinas paradas en el campo. No se puede entrar a segar con las parcelas encharcadas porque se entierra más que se recoge.
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Hasta que guarden las cosechadoras en noviembre tiene previsto trillar tres mil quinientas hectáreas de cereal, novecientas o mil de arroz y más ochocientas de maíz. En cebada, explica, se avanza rápido. Las máquinas la maneja bien.
Con el trigo hay que vigilar las variedades de cáscara blanda para que no se parta el grano y se llenen los depósitos de restos. «En el primer tanque que descargamos revisamos siempre lo que va saliendo, si tenemos que corregir la posición de alguna cuchilla o si hay que bajar el peine». No hay dos parcelas con el mismo corte. A veces ni en una.
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Tampoco resultan cómodos los desplazamientos. La maquinaria pesada tiene muchas restricciones para moverse entre fincas por las carreteras.
Hay que desmontar el cabezal y moverse en góndola. Y sin perder tiempo para estar pronto en la finca. Hay un calendario de cumplir y la planificación se haces siempre limitando al mínimo la exposición carretera. Lo ideal es acabar una jornada de trabajo y moverse hasta la otra finca para arrancar al día siguiente en la parcela nueva. Pero no siempre coincide. Y no todas tienen acceso definido. Pedro conduce una X9 1100. Su cabezal de corte es de casi catorce metros. Necesita un estacionamiento estable para montarlo desde la góndola para empezar a trillar y hacer las primeras maniobras.
Y no todas las fincas no se cultivan igual. Aunque sea el mismo tipo de cereal, incluso la misma variedad, el manejo de los agricultores durante el invierno varía. En los últimos años prefiere la campiña palentina. Allí preparan el suelo hasta dejarlo plano, sin baches, con las piedras incrustadas por los rulos que pasan después de sembrar. En la cabina hay que esquivar a toda costa las piedras y los salientes porque los impactos destrozan los cabezales, por eso agradece el maquinista suelos limpios y con desniveles corregidos.
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En Palencia, explica, los agricultores pasan varias veces tras la primera siembra. Es más costoso porque gastan más combustible, pero en extensiones amplias interesa porque se aprovecha cada palmo de terreno.
Cualquier rotura que implique repuesto puede dar al traste con la rentabilidad de la campaña. El trabajo de los maquinistas profesionales depende de las horas que estén operativos y si se tiene que parar se complica todo. «No haces una inversión tan grande para eso».
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Con la tecnología que cargan hoy las marcas, sacar un modelo nuevo al campo puede salir por más de 400.000 euros.
Hay que trabajar muchos años para rentabilizarla. De ahí el interés por prolongar al máximo los ciclos de cada cultivo y el radio de acción. Cuanto más horas al día y más días de trabajo, más fácil cuadrar los números. «Nosotros nos movemos donde haga falta y aguantamos al máximo en cada sitio». Los maquinista son itinerantes.
Se adaptan a los horarios del agricultor y a veces incluso a las recomendaciones de los ganaderos que compran la paja de la singladura. Para las ovejas prefieren la que se genera por la noche o por la mañana porque no se deshace y se empaqueta mejor. Acostumbrados también a trabajar de noche.
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Hay paréntesis obligados a mediodía. Por las normas antiincendios no pueden cosechar entre la una y las cinco. Y compensan alargando la noche hasta las doce o arrancando por la mañana a las cinco o las seis.
«Una vez que te metes en la campaña y tienes a la máquina en el campo, el objetivo es parar lo mínimo. Pero si se juntan las tormentas, los parones por riesgo de incendio y las averías se te echa el tiempo encima»
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También les afecta la competencia desleal de agricultores con cosechadoras que no se limitan solo a sus parcelas y cobran a otros compañeros por los trabajos. Pueden poner tarifas sin IVA porque no se han dado de alta como empresa de servicios. «Habría que regular de alguna manera porque nos hace mucho daño».
Las tarifas de los maquinistas suelen moverse entre los cien euros por hora cosechando o cincuenta euros la hectárea. Pero los agricultores que cortan su parcela y van a la del vecino trabajan a ochenta cuarenta. Les suelen facturar en negro.
Coincide Pedro Arias que la profesionalidad es la mejor forma de competir con el que cosecha de estraperlo. «Por eso nosotros tenemos que invertir continuamente en equipos y máquinas de precisión, trabajamos mejor y más rápido». Al final, concluye, se baja el precio porque llevan máquinas propias y sin IVA, pero tardan más tiempo y no hacen cortes limpios en el terreno. Por recomienda Pedro a los agricultores y ceralistas que si tienen dudas se asesoren y contraten a un maquinista profesional. «Somos gente seria, nos gusta lo que hacemos y tenemos experiencia».
A falta del conteo oficial, las previsiones y las primeras cosechas vaticinan una ventana de producción alta en la mayoría de las parcelas. LLovió a principio de otoño durante la siembra, heló en enero para los nacimientos y llovió en primavera. El ciclo meteorológico se cumplió esta vez con lo que necesitan las variedades que pusieron en la tierra los agricultores, pero hubo encharcamientos por la persistencia de las lluvias de primavera y eso ha traído también malas hierbas a pesar de los tratamientos. Por eso hay agricultores que han decidido cortar el heno y vender en verde, porque preveían espigas vacías y cosechas de poco peso en grano. La masa vegetal se ha reproducido en los terrenos de secano del suroeste en la última fase del ciclo vegetal. Pero no ha dañado la paja suelta. Los ganaderos sí tendrán volumen suficiente este verano para prepararse para el invierno. Los paquetes se hacen sobre los carriles de desecho que van soltando las cosechadoras en el campo. Con las espigas tan altas, dejarán bastante pasto en el suelo para guardar.
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