El Ministerio de Consumo sigue adelante con el sistema de etiquetado de alimentos Nutriscore, a los que encorseta en cinco grupos en función de su supuesta salubridad. El departamento liderado por Alberto Garzón defiende su implementación de forma voluntaria en España, a pesar de que ... la expectativa es que la Comisión Europea pueda implantar en 2022 uno común a toda la Unión Europea.
Existen grandes dudas sobre este asunto y hay un intenso debate científico, pero también social y económico. La industria, de hecho, elaboró otro sistema que tuvo que retirar para no entrar en confrontación con el ministerio, pero desde luego no comulga con Nutriscore y así lo ha manifestado en repetidas ocasiones. Simplifica al máximo el concepto de una alimento saludable y los clasifica entre buenos y malos para la salud, en función de criterios que buena parte de la ciencia no comparte. Todo ello puede producir importantes efectos en la demanda y, por tanto, en la producción y el empleo.
Es incuestionable la responsabilidad de los gobiernos a la hora de contribuir a la mejora de la salud de las personas, en la que la alimentación juega un papel protagonista. Lo que sí es muy discutible es el camino para lograrlo. No pocos aspectos ponen en cuestión su idoneidad, y de igual manera que Nutriscore reduce la valoración a cinco colores, las dudas que genera se pueden sintetizar en cinco puntos.
El sistema es arbitrario, profundamente inexacto y engañoso y crea desconfianza en la industria
En primer lugar es arbitrario, dada su voluntariedad. Si un alimento puede no incorporar este distintivo, y previsiblemente serán más que menos los que no lo apliquen, ¿qué nos aporta?, ¿todos lo que no lo tengan son poco saludables?
Por otro lado la Comisión lo tiene como objetivo para 2022, es decir, a la vuelta de la esquina, ¿para qué nos adelantamos con un modelo que quizás no va a ser el que tengamos que aplicar dentro de un año? Si tan bueno es, que el equipo ministerial dedique este año a convencer a la Comisión de su bondad.
Una tercera cuestión es al maldito complejo español, que en muchos casos nos lleva a asumir que lo que se hace fuera está bien hecho y nosotros no podemos hacerlo mejor. El Gobierno justifica su decisión en que ya se aplica en varios países europeos, entre otros Francia, de donde es originario; como si eso fuera patente de corso.
La cuarta duda es la propia desconfianza de la industria y, sobre todo, de la Federación Española de Sociedades de Nutrición y Dietética, aunque hay que reconocer que está dividida. En todo caso son agentes suficientemente potentes y racionales como para al menos poner en cuestión el modelo y esperar a ver qué decide la Comisión.
Y la quinta y última es la más española, la más castiza, pero de Perogrullo. Llevan años diciéndonos lo enormemente bueno que es para la salud el consumo de aceite de oliva, y no lo dicen los políticos, sino de forma unánime los científicos. Ahora este producto aparece calificado según Nutriscore en el tercer nivel de cinco. De este absurdo solo se puede concluir que el sistema es profundamente inexacto y engañoso. Pero el colmo es que ante este error de bulto, a nuestro representante ministerial solo se le ocurre pedir a los gestores del sistema que reclasifiquen el aceite de oliva, así sin más, para quitarse piedras de camino. ¿La solución es eliminar lo que no cuadra y tragarnos todo el resto de los alimentos, basados en una clasificación que ya se ha demostrado que no es precisa?
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