La pasada semana, visité una explotación caprina en Sierra de Fuentes. La granja está enclavada en un precioso paraje con nombre de cuento: El Viejo Valle. El cabrero es un joven graduado en informática que ha renegado de la vida urbana para irse al campo ... y vivir de su rebaño de 100 cabras. Hace quesos, vende cabritos y organiza visitas a su explotación con taller de ordeño, pastoreo, cata de quesos, etcétera. Cuando el campo protesta, suele culpar a los señoritos de ciudad de saber mucha teoría, pero conocer el campo de excursión. Se trata de una simplificación como otra cualquiera. Ni el campo es un lugar idealizado, alejado de la civilización y atrasado ni la ciudad es un enjambre de idealistas y dogmáticos de la ecología alejados de la realidad agropecuaria. A la agricultura y la ganadería han llegado los adelantos y las innovaciones punteras y ya no hay diferencias tecnológicas entre el burócrata que trabaja rodeado de ordenadores y el pastor de cabras o el cultivador de tomates. El cabrero que conocí en Sierra de Fuentes controlaba su ganado por satélite, sabía dónde estaban sus cabras en cada momento por un GPS colocado en el collar de una de ellas. Y el cultivador de tomates conduce tractores que llevan GPS con autoguiado para trabajar a la carta. El GPS agrícola indica las zonas ya tratadas fitosanitariamente para no duplicar tratamientos, memoriza las zonas abonadas, controla el apero. Prejuicios fuera: el campo extremeño es tan tecnológico como la ciudad.

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