En unas semanas de intensa actividad reivindicativa por parte de nuestros agricultores y ganaderos, y también de otros países, se han producido algunos hitos muy relevantes, que han pasado casi desapercibidos para la opinión pública. Por un lado el mencionado frenazo a la prohibición abusiva ... de productos fitosanitarios, algo ya comentado en este espacio. Por otro, el relevante paso que han dado las nuevas tecnologías de mejora genética para poder por fin ser utilizadas por nuestros agricultores, en las mismas condiciones que los de otras grandes zonas del mundo.
En la primera quincena de febrero el Parlamento Europeo ratificó la propuesta de la Comisión para que la aprobación de estas nuevas variedades de semillas no se sometan a los complejos procesos de los organismos modificados genéticamente (OMGs). Como es bien sabido, esto ha impedido el cultivo de casi la totalidad de ellos, que por otro lado sí están disponibles en el resto del mundo y que se llevan cultivando desde hace décadas con normalidad y seguridad. Esto ha supuesto una importante pérdida de competitividad para nuestros agricultores, algo que podría no suceder con este tipo de técnicas. Sin embargo el camino todavía puede ser largo y con un escollo fundamental, y es en el Consejo Europeo donde deber ser finalmente aprobado, algo que por el momento no se ha conseguido. Además, las posibles enmiendas planteadas desde este estamento deberán ser luego discutidas en los llamados Trílogos, entre esta misma institución, la Comisión y el Parlamento.
Por el momento, los procesos regulatorios se asemejarán más a los cultivos convencionales para aquellas plantas cuyas modificaciones sean similares a las obtenidas por mejora genética convencional. Hablamos fundamentalmente aunque no solo, de la técnica CRISPR-Cas, que modifica el genoma de la planta, pero de forma selectiva, para por ejemplo, hacerlas resistentes a determinados productos, crecer más y mejor, resistir la falta de agua, producir algunas sustancia fitosanitarias, etc. En definitiva y utilizando el mismo símil con el que explican esta cuestión diferentes biotecnólogos vegetales, se modifica mínimamente el manual de instrucciones de la planta, esto es, el ADN. La diferencia fundamental con los OGMs es que sólo se altera el genoma de la propia planta con material equivalente, en vez de introducir genes de otros organismos. En todo caso y dicho sea de paso, una limitación que sigue sin tener ningún sentido desde la perspectiva técnica y científica. Pero ese es otro asunto.
Volviendo al tema que nos ocupa, Bruselas establece dos categorías. La primera incluye a aquellas que se pueden considerar equivalentes a las plantas convencionales y que no pasarían por el callejón sin salida que supone el proceso de aprobación de OGMs. Además no podrían ser utilizadas en agricultura ecológica, lo que por cierto, tampoco tiene razón de ser, ya que las técnicas genómicas no se contraponen al ecologismo. Aquellas incluidas en la segunda categoría sí deberán someterse a este procedimiento, lo que es una prohibición de facto, ya que para las empresas obtentoras pasar por ese proceso supone un elevadísimo coste de oportunidad, y optan por el resto de mercados.
Como decíamos, son muchos los avances que se van a poder conseguir, algunos relacionados con el cambio climático. Por ejemplo, adaptar cultivos a condiciones más extremas y, por tanto, permitir su continuidad en territorios en los que a corto y medio plazo tenderían a desaparecer, con el enorme perjuicio que supondría para las explotaciones agrícolas y para las economías rurales.
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