
Reduflación, cuando el tamaño sí importa
Juan Quintana
Lunes, 13 de mayo 2024, 08:14
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Juan Quintana
Lunes, 13 de mayo 2024, 08:14
En los pasillos de los supermercados, algo extraño ocurre. Los productos que solíamos comprar parecen haberse encogido misteriosamente. Las cajas de cereales, las barras de ... chocolate y hasta los rollos de papel higiénico han perdido tamaño, pero el precio sigue siendo el mismo. Y es que en un mundo donde cada euro cuenta y cada gramo pesa, los consumidores se enfrentan a una singular realidad comercial: la shrinkflation, traducido al castellano como reduflación. Este término, que combina en su origen las palabras inglesas shrink (reducir) e inflation (inflación), describe una práctica en la que los fabricantes reducen el tamaño o la cantidad de sus productos sin disminuir el precio, a menudo sin que el consumidor se dé cuenta. Es un fenómeno que refleja la creatividad de las marcas para adaptarse a la subida de costes sin alarmar a los consumidores con aumentos de precios. Sin embargo, esta estrategia puede ser percibida como engañosa, aunque sea legal, ya que los clientes terminan pagando lo mismo por menos.
En respuesta a esta tendencia, Francia ha tomado medidas legislativas para garantizar la transparencia y proteger a los consumidores. A partir del 1 de julio, los supermercados franceses estarán obligados a advertir con una señalización específica cuando se haya reducido el peso o el volumen de alguno de sus productos. Las tiendas de más de 400 metros cuadrados deberán aplicar esta regla, que exige que se especifique claramente el recorte en la cantidad del producto, así como la evolución del precio por unidad de medida. La nueva legislación francesa busca que los consumidores estén plenamente informados si la modificación del formato de un producto ha derivado en un aumento encubierto del precio. En particular van a estar afectados los alimentos y otros productos no alimentarios que se venden en cantidades fijas, mientras que aquellos envasados en cantidades variables o, por supuesto, los comercializados a granel, quedan excluidos. Conllevará sanciones que oscilarán entre los 3.000 euros para personas físicas y 15.000 euros para empresas.
Este movimiento legislativo no solo pone de manifiesto la necesidad de una mayor transparencia en la relación entre marcas y consumidores, sino que también plantea preguntas sobre cómo otros países están abordando la reduflación. En España, por ejemplo, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) ya detectó en un estudio realizado entre 2012 y 2017 más de 300 productos que habían reducido su tamaño sin variar su precio.
¿Por qué ocurre esto? La respuesta está en los costes de producción. Cuando los precios de las materias primas suben, los fabricantes se enfrentan a un dilema, ¿subir directamente los precios y arriesgarse a perder clientes o reducir el tamaño de los productos de manera silenciosa? La reduflación es una sencilla solución. Encogen los productos para mantener los precios, ya que los consumidores notan más los aumentos de precios que las disminuciones de tamaño. Es una cuestión psicológica. Ver un precio más alto duele, pero no siempre percibimos cuando el producto se reduce. Sin embargo, los consumidores no son tontos, y a medio plazo no siempre están contentos. Entre otros motivos, porque esta práctica no desaparece cuando la inflación cede.
La reduflación es un recordatorio de que, en la economía actual, la vigilancia del consumidor es más crucial que nunca. Con medidas regulatorias como la francesa avanzamos hacia una mayor transparencia, pero mientras tanto, los consumidores deben permanecer atentos y conscientes de que, a veces, menos es realmente menos.
En todo caso no es una práctica generalizada y tampoco tan nueva. Todavía recuerdo cuando hace cuatro décadas apretaba el bote de dentífrico y a medio consumo, repentinamente y durante un buen rato, salía aire en vez del mentolado producto mientras uno seguía estrujando, hasta que poco antes de llegar al final del bote todo volvía a la normalidad, y yo, al igual que otros muchos consumidores, quedábamos aliviados más que cabreados, porque todavía nos quedaba para una o dos cepilladas más. Era otra época.
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