Echa cuentas Miguel Ángel. Ha sacado a las cercas de su finca a las doscientas madres recién destetadas. Mientras crían, cuenta, se alimentan de la hierba del campo y con ración extra de cereal y maíz. También paja para el volumen. Pero en los últimos ... meses, con la sequía perenne en la comarca de La Serena, la ración en el comedero caía todos los días. No hay bolsillo para tanta reserva. Ya estuvieran criando o sin borrego. La finca de invierno se viene abajo con las heladas. Aguanta bien el otoño, pero diciembre y enero se queda en tierra y piedras.
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En cuanto llueve ya no necesita suplemento en los comederos. El ganado se alimenta bien en las cercas. Ha reverdecido la dehesa y las heladas no han frenado la masa vegetal del suelo. «Está siendo el mejor enero en mucho tiempo para nosotros. Las fincas se han recuperado». Añora los otoños largos. Los ciclos del ovino en extensivo se están acortando con el calentamiento global. Y los ganaderos tienen que cambiar también.
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Ahora llueve menos y las parcelas no aguantan tanta rotación. Y da un dato para entender cómo ha variado la vida en su finca. En el año 2000 metió novecientas ovejas en una dehesa alquilada entre La Coronada y Campanario. Rotaba cuatro veces por rediles de octubre a mayo. Ahora no llega a dos vueltas enteras. La sentencia que más repite en la conversación es que el terreno se viene abajo muy pronto. Y sin suelo donde pastar no queda más remedio que tirar de pienso, grano, maíz, alfalfa, heno y paja. Y de chequera. «Antes alquilabas una finca y comían por las noches las que amamantaban. Ahora comen siempre. El suelo se limpia». Y a la sequía se une que no hay fincas libres donde migrar. De ahí el alivio de este mes de enero. Ha eliminado la alimentación nocturna y se ha desplomado el gasto diario. Ahora piensa en sacar la siguiente partida de borregos. 105 euros marca la lonja para los de 23 kilos. Si no hay contratiempos, carga la semana que viene.
Vecino de Miguel Ángel es Antonia Moreno. Mueve sus novecientas ovejas entre dos estancias. La invernada en la Serena más pegada a Castuera y los rastrojos casi en el límite de la Campiña. Entre Azuaga y Granja de Torrehemosa. De la Campiña no tiene queja. Es tierra fuerte, cuenta. Que no necesita mucha lluvia para dar rastrojos tupidos. No se dan mal los agostaderos allí. Pero la primavera y el otoño en La Serena se viven con incertidumbre. No hay término medio. Cuando llueve en septiembre y octubre se hace corto. Pero en los últimos años apenas llovió y costó mucho dinero sacar los borregos. Se hizo largo porque las madres no tenían comida en el campo. De ahí su alivio por lo que ve ahora. Tiene las dos pequeñas charcas llenas, la zona del arroyo húmeda y la ribera frondosa. Podrá reservar una cerca para primavera. Toma prestado el término de los porqueros. Habla de su particular 'montanera'. «Llevo veinte días con las ovejas paridas pastoreando con sus crías. Les pongo algo de paja y pienso por las noches. Pero es una ración corta. Vamos a sacar una partida de borregos muy camperos y eso en enero no es habitual».
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Coinciden tanto Antonia como su vecino Miguel Ángel que quizás estamos ante un espejismo y un desfase impropio. Lluvia y temperaturas de veinte grados no se han dado antes en estos parajes de La Serena. «Aquí las praderas reverdecen en pocos días. En cuanto llueve paran más las ovejas». Y eso es lo que ha ocurrido. Que ha llovido, no ha helado y enero se ha vestido de marzo. Pues montanera.
Antonia es de las que defiende el manejo con más descanso en las fincas. Es la única alternativa, cuenta para soportar periodos tan largos sin lluvia. No se trata de reducir cabezas por hectárea. Sería lo fácil, pero no lo útil. No está precisamente el contexto económico para eso. Con la rentabilidad tan pegada al gasto, la única forma de seguir en el campo es aumentando las cabañas. Pero sí defiende largas paradas de parcelas. Eso es mucho más trabajo diario. Y duro. Porque hay que hacer rediles a pulso casi cada día para proteger espacios. Compartimentar las ovejas. La finca de Campanario la cruzan tres caminos y tiene un arroyo que en una zona baja se ensancha como un río. Con esos elementos juega para hacer los cortes. «De las sequías hemos aprendido que ya no son algo esporádico. Se han cronificado. Estamos obligados a cambiar nuestra forma de gestionar el suelo en el que comen nuestros animales».
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Confiesa que cuando empezó como ganadera no era partidaria de labrar para que comieran las ovejas. No le veía la rentabilidad por ningún sitio a echar cereal al suelo y esperar luego que se lo comieran antes de que espigara. «Para mí eso era un despilfarro». Ahora es casi una necesidad. Guarda un atajo junto al arroyo para que entren y coman maíz forrajero. Empezó hace tres años. Se quedó sin reservas de invierno y se le ocurrió como medida paliativa sembrar para que a los pocos días aprovecharan lo replantado. «Ahora nos va mejor porque no gastamos tanto cereal de verano por las noches». Por eso agradece también estas lluvias. El corte sembrado ha arrancado con fuerza y será la reserva para las madres de febrero.
Miguel Ángel, para que aguantara mejor su finca en invierno, optó por reservar los machos. Los separó de las hembras para que no hubiera parideras en enero y febrero. Al volver con el rebaño y empezar la reproducción, el pico se concentró en junio. Con los primeros rastrojos. «Pastaron en mejores condiciones las madres». No se cansan de buscar alternativas. Cree que la única forma de resistir con el pastoreo en fincas y en extensivo pasa por hacer manejos que no se habían hecho antes. «Está claro que nuestras fincas ya no reciben tanta lluvia, pero tienen que seguir manteniendo al mismo número de ovejas. Tenemos que cambiar nosotros». Eso implica aprovechar cuando llueve para reservar y programar mejor las parideras.
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No se ponen un calendario fijo cada año. Las rotaciones de suelo y la reproducción se irán sucediendo según lo que vaya lloviendo y se vaya recuperando el suelo. Eso implica asumir un riesgo. Lo normal en el extensivo ovino es programar tus partidas grandes de borregos según los picos de mercado.
Vender entre noviembre y diciembre y en la primavera, antes de Semana Santa. Históricamente son las dos ventanas con los precios más altos en lonja. Por experiencia saben que las fluctuaciones se acentúan en el calendario. El borrego de enero se puede vender casi a la mitad de precio que el de diciembre. Pero, aún así, se la juegan algunos ganaderos como Antonio y Miguel Ángel. Con las sequías tan acentuadas prefieren ahora manejar el ganado según lo que disponga la resistencia del suelo a la falta de lluvia. «De nada me vale vender un cordero a 110 euros si la madre ha estado todo el día sin salir del comedero porque no hay hierba en el campo. Al final no le gano nada».
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Lo aconsejable, explica, es que con los rastrojos de verano y las parcelas verdes de primavera haya borregos y que en invierno no haya que criar o sacar muy pocos. Pero como los veranos son cada vez más largos y la primavera casi no existe, los periodos de reproducción y de suelo se van descompensando. No coinciden porque puede haber rastrojo hasta septiembre y hierba hasta marzo. «Por eso tenemos que ir con lo que marque el terreno y el tiempo. Ahora que ha llovido tenemos que sacar borregos y si en mayo está todo seco pues esperar al agostadero del verano. No se venden bien los borregos en septiembre, pero al menos salen camperos.
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