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A los borregos negros recién nacidos les pasaban el cuchillo antes de que la madre les lamiera el lomo. Superstición de pastores. Espantaban el mal fario. Años de sequía. Abortos. Enfermedades. Los corredores de lana alentaban cualquier leyenda para que los pastores los desecharan. Los vellones negros no se vendían y el boyante negocio no permitía desechos.
El exterminio dejó a las negras al borde de la desaparición. Hace quinientos años, lo raro era ver una blanca rumiando por las dehesa del sur de la península. El mercado impuso su ley. España lideraba el comercio internacional de lana y la negra estorbaba. Cuanto peor se hablase de ellas mejor. La propaganda caló. Hoy es una raza amenazada. Apenas ocho mil cabezas en toda España según los censos oficiales.
Miguel Cabello ejerce de personaje singular. Habla con sentencias. «Fue como desechar a nuestros abuelos».
En el móvil le suena la sintonía de 'El hombre y la tierra'. Le llaman por teléfono para otra entrevista. Entonces cuenta lo de Juncal. La burra por la que pagó más de 700 euros en el Censyra, el Centro de Selección y Reproducción Animal de Badajoz. Las merinas negras, las cabras retintas y los pollinos son sus desvelos. Razas autóctonas amenazadas que quiere rescatar.
Convive con ellos en Siruela, en un vértice de la comarca de La Siberia, la frontera natural entre las provincias de Badajoz y Ciudad Real. Miguel Cabello se salió del seminario de Badajoz cuando descubrió que no iba a poder cumplir con el celibato. Se hizo pintor. Puso una tienda de decoración y un Spar en Siruela.
Las ovejas las traía de serie. Su abuelo era pastor y su padre tratante. De los que iban de pueblo en pueblo comprando hembras para simiente y machos para carne. Un día se juntaba con cien y al otro con ninguna. En marzo empezaba a sondear por las fincas para llevarlas a la Feria de Zafra. Y fue precisamente en Zafra cuando todo cambió para Miguel Cabello y su familia. En la edición de 2007 se anunció que se celebraría por primera vez una subasta de merino negro.
La medida buscaba enterrar de una vez los prejuicios. Y Miguel se convirtió a la causa. Pujó por un lote de diez hembras y dos machos. Mil ochocientos euros porte incluido. Luego llegaron cien de Cáceres. Y otras tantas de Portugal. Amplió la familia. Busco sangre nueva en Portugal hasta llegar a las mil quinientas.
Cabello y su hijo pastorean hoy una de las cabañas más grandes de merino negro en España. Y lo hacen al modo tradicional. Sin piensos ni medicinas. Sin miedo a las mosca en los rabos y la basquilla en la boca.
Mejor lana, mejor carne y menos enfermedades en el campo que estabuladas. Sustituyen la comida en los barriñones por muchas hectáreas de prado. Las ovejas se mueven entre pequeñas cercas de piedras de sus cuatro fincas arrendadas.
Negrean en Siruela, Sancti Spiritu o Tamurejo. Se mueven como los trashumantes. Buscan la hierba en invierno y la paja de cereal en verano. Si el año ha sido abundante en lluvia la reina de la corona es la finca en la cola del pantano de La Serena. Sobre esta bolsa de tres mil hectómetros cúbicos de agua -la segunda más grande de la península- brotan esparcetas y cuernecillos que tanto alimentan. No necesitan suplemento a base de piensos compuestos, solo dos mil hectáreas por las que pasar el hocico.
En extensivo cabrían el doble de cabezas, pero Cabello es un firme defensor de la ganadería en comunión con el medio ambiente. Nada de meter mil borras en una hectárea y rebañarla en dos días.
Las rebaños que arrasan por donde pisan, queman los suelos y no se recuperan hasta el otoño siguiente. En sus parcelas mantiene una bajísima densidad de población y rotan continuamente para no castigar las leguminosas. «En realidad solo dependemos de la lluvia y del sol. Como nuestros abuelos».
Echando números, criar en el campo casi no sale a cuenta. Crían menos corderos y tardan más en poner los 23 kilos con los que van al matadero. Tampoco cambian los ciclos de celo de los carneros para que monten en los picos más bajos de precio en la lonja. No programan para vender en Navidad. Todo un suicido para cualquier explotación ovina.
Miguel no va con las cotizaciones de la lonja. Lo dice orgulloso. Su apuesta se mueve hacia un mercado más sensible, dispuesto a pagar por el compromiso del productor con los parámetros ecológicos.
Su destino natural es Arabia Saudí, Dubai y Marruecos. Carne con distintivo halal. De sus praderas salieron los primeros jamones de merino negro. Cabello triunfó en el Expohalal de 2015 en Madrid.
Presentó ante comerciales de todo el mundo embutidos y jamones de borrego. Un nuevo concepto del pata negra que acerca el manjar prohibido al mercado musulmán. Carne en sal y especias naturales que maduran durante un año en Cumbres Mayores, en el Parque Natural de la Sierra de Aracena.
Algunas empresas, cuenta, le propusieron firmar un gran contrato de suministro. Los rechazó. «El campo no es una industria que te pueda dar una producción fija. Esa no es nuestra filosofía».
Con la lana ocurre algo parecido. Paradoja del destino, ahora la reclaman algunas empresas textiles y la pagan a más precio que la blanca. Los merinas negras en libertad y sin piensos generan más densidad de fibra. Más resistente. A Miguel se la demanda la diseñadora Chalotte Houman, que la convierte en mantas con la que se arropan los daneses en invierno.
Pero todo esto, explica, son solo muletas para mantener su filosofía. Sabe que depende de las subvenciones para sobrevivir con las razas autóctonas. Y aquí es cuando dispara con balas. «Ni los políticos ni los funcionarios han entendido nada».
A los primeros les critica que presuman de economía verde y circular y luego curen con glifosato los parque o planten palmeras en las avenidas.
A los segundos les recrimina la excesiva burocracia. Demasiado despacho y poco barro en los zapatos. Hace pocos días estuvo en el Ministerio de Agricultura en unas jornadas sobre la nueva PAC y los efectos del 'brexit' en el sector agrícola. Hablaron una eurodiputada, un alto funcionario y un ingeniero agrícola. Miguel levantó la mano y pidió la palabra. «¿Y a nadie le interesa lo que tengan que decir los ganaderos?».
Aprovechó para invitar a todo el que quisiera a visitar su explotación en Siruela. Las puertas están abiertas. Les aseguró que a los interesados no les faltaría posada, pestorejo, chorizo o vino. Animó, sobre todo, a los más jóvenes. A los que se manifiestan por el cambio climático. Las razas autóctonas son las primeras víctimas y tienen que defenderlas.
Pidió más apoyo para las merinas negras que nadie quiere porque dan poca leche y borregos flacos; para la cabra retinta, despreciada por los queseros por su grasa. O para los burros. Condenados al olvido desde que llegaron los John Deere. Estamos olvidando a nuestros abuelos. Lo dijo en voz alta al auditorio. Algunos se rieron. Otros le aplaudieron. El pestorejo espera bajo la encina a quien quiera escucharle.
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